Un seminario que dio a la Iglesia en la Argentina 25 obispos (3 de ellos cardenales)
El seminario de La Plata
Desde aquel 10 de enero de 1922 en que, por decreto del entonces obispo de La Plata, monseñor Francisco Alberti, quedaba fundado el seminario San José, largo es el camino recorrido. Un camino jalonado por hombres y obras que ocupan un lugar importante en la historia eclesiástica argentina que allí enseñaron, se formaron y tuvieron su hogar.
Es común decir que el seminario es como “la pupila de los ojos” de un obispo. Es sí como una figura señera fue la elegida para dar forma al proyecto: la de monseñor Santiago Luis Copello que, por aquellos años era auxiliar de la diócesis. Presidente de la comisión pro-seminario demostró en su creación las dotes que luego derrocharía como arzobispo de Buenos Aires (1932-1959). A su nombre está ligado el XXXII Congreso Eucarístico Internacional (1934) y la primera púrpura cardenalicia de la América española (1935). En la carta que le envió Pío XII al cumplir sus bodas de oro sacerdotales (1952), hablaba admirado de “la mole de sus obras”. Sin duda que ésta de la construcción de un seminario ocupó un lugar destacado.
Comenzaron los cursos en 1923 a la sombra del santuario de Luján porque María es el templo en el cual Cristo se hizo sacerdote, en expresión de los Padres de la Iglesia.
Desde 1934, año tras año, han ido saliendo de la calle 24 entre 65 y 66, promociones de sacerdotes que se han dispersado por muchos caminos de la patria. En algunos momentos estaba como concentrada en sus muros toda la geografía del país: Salta y Viedma, Corrientes y San Juan a cuyos obispos veían llegar los seminaristas en sus visitas en las cuales, a la vez, transmitían a los estudiantes las inquietudes y esperanzas de sus tierras.
La gran mayoría de los sacerdotes de nuestra diócesis de Mar del Plata han sido alumnos del seminario y el mismo obispo, monseñor Antonio Marino, fue profesor de Teología en los años en que se desempeñó como obispo auxiliar de La Plata (2003-2011).
Ese año 1934 fue clave en la historia del catolicismo argentino ya que muchas de las esencias cristianas que parecían dormir adquirieron nuevo vigor, alimentadas por aquel milagro eucarístico.
Del bosque y de las canteras del seminario han surgido también sucesivamente obispos que, por orden de aparición, no podemos dejar de mencionar señalando su destino en el momento en que fueron elegidos: Antonio José Plaza (auxiliar de Azul); Adolfo Servando Tortolo (auxiliar de Paraná); Jorge Mayer (Santa Rosa); Raúl Francisco Primatesta (auxiliar de La Plata); Vicente Adducci (auxiliar de Mercedes); Antonio Quarracino (Nueve de Julio); Ernesto Segura (auxiliar de Buenos Aires); Jerónimo Podestá (Avellaneda); Eduardo Francisco Pironio (auxiliar de La Plata); Alejo Gilligan (Nueve de Julio); Manuel Guirao (Orán); Miguel Esteban Hesayne (Viedma); Rómulo García (Mar del Plata); Emilio Bianchi di Cárcano (Auxiliar de Azul); José María Montes (auxiliar de La Plata); José María Arancedo (auxiliar de Lomas de Zamora); Victorio Tomasi (auxiliar de Bahía Blanca); Guillermo Garlatti (auxiliar de La Plata); Juan C. Maccarone (auxiliar de Lomas de Zamora); Gerardo Farrel (coadjutor de Quilmes); Néstor Navarro (auxiliar de Bahía Blanca); Gustavo Help (Venado Tuerto); José H. Suárez (Gregorio de Laferrere); Eduardo Martín (Río Cuarto); Luis Fernández (auxiliar de Buenos Aires).
Nada menos que tres (de los once) cardenales argentinos pasaron por esas aulas: Primatesta, Pironio y Quarracino.
Al servicio de la cultura
Arturo Sampay en su libro “El seminario arquidiocesano de La Plata en la cultura argentina” se refiere ampliamente al aporte (del seminario) mostrando cómo la historia del seminario es la historia misma de nuestra Iglesia.
A grandes trazos podríamos recordar que en sus paredes se gestó la “Biblia platense”, obra de aquel maestro incomparable que fue monseñor Straubinger, víctima del nazismo; que allí monseñor Enrique Rau escribió la mejor parte de una vasta producción teológica; que la Juventud Obrera Católica (JOC) tuvo allí su casa madre; que el renacimiento tomista tuvo en ese centro su artífice en monseñor Derisi quien también, desde allí, fue dando forma al sueño de la universidad católica; que un fecundo movimiento litúrgico, con monseñor Segura a la cabeza, en él comenzó, tendríamos motivos para justificar lo dicho.
¿Quién sabe -o recuerda- que en un momento dado del seminario San José salían, al mismo tiempo, la “Revista de Teología”, la “Revista Bíblica”, “Sapientia”, “Notas de Pastoral Jocista”, “Psállite”, así como los Cursos de Cultura Católica y los primeros Seminarios Catequísticos. Hasta la empresa -por cierto, audaz- de la publicación de un diario que no por efímera fue menos importante como el mismo nombre lo dice: “Surco”?
No para caer en la apologética ni en ningún triunfalismo sino para que todo ese trabajo sea valorado, entre otras cosas, para recuperar el empuje que nos haga llevar a cabo la triple misión que Pablo VI pedía a un centro de formación sacerdotal histórica, cultural y pedagógica.
Los tiempos han cambiado pero los seminarios siguen siendo un momento fundamental en la formación de los futuros sacerdotes que hoy deben prepararse para esa aventura riesgosa pero llena de posibilidades que es la nueva evangelización.
Ese seminario, que no se encerró en sí mismo sino que fue caja de resonancia de toda la sociedad, supo zambullirse en el mar profundo y por eso pudo crecer, transformar e iluminar.
En este nonagésimo aniversario como un padre cargado de años y de experiencia debe dar todavía frutos. Como Abraham que creyó en la Palabra y por ello, no obstante su decrepitud, fue padre de una muchedumbre.
La Plata tiene por centro la catedral como quisieron sus fundadores. Un poeta, sacerdote y Exalumno del seminario, lo dice bellamente: “todas las calles se asoman / con sangre primaveral / para alimentar a ocultas / tu corazón medieval”.
La calle que une al seminario San José con la catedral es la diagonal 74 que se llenaba de sotanas cuando los alumnos iban a participar de las grandes celebraciones. Alguien dijo que esa diagonal bien podría haberse llamado “la calle de los clérigos” y por eso creemos, sin entrar en pueriles competencias, que ninguna como esta calle puede -y debe- ser la que anuncie una “segunda primavera” que permita a nuestro tiempo vivir una nueva etapa que dé luz y sabor al nuevo mundo y a la nueva cultura.
El Pbro. Hugo Segovia
El autor de este artículo, presbítero Hugo Walter Segovia, quien el 4 de mayo de este año cumplirá 85 años, nació en Punta Alta, provincia de Buenos Aires. Hizo sus estudios eclesiásticos en el Seminario Mayor San José de La Plata y fue ordenado sacerdote en Bahía Blanca el 23 de julio de 1961. Actualmente reside en la ciudad de Miramar, del partido bonaerense de General Alvarado, uno de los distritos que integran la diócesis de Mar del Plata.
El 17 de septiembre de 2014, el Concejo Deliberante de General Alvarado, por unanimidad de todos sus concejales, lo declaró “Ciudadano Ilustre” del partido “en homenaje y reconocimiento a su tarea pastoral en la ciudad de Miramar, como así también por sus condiciones humanas que lo destacan como un entrañable amigo de nuestra comunidad”.+
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