El rezo comenzó a las 21 (hora de Roma), en el silencio del gran espacio de la Plaza vacía, sólo interrumpido por el coro polifónico y por las voces de los lectores que marcan las estaciones.
Este año esas estaciones fueron escritas por catorce personas vinculadas al mundo carcelario, en particular la prisión "Due Palazzi" en Padua, bajo la dirección del capellán padre Marco Pozza y la voluntaria Tatiana.
La cruz fue conducida alternativamente por miembros de la prisión "Due Palazzi" y por médicos y personal del Departamento de Salud e Higiene del Vaticano, a los que Francisco definió como "los crucifijos" de hoy, porque exponen su vida ayudando a los enfermos de la pandemia.
La primera estación, por ejemplo, que habla de la condenación de Jesús, fue escrita por un preso que cumple cadena perpetua; el encuentro de Jesús con la Madre, por la madre de un prisionero; la crucifixión, por un sacerdote acusado injustamente [probablemente por pedofilia] y luego absuelto definitivamente, después de 10 años de juicio; el entierro de Jesús por un oficial de la prisión que también es un diácono permanente.
Todas las meditaciones señalaron la amargura del mal, pero también los signos inesperados de esperanza encontrados en la oscuridad del cautiverio.
En la duodécima estación, Jesús muere en la Cruz, la procesión se detuvo frente al crucifijo de San Marcelo que estaba iluminado, el único elemento de color en la oscuridad de la noche, mientras todos permanecen inmóviles, en un largo silencio de oración.
Al final de la decimocuarta estación, el Papa dio la bendición y permaneció en silencio mientras el coro canta el antiguo himno del Crux fidelis, que en el dolor de la cruz recuerda la fecundidad de la madera de la cruz.
En silencio sin ninguna homilía el pontífice regresó a la basílica y en la plaza desierta quedó el crucifijo de San Marcelo, invocado a menudo por Francisco en las últimas semanas para salvar al mundo de la pandemia.
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