Misioneros: esa necesidad de anunciar el Reino todos los días del año

Los hay de niños y adolescentes, de jóvenes profesionales, de adultos o de familias; tienen coordinadores laicos y sacerdotes asesores –o no-; trabajan en parroquias, congregaciones o colegios, o incluso en ninguno de ellos. Andan en permanente movimiento, sea entre la comunidad, en el barrio, en la diócesis o en la salida ad gentes: son los misioneros, católicos difíciles de encasillar bajo un mismo perfil o conducta, salvo por el ferviente deseo de responder al mandato de Jesús, que llama a todos los bautizados a salir y a anunciar a los pueblos que el Reino de Dios está cerca.

Los misioneros existen desde el mismo tiempo que existe la Iglesia. “Existe para evangelizar, y es esencialmente misionera”, recuerda una ficha de formación para grupos misioneros. Estos, a su vez, son expresión de este espíritu que se vive en comunidad, y al salir a llevar la Buena Noticia a otros, lo hacen en nombre de la comunidad.


Por su misma naturaleza, dinámica y fluctuante, es difícil saber cuántos grupos misioneros hay en la Argentina. Lo cierto es que nacen de una comunidad parroquial, congregacional o educativa que quiere dar gratuitamente lo que recibió gratuitamente. El motor que los anima: «No podemos callar lo que hemos visto y oído.


Así, miles de laicos, religiosos y sacerdotes forman las misiones más conocidas, que van a territorios “de misión”, donde el mensaje del amor de Dios a los hombres y personificado en Jesús no ha llegado. Son aquellos que dejan su vida atrás y parten al África, a Medio Oriente, Asia u Oceanía.


Pero también están los que realizan misiones en el barrio, en la diócesis o en otras zonas del país, como lo muestran los cientos de grupos que aprovechan las vacaciones de verano para partir al conurbano bonaerense y al interior del país para asistir en la tarea evangelizadora.


“Lo que se haga, depende de las necesidades que plantee la comunidad”, resume Roma Ledesma, coordinadora del Centro Arquidiocesano de Grupos Misioneros (CAGM), de la arquidiócesis de Buenos Aires. Este grupo nació en 1989 por iniciativa del sacerdote Ignacio Copello –sobrino nieto del cardenal Santiago Copello-, que vive desde hace más de 20 en la diócesis de Lwena, Angola. Hoy en día es punto de referencia, apoyo y consulta para los misioneros porteños.


“Parte del grupo misionero va ‘en avanzada’, a conocer la realidad, y se establece un ‘contrato’ con la comunidad. De acuerdo a la necesidad y el requerimiento, se establecen cronogramas con objetivos específicos”, detalla Roma, quien también integra el equipo de Animación Nacional de las Obras Misionales Pontificias en la Argetina (OMP), la institución que depende de la Santa Sede y organiza aquí y en el mundo la tarea de llevar a Jesús a todos.


“Cada grupo tiene su itinerario –explica en una charla con AICA-, que se arma entre el coordinador y el sacerdote asesor o encargado. Depende de la edad de los misioneros; unos se van acompañando a otros. Hay un itinerario formativo: para mí lo más importante es que haya momentos de oración y adoración, porque se necesita para afrontar los desafíos y las eventualidades diarias”.


Si bien las misiones “más esperadas” o más extensas son las que se realizan fuera de la comunidad, los misioneros viven durante el año colaborando con la comunidad de referencia, o bien yendo mensualmente a colaborar a otros sitios cercanos, como hospitales, hogares, geriátricos u otras parroquias. También tienen sus espacios de encuentro y reflexión en los que se hace fundamental la formación.


Al concluir el 32º Curso de Misionología organizado por las OMP, el obispo electo de Santiago del Estero y presidente de la Comisión Episcopal de Misiones, monseñor Vicente Bokalic Iglic CM, recordó que “sólo un corazón lleno del amor de Jesús, que ‘se compadece ante el dolor de la gente’ puede superar cambios y estar abierto a las sorpresas de nuestro caminar”. Y agregó entonces: “Quien sabe integrar armoniosamente los tiempos de contemplación y acción misionera en una unidad vital puede responder con alegría, con generosidad y disposición ante ‘tantas ovejas que andan desorientados y desolados’”.


“La formación es clave –asegura Ledesma-, porque necesitás prepararte e informarte, y darle un matiz serio, porque misionar no se trata de irse de vacaciones. La vivencia de la fe es fundamental… y sentirse contenidos en una parroquia”.


En estos itinerarios formativos, no quedan atrás los sacerdotes. El espíritu misionero que impregnó a la Iglesia en América Latina desde sus albores tuvo un importante impulso tras la V Conferencia del episcopado latinoamericano, celebrada en la ciudad brasileña de Aparecida, en 2007. Para muchos consagrados, significó un cambio de mentalidad y de las formas de asumir el ministerio sacerdotal. Eso fue uno de lo temas abordados en el reciente Congreso Misonero Latinoamericano (Comla), que se realizó en Maracaibo, Venezuela, en noviembre de 2013.


“Aparecida tomó una dimensión muy importante y sorprendió a muchos sacerdotes. Particulamente, algunos sacerdotes confiesan que no se sienten preparados para esto, que les cuesta entrar en la dinámica y comprender qué esto de la misión permanente. Pero sobre todo, vale para las actitudes misioneras y la espiritualidad misionera”.


De todos modos, los misioneros reconocen el bien espiritual que les genera el salir más allá: “El que va a misionar, vuelve misionado… uno va sanando heridas, se pone en el lugar del otro. Hay una reciprocidad en la misión; recibimos mucho más de lo que podamos dar, porque a veces simplemente hacemos presencia, o no podemos hablar expresamente de Jesús. Sí es importante la oración, la Eucaristía, estar en comunión con Dios”.


Entre los destinos preferentes para la misión, muchos grupos eligen el Noroeste Argentino, especialmente aquellas regiones donde escasea la atención pastoral y se vive al borde de la pobreza o marginación. En los últimos años, se consolidó la provincia de Santiago del Estero, especialmente la diócesis de Añatuya, ubicada a la margen derecha del Río Salado. Allí abundan las carencias: de vocaciones, de sacerdotes, de sustento y trabajo para las familias.


Pero también hay otros destinos. “Ahora, gracias a Dios, hay muchos que prefieren quedarse en el conurbano –observa la misionera-. Sí están complicadas las misiones en el sur, porque los costos se asumen en la comunidad. Se depende mucho de la cooperación material, de la gente, de la comunidad y de los familiares que nos ayudan. He sabido de muchos casos que debieron retirarse de la Patagonia por una cuestión de costos”.


Más allá de las misiones de verano, los misioneros tienen durante el año momentos de encuentro, compartir y preparación. En Buenos Aires, esos encuentros son organizados por el CAGM, que propone talleres de formación, espacios de diálogo, y además, fomentan la participación misionera.


En este sentido se encuentra la convocatoria a la Jornada Regional de Jóvenes, una actividad sin precedentes que se realizará el sábado 26 de abril en los bosques de Palermo, un día antes de la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Será un modo de vivir, en la región, el espíritu de la Jornada Mundial de la Juventud.+



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