Francisco comentó el pasaje del Evangelio de hoy, la parábola del Buen Samaritano, “una de las más bellas del Evangelio”, en la cual se muestra que la capacidad de compasión es la clave con la que ha de compararse el cristiano”.
“El protagonista del breve relato -dijo el Papa- es un samaritano, que encuentra en su camino a un hombre que ha sido robado y golpeado por malhechores y se ocupa de él. Sabemos que los judíos trataban con desprecio a los samaritanos, pues los consideraban ajenos al pueblo elegido. Por tanto, no es casual que Jesús elija precisamente un samaritano como personaje positivo de la parábola. De esta manera, pretende superar el prejuicio, mostrando que un forastero, aún si no conoce al verdadero Dios y no frecuenta su templo, también es capaz de comportarse según Su voluntad, sintiendo compasión por el hermano necesitado y brindándole socorro con todos los medios de que dispone.
“Por tanto, Jesús propone como modelo el samaritano, alguien que no tiene fe, y quizás nosotros también conozcamos agnósticos que hacen el bien, alguien que ama a su hermano como a sí mismo, demuestra amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas, y expresa al mismo tiempo verdadera religiosidad y plena humanidad. Luego de contar la parábola, Jesús se dirige nuevamente al doctor de la ley que le había preguntado: «¿Quién es mi prójimo?», y le dice: «¿Quién de estos tres te parece que ha sido prójimo de aquél que cayó en manos de los malhechores?». De este modo, opera una inversión en relación a la pregunta de su interlocutor, y también en la lógica de todos nosotros. Nos da a entender que no somos nosotros quienes, en base a nuestros criterios, definimos quién es el prójimo y quién no lo es, sino que es la persona necesitada quien debe poder reconocer quién es su prójimo, es decir, «quien tuvo compasión de él». Ser capaces de tener compasión; esta es la clave”. “La capacidad de compasión es la clave con la que ha de compararse el cristiano. Jesús mismo es la compasión del Padre”.
“Esta conclusión nos indica que la misericordia en relación a una vida humana que está pasando necesidades es el verdadero rostro del amor. Es así que nos volvemos verdaderos discípulos de Jesús, y se manifiesta el rostro del Padre: «Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso». Es de esta manera que el mandamiento del amor de Dios y del prójimo se vuelve la única, coherente, regla de vida”.
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