Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, aseguró que “la preponderancia actual del tema de la fe, estimula la lectura en clave de todo el texto evangélico. La referencia que hallamos, con tanta frecuencia, en cada lectura dominical, es reveladora del mismo núcleo del ministerio de Jesús, de los Apóstoles y ahora de la Iglesia. El prelado sostuvo que “es imposible declarar terminada esa principal misión mientras haya un solo ser humano necesitado de redención. La Iglesia ha recibido esa divina misión, en los Apóstoles, de labios del mismo Cristo”. “Nadie sensato puede afirmar que el mundo ha superado esa etapa ‘geológica’ de su necesidad de redención; perdura con particular urgencia”, afirmó.“El pecado está paseándose libremente por la vida de las personas y de las sociedades. Salta a la vista su incidencia y la desfachatez de su desembozado perfil. Cristo, su gracia redentora y el ofrecimiento universal de la misma, será necesario hasta el final de la historia”, sostuvo.
El prelado sostuvo que “es imposible declarar terminada esa principal misión mientras haya un solo ser humano necesitado de redención. La Iglesia ha recibido esa divina misión, en los Apóstoles, de labios del mismo Cristo”.
“Nadie sensato puede afirmar que el mundo ha superado esa etapa ‘geológica’ de su necesidad de redención; perdura con particular urgencia”, afirmó.
“El pecado está paseándose libremente por la vida de las personas y de las sociedades. Salta a la vista su incidencia y la desfachatez de su desembozado perfil. Cristo, su gracia redentora y el ofrecimiento universal de la misma, será necesario hasta el final de la historia”, sostuvo.
Texto de la sugerencia
La gratitud y la fe. Jesús manifiesta, en sus gestos y enseñanzas, que la verdadera pertenencia al Reino de Dios no procede de vínculos con una raza o nación, o de ritos que expresen el compromiso con una religión determinada. La escena histórica, relatada por San Lucas, no es una simple ponderación de la gratitud de un enfermo curado en contraposición de la actitud de los restantes, que se fueron a festejar alegremente la salud recuperada, olvidados de quién los había curado. El mismo Señor se sorprende y aprovecha la oportunidad para hacerlo notar: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero? (un samaritano)” (Lucas 17, 17-18). La auténtica gratitud no es una virtud generalizada, cuando aparece despierta una gran curiosidad: ¿de quién se trata? ¿Quién es este insólito personaje que sabe agradecer? El Señor enseña qué es la gratitud, descubriendo su auténtica fuente de inspiración y alimentación: la fe. “Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado” (Lucas 17, 19).
Una realidad amortajada por la maldad. El creyente auténtico es un agradecido, en primer lugar a Dios y a los mínimos gestos de bondad de sus hermanos. Da gracias con humildad, porque cree en Quién es la fuente de todo bien y ha sabido hacer que ese bien se introdujera en una realidad amortajada por el pecado y la maldad. Jesucristo es “Dios entre los hombres”, modificando la situación enferma de la humanidad, suscitando en ella la condición necesaria para la recuperación de la salud: la fe. Un recorrido rápido por las páginas de los Evangelios nos ofrece escenas en las que se reitera la misma afirmación del Señor: “Si tienes fe...” “Tu fe te ha salvado…”. Es como si atribuyera a la fe personal la capacidad de sanarse. En el relato evangélico Jesús no acepta ser espectáculo, hace que las personas renovadas por su acción redentora merezcan la gracia de la salud. Para Jesucristo el hombre no es una masa inerte sino un ser vivo llamado a la santidad. La misión del Emmanuel es “volver a la vida al hijo que estaba muerto” (Parábola del hijo pródigo). No es, como lo pretendían sus incrédulos connacionales, exhibirse haciendo milagros: “Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Entonces les dijo: Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente” (Mateo 13, 57-58).
El Evangelio: un llamado a vivir la fe. La preponderancia actual del tema: la fe, estimula la lectura en clave de todo el texto evangélico. La referencia que hallamos, con tanta frecuencia, en cada lectura dominical, es reveladora del mismo núcleo del ministerio de Jesús, de los Apóstoles y ahora de la Iglesia. El llamado a una vida de fe está incluido en las primeras recorridas de Jesús, previas a la fama que lo circundó posteriormente: “A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mateo 4, 17). Es imposible declarar terminada esa principal misión mientras haya un solo ser humano necesitado de redención. La Iglesia ha recibido esa divina misión, en los Apóstoles, de labios del mismo Cristo. Nadie sensato puede afirmar que el mundo ha superado esa etapa “geológica” de su necesidad de redención; perdura con particular urgencia. El pecado está paseándose libremente por la vida de las personas y de las sociedades. Salta a la vista su incidencia y la desfachatez de su desembozado perfil. Cristo, su gracia redentora y el ofrecimiento universal de la misma, será necesario hasta el final de la historia.
Los que vuelven a agradecer. No quisiera descender a una descripción exclusivamente negativa de la realidad; sería injusto y mentiroso. Hace más de veinte siglos la gracia del Redentor está actuando eficazmente en multitudes de santos y de gente buena. “No está todo perdido”, escuchamos decir entre hombres y mujeres de equilibrio y sabiduría. Se producen sorpresivos gestos, de heroica contextura moral, que confirman esa alentadora afirmación. Son quienes vuelven a agradecer - movidos por la fe - al Señor que los ha curado de su lepra. El mismo Papa Francisco ha calificado de “lepra” al mal que aqueja a encumbrados organismos de la Iglesia Católica. Se puede curar, con la gracia de Dios, con tal que se privilegie la fe sobre la mezquina conveniencia personal y la humildad sobre la ambición del poder. De esa manera la misma organización de la Iglesia podrá constituirse en modelo para una sociedad que no sabe a quien acudir para librarse de su mal. Es preciso que la humanidad vuelva a Dios para hacer efectiva la recuperación de su salud.+
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