Mons. Castagna: “El Espíritu Santo vivifica la fe de los creyentes”
El prelado explicó que esto ocurre cuando “la fe no llega al compromiso, designado por Santiago como ‘fe sin obras’” y lamentó que “muchos autocalificados ‘creyentes’ no llegan a las obras de la fe y, por lo tanto, a vivificarla por la caridad”.
“Grave situación, denunciada por el mismo Jesús: ‘Cuando el Hijo vuelva, ¿encontrará fe sobre la tierra?’”.
En este sentido, monseñor Castagna aseguró que “es preciso actualizar en la práctica de la fe, el fervor de Pentecostés”, porque de esa manera “la eficacia del anuncio pascual cobrará una nueva actualidad por la conversión, la santidad de los bautizados y la misión evangelizadora”.
Texto de la sugerencia
1.- La principal promesa de Jesús. El Espíritu Santo es el artífice del perdón y de la santidad. Así lo entiende Jesús cuando transmite a sus discípulos la misión que recibió de su Padre. Hoy recordamos el cumplimiento de la principal promesa de Jesús: Pentecostés. Sus discípulos - y toda la Iglesia - no alcanzarían toda la Verdad si no llegara el Divino Espíritu. Estamos en pleno tiempo del Espíritu, inaugurado después de la Ascensión como plenitud y definitiva presencia del Señor resucitado y, por ende, del Redentor del mundo. La fe despeja los obstáculos que la incredulidad interpone en los caminos que los hombres deben recorrer. La presencia del Espíritu Santo está muy activa en la historia. La falta de fe mantiene en la ignorancia de esa actividad. De todos modos el Espíritu actúa eficazmente en la vida de las personas y de los pueblos. Cobrar conciencia de esa operación divina otorga la felicidad de estar vivo y la convicción de que el camino a la santidad se ofrece despejado y accesible. Esto se deduce de la experiencia de fe de los cristianos ejemplares, que son los santos. La acción evangelizadora está orientada, desde el tiempo de los Apóstoles, a reconocer la artesanía del Espíritu, en sus diversas intervenciones. El entusiasmo de Pentecostés acrecienta y despierta la fe de quienes prestan su atención a la Palabra predicada. Para ello, se requiere que el Evangelio ocupe su lugar principal en la escala de valores que exhibe este mundo. No es así. Todo parece indicar que el interés por el Evangelio decae y no pesa, como debiera, entre los influjos culturales de la modernidad.2.- La Iglesia, testigo de la Resurrección. Es el momento de recuperar ese lugar propio. Enorme desafío para la Iglesia, fundada por Cristo en los Apóstoles y animada por el Espíritu de Pentecostés. En una sociedad, en la que se destacan, con gran difusión de caracteres negativos, sus deformaciones morales y contradicciones ideológicas, resuena extraño el Evangelio de Jesús y, por lo mismo, la persona misma del Señor resucitado. Es el momento de hacer público el hecho de la Resurrección. Las primeras comunidades cristianas, guiadas por los Doce, testimoniaban la Resurrección del Señor, en la exposición de la palabra apostólica, la fracción del Pan - la Eucaristía - y la práctica de la caridad. Este mundo, del que somos parte, necesita la misma presencia del Señor, a través de los signos por Él elegidos. Los cristianos son testigos y su testimonio resulta imprescindible en la misión evangelizadora. El Papa San Juan Pablo II, precisaba a los Cardenales, en el año 2001: "El mundo actual espera de los cristianos el testimonio de la santidad". Los grandes testigos de Cristo son los santos. Los discípulos, destinados a ser sus testigos, conseguirán serlo siendo santos. La santidad constituye la prueba convincente de la eficacia santificadora de la gracia de Cristo resucitado. Cuando nos referimos a la santidad no entendemos, únicamente, la declarada por la Iglesia en la solemne beatificación y canonización de siervas y siervos de Dios, sino a quienes viven "en el amor". El estado de gracia es la vivencia del amor a Dios y a los hermanos. Un "amor" que es purificador de todo resabio de egoísmo. La llamada "práctica de la caridad" es el verdadero estilo de vida evangélica, como la vive Cristo y enseña a vivirla a sus discípulos.
3.- El compromiso ciudadano y la caridad. De esa manera, el cumplimiento fiel de los propios deberes constituye una práctica de la caridad. Un buen ciudadano es respetuoso de la ley y, de esa manera, manifiesta su amor a Dios - Supremo Legislador - y a sus semejantes. Trasciende el mero discurso y asume todo auténtico compromiso. El magisterio de la Iglesia ha expresado la cercanía existente entre la democracia, como forma para ordenar políticamente la sociedad, y el amor cristiano. Allí se expresan valores que hallan en el Evangelio su fuente inspiradora. No obstante, ningún sistema político, por más perfecto que sea, puede ser identificado con la fe cristiana. La buena cercanía no agota el contenido de la Revelación evangélica. Un buen cristiano puede optar por un sistema u otro, con tal que no contradiga los contenidos esenciales de la fe que profesa. ¡Qué desafío ser católico y político! Lo mismo podemos decir de otras actividades profesionales, sobre todo cuando trascienden lo técnico y se proyectan a lo filosófico y al comportamiento ético. El Espíritu Santo desborda la historia humana y sus múltiples expresiones; por ello, siguiendo el pensamiento paulino, la gracia multiforme es concedida por Cristo mediante el don del Espíritu.
4.- El Espíritu que vivifica la fe de los creyentes. No podemos conformarnos con la ausencia de fe como si fuera lo normal. Constituye una tragedia, sobre todo para quienes observan las formalidades de un ocasional culto religioso. Es cuando la fe no llega al compromiso, designado por Santiago como "fe sin obras". Muchos autocalificados "creyentes" no llegan a las obras de la fe y, por lo tanto, a vivificarla por la caridad. Grave situación, denunciada por el mismo Jesús: "Cuando el Hijo vuelva, ¿encontrará fe sobre la tierra?". Es preciso actualizar en la práctica de la fe, el fervor de Pentecostés. De esa manera, la eficacia del anuncio Pascual cobrará una nueva actualidad por la conversión, la santidad de los bautizados y la misión evangelizadora.
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