A su llegada el Papa confesó a quince sacerdotes, y a continuación compartió con los sacerdotes una meditación, de su puño y letra sobre “El progreso de la fe en la vida del sacerdote”, en la que enumeró una serie de pautas para recorrer el camino de formación constante y de madurez en la fe, válidas tanto para el discípulo, como para el misionero, el seminarista, el sacerdote o el obispo. “En el fondo -dijo- es ese círculo virtuoso al que se refiere el Documento de Aparecida que acuñó la fórmula de discípulos misioneros”.
Para vivir, crecer y perseverar en la fe hasta el final, -afirmó Francisco- debemos nutrirla con la Palabra de Dios y pedir al Señor que la acreciente. Es una fe que debe actuar por medio de la caridad, ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia. Y para explicarlo se apoyó en tres puntos clave: la memoria, la esperanza y el discernimiento del momento.
La memoria, como dice el Catecismo, está enraizada en la fe de nuestros padres y hacer memoria de las gracias pasadas otorga a nuestra fe la solidez de la encarnación y la coloca dentro de una historia: la historia de la fe de nuestros padres. Así, nosotros, rodeados de una tal multitud de testigos, mirando hacia donde ellos miraban, ponemos nuestros ojos fijos en Jesús, que da origen a la fe y la lleva a cumplimiento.
Por su parte, la esperanza es la que abre la fe a las sorpresas de Dios. “Nuestro Dios es siempre más grande de todo lo que podamos pensar e imaginar de Él, de lo que le pertenece y de su forma de actuar en la historia. La apertura de la esperanza confiere a nuestra fe frescura y horizonte”.
El discernimiento, en fin, es lo que concreta la fe, lo que la hace operosa por medio de la caridad, es lo que permite dar un testimonio creíble.
El discernimiento del momento oportuno (kairos), como observó el Santo Padre, es fundamentalmente rico de memoria y de esperanza porque recordando con amor fija con lucidez la mirada en lo que lleva mejor a la Promesa. Y lo que mejor lleva está siempre en relación con la cruz, con ese despojarse de la voluntad, con el drama interior del “no como yo quiero, sino como Tú quieras”, que pone en las manos del Padre y hace que sea Él quien guíe nuestra vida.
La segunda parte del discurso del Papa se centró en la figura de San Pedro, “pasado al cedazo”, por el Señor, para que con su fe confirmase a todos nosotros que amamos a Cristo sin haberlo visto. “La fe de Simón Pedro tiene un carácter especial: es una fe que fue sometida a pruebas y con ella tiene la misión de confirmar y de consolidar la fe de sus hermanos, nuestra fe”.
La fe de Simón Pedro tiene momentos de grandeza, como cuando confiesa que Jesús es el Mesías, pero a estos momentos le siguen casi inmediatamente otros de gran fragilidad, como cuando quiere alejar al Señor de la Cruz o cuando se hunde sin remedio en el lago, por no hablar de cuando lo niega tres veces.
La tentación está siempre presente en la vida de Simón Pedro. Nos enseña, en primera persona, como progresa la fe confesando y dejándose poner a prueba. Y mostrando, además que incluso el pecado entra en el progreso de la fe. Pedro cometió los peores pecados, renegó del Señor, y sin embargo lo hicieron Papa.
“Es importante para un sacerdote saber insertar las propias intenciones y pecados en el ámbito de la oración de Jesús para que nuestra fe no decaiga sino que se acreciente y madure, sirviendo para reforzar, a su vez, la fe de los que le fueron confiados”.
“Lo que ayuda en el crecimiento de la fe es tener juntos el pecado propio, el deseo del bien de los demás, la ayuda que recibimos y la que tenemos que dar nosotros. No sirve dividir: no vale sentirse perfectos cuando desarrollamos nuestro ministerio y, cuando pecamos, justificarnos por el hecho de que somos como todos los demás”, advirtió Francisco.
“Hace falta unir las dos cosas: si reforzamos la fe de los demás lo hacemos como pecadores. Y cuando pecamos nos confesamos por aquello que somos, sacerdotes, subrayando que tenemos una responsabilidad hacia los demás, no somos como todos. Estas dos cosas se unen bien si ponemos delante a la gente, nuestras ovejas, especialmente los más pobres. Es lo que hace Jesús cuando pide a Simón Pedro si le ama, pero no le dice nada ni del dolor ni de la alegría que este amor le causa, hace que mire a sus hermanos de este manera: apacienta mis ovejas; confirma la fe de tus hermanos”.
Nuestros antepasados decían que la fe crece haciendo actos de fe, comentó el pontífice. Y Simón Pedro es el icono del hombre al que el Señor Jesús hace hacer en todo momento actos de fe. Cuando Simón Pedro entiende esta dinámica, esta pedagogía del Señor, no pierde ocasión para discernir, en cada momento, cual acto de fe puede hacer. Y no se equivoca”.
“Cuando Jesús actúa como su amo, dándole como nombre “Pedro”, Simón deja que lo haga. Su “así sea” es silencioso, como el de san José, y se demostrará real en el curso de su vida. Cuando el Señor lo exalta y lo humilla, Simón Pedro no se mira a sí mismo, sino que está atento a aprender la lección de lo que viene del Padre y de lo que viene del diablo. Cuando el Señor lo regaña porque se ha enaltecido deja que lo corrija. Cuando el Señor lo humilla y le anuncia que renegará de Él, es sincero diciendo lo que siente, como lo será cuando llora amargamente y cuando se deja perdonar.
“Tantos momentos diferentes en su vida y, sin embargo, una lección única: la del Señor que confirma su fe para que él confirme la de su pueblo. Pidamos también nosotros a Pedro –concluyó el Papa- que nos confirme en la fe para que nosotros podamos confirmar la de nuestros hermanos”.+
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