A los 250 participantes, provenientes de 70 países, reunidos hasta el 31 de julio bajo el tema “Cuidar el don que hemos recibido y ofrecerlo con alegría”, Francisco destaca sobre todo el “don” y la “gracia” recibidos por el Señor a lo largo de los años y exhorta a todos a un “humilde agradecimiento”, porque, escribe, “Jesús lo ha notado y ha confiado en ustedes, independientemente de sus cualidades y virtudes”.
Esto, subraya, “supone un llamado y una responsabilidad, para salir de ustedes mismos e ir a encontrarse con los otros, para nutrirlos con el único pan capaz de satisfacer el corazón humano: el amor de Cristo”. Que la “ilusión gnóstica” auspicia el Papa en el Mensaje “no os desoriente”.
Francisco recuerda que en el centro de la “espiritualidad ignaciana” en la que está inspirada la comunidad, existe la voluntad de “ser contemplativos en la acción”. “La contemplación y la acción, las dos dimensiones juntas” es lo que señala el Papa para que “podamos entrar al corazón de Dios solo a través de las heridas de Cristo” y sabemos que Cristo –puntualiza– “está presente en los hambrientos, los ignorantes, los descartados, los ancianos, los enfermos, los prisioneros, y en toda la carne humana vulnerable”.
Este “estilo de vida cristiano”, señala Francisco, hecho con “intensa vida espiritual” y con “trabajo”, significa “dejarse moldear por el amor de Jesús, tener sus propios sentimientos, preguntándose constantemente a sí mismo: ¿qué hago para Cristo? ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?”.
Al final del Mensaje, el Papa agradece a los presentes “por la dedicación y el amor hacia la Iglesia y hacia los hermanos” y el coraje para “seguir haciendo presente a Cristo en sus respectivos entornos, dando un sentido apostólico en todas las actividades”.
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