Mons. Castagna: El Evangelio es la respuesta a las necesidades humanas
El prelado aclara que "nos equivocamos cuando intentamos atribuirle un poder mágico para el asombro, pero que no conduce a la conversión", porque "el signo milagroso no contribuye a otorgar poder sino a expresar la Verdad que debe regular la vida y el comportamiento de toda persona humana".
"Aquella muchedumbre -explica el prelado- se olvida del cansancio y del hambre, para ir en pos del Señor y hacer propia la Verdad que el Padre le ofrece por su intermedio. La Verdad es Cristo, que anticipa su verdadera eficacia salvadora con su palabra convincente y las curaciones milagrosas".
"Quienes pretenden hallar una imaginaria certeza filosófica no entenderán lo que ocurre en la intimidad del misterio cristiano y adoptarán esa ilusoria curiosidad intelectual como método cierto para identificar el bien y la verdad presuntos.
"El mundo -agrega- necesita identificar la verdad que busca, en Cristo crucificado. La Verdad que el mundo necesita conocer, para introducirse y vivir en ella, es el amor de Dios expresado en la crucifixión de su Hijo encarnado". "Hay hombres y mujeres que no logran explicar el porqué de su amargura y desilusión, de sus ganas de huir de la realidad y toman caminos equivocados".
Monseñor Castagna concluye su sugerencias homilética recordando "el fracaso de tantos proyectos revolucionarios en el campo de la política, de la ciencia y de la economía"...porque "no se atinó con la única Verdad necesaria".
Texto de las sugerencias homiléticas
El conocimiento de CristoEl Evangelio es la respuesta divina a las necesidades humanas. Nos equivocamos cuando intentamos atribuirle un poder mágico para el asombro, pero que no conduce a la conversión. Las enseñanzas del Maestro buscan el bien necesario: verdad y virtudes que logran del hombre el ser querido eternamente por Dios. El signo milagroso no contribuye a otorgar poder sino a expresar la Verdad que debe regular la vida y el comportamiento de toda persona humana. Así debe ser entendido este texto de San Juan. El conocimiento que el Apóstol “amado” posee de su Maestro lo coloca a la cabeza de los cristólogos de todos los tiempos. Escucharlo es nutrirse de su conocimiento de Cristo. La sublime herencia recibida junto a la Cruz constituye, para él y para todos, la mayor prueba de la predilección divina y del acceso al conocimiento del Hijo de Dios. Me refiero a María, señalada como Madre y pedagoga: “Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. (Juan 19,26-27). La devoción mariana, que adquiere dimensiones extraordinarias en la actualidad, indica la actividad de María como Madre de todos los hombres. Es de su Hijo agonizante de quien recibe esa singular misión.
Hambrientos de la Verdad
Para seguir a Jesús es preciso creer en Él. No dudar un instante de la eficacia de su acción redentora. Aquella muchedumbre se olvida del cansancio y del hambre, para ir en pos del Señor y hacer propia la Verdad que el Padre le ofrece por su intermedio. La Verdad es Cristo, que anticipa su verdadera eficacia salvadora con su palabra convincente y las curaciones milagrosas. En esta oportunidad multiplica los cinco panes de cebada y dos pescados para que coman “cinco mil hombres”, hasta su plena satisfacción: “Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron” (Juan 6,10-11). Creer en Cristo es adherirse a su Persona -que es el Verbo Eterno encarnado- y referir la propia vida a la Suya. Cuando cedemos a la pretensión de autorreferenciarlo todo -ser el único referente de nosotros mismos- lo que llamamos fe es una emoción transitoria y fugaz. La fe en Cristo produce un cambio sustancial, que nos capacita para pensar y actuar en plena sintonía con el Señor y Maestro. Eso es ser cristiano. Muy diverso de estar inscriptos en un club o en una ONG. Es una “forma de vida”, de escribir la auténtica historia personal y colectiva. Quienes pretenden hallar una imaginaria certeza filosófica no entenderán lo que ocurre en la intimidad del Misterio Cristiano y adoptarán esa ilusoria curiosidad intelectual como método cierto para identificar el bien y la verdad presuntos.
La Verdad que el mundo necesita conocer
El mundo necesita identificar la verdad que busca, en Cristo crucificado. ¡Qué bien lo entendieron los Apóstoles!, principalmente San Pablo, el enemigo de Jesús, a quien alcanzó la Verdad en las puertas de la ciudad de Damasco. A partir de entonces todo lo que Saulo consideraba “verdad” será eclipsado por quien es la Verdad. No querrá saber otra cosa que lo aleje de Cristo crucificado: “Al contrario, no quise saber nada fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado” (1 Corintios 2,2). La Verdad que el mundo necesita conocer, para introducirse y vivir en ella, es el amor de Dios expresado en la crucifixión de su Hijo encarnado. El corazón más petrificado no deja de enternecerse ante el espectáculo impresionante de la Cruz. En la historia de todos los santos, en especial de quienes han experimentado -desde distancias moralmente enormes- el llamado suplicante del Señor crucificado, se produce el paso del pecado a la santidad. ¿Qué pasó con Pablo y Agustín? Ejemplos particularmente destacados en el asombroso santoral de la Iglesia. El drama del regreso de ambos hacia la Casa del Padre, donde está la verdad familiar olvidada, ha sido doloroso y muy exigente. El Camino y la Verdad en la que ese regreso concluye, es Cristo.
¿Qué necesita el mundo?
En la observación de los acontecimientos lacerantes del mundo actual -nuestro mundo- aparece “lo único necesario” con rasgos existencialmente nostálgicos. La tristeza predominante, en grandes sectores de nuestra sociedad, no siempre exhibe una motivación definida y razonable. Hay hombres y mujeres que no logran explicar el porqué de su amargura y desilusión, de sus ganas de huir de la realidad. Toman caminos equivocados, formas extrañas de reconstruir desde los escombros, odres viejos reventados por causa de decisiones que intentan ser vinos nuevos. Como lo anticipábamos, el Evangelio exige corazones nuevos que hagan posible su auténtica novedad. ¡Cómo han emergido y fracasado tantos proyectos revolucionarios, en el campo de la política, de la ciencia y de la economía! No se atinó con la única Verdad necesaria.+
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