Francisco
La primera palabra es el nombre elegido por Jorge Bergoglio la tarde de su elección: Francisco. Y, como él mismo lo explicó días después, por Francisco de Asís. Ese nombre indica muchas cosas. Habla, sobre todo, del Evangelio de Jesús vivido radicalmente. Por eso, en el nombre elegido por el nuevo Papa se encerraba también un programa de reforma evangélica de la vida cristiana, cuya honda expansiva alcanza, sacude todo el edificio de la Iglesia.
Pobres
“No te olvides de los pobres”, le dijo el cardenal brasileño Hummes que se sentaba junto a él en el cónclave. “¡Cómo desearía una Iglesia pobre para los pobres!”, añadió él mismo días más tarde. Por ahí pasa la reforma de Francisco, como antes la del pobre de Asís: abrazar la pobreza para ser libres y poder sentirse hermano de todos, especialmente de los pobres. No podía ser otra la misión de un obispo proveniente del tercer mundo.
Misericordia
La misión de la Iglesia no es condenar -confió en una entrevista- sino hacer posible el encuentro con las vísceras de misericordia de nuestro Dios. De ahí, otras dos palabras que modulan la anterior: ternura y compasión. La Iglesia ha de vivir su misión, en este mundo lacerado, como el buen samaritano que hace todo y más para sanar a los heridos.
Misión
Con todas sus derivaciones y modulaciones posibles, la más famosa de todas: “Iglesia en salida”. Lo contrario es una comunidad cristiana que se mira a sí misma y se enferma. Por eso, una Iglesia que busca por las calles, que llama y que anuncia la esperanza que le ha sido confiada. Es cierto: el Papa no viene a la Argentina, pero los argentinos (al menos algunos), sin dejar de sentir un poquito de nostalgia, lo sostenemos en sus peregrinaciones al corazón del dolor humano. Miremos qué países ha elegido para visitar. Eso cuenta.
Alegría
La alegría del Evangelio y la alegría del amor, como nota distintiva de una genuina experiencia cristiana. Según la tradición teológico espiritual de la Iglesia, apoyada en la Escritura, la alegría es signo de la presencia consoladora del Espíritu en el alma y fruto maduro del amor y de la esperanza de la fe. En otras palabras: del encuentro con Jesucristo vivo. Conocerlo a Él y darlo a conocer es el mayor gozo de la Iglesia, parafraseando Aparecida. Una alegría que se transmite con gestos humanos, sencillos y que no necesitan demasiada solemnidad ni explicación. A beber en esa fuente nos está invitando, una y otra vez, el mensaje de Francisco.
“Se podrían añadir más”, señaló el obispo de San Francisco y comentó: “Por ejemplo, ¿qué palabra recogería la rica enseñanza de ‘Laudato si’? ¿Y qué decir sobre el discernimiento que refleja la solidez de la herencia de Ignacio como modo de pensar y de actuar?”.
“Él mismo nos ha indicado algunas palabras de innegable peso espiritual y teológico, para comprender el misterio de la Iglesia: comunión, sinodalidad, colegialidad. Podríamos seguir, pero aquí me detengo”, expresó.
Monseñor Buenanueva afirmó que “las palabras son siempre necesarias para acercarnos al misterio que es cada persona. Si las usamos como etiquetas, degradan su función, pues terminan ofreciendo una caricatura de la realidad”.
Las palabras, “han de quedar siempre abiertas, como señales que indican la dirección correcta, estimulan a caminar y, en el caso de los que nos sabemos enriquecidos por la visita de la Palabra de Dios encarnada, a seguir buscándolo a Él en el camino de nuestra vida”, aseguró.
Para el obispo, estas claves “con las que intentamos comprender lo que están significando estos cuatro años del ministerio del papa Francisco se entrecruzan con aquellas que cada Iglesia particular y cada discípulo de Cristo ha de buscar para ser fieles al Evangelio, aquí y ahora”.
“Jesús sigue llamando a Pedro para que confiese la fe y, así, confirme la fe de sus hermanos”, concluyó.+
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