“Con su muerte, Cristo ha destruido la muerte”, comienza el obispo su reflexión, y asegura que “de su mano, podemos trasponer ese último e inquietante umbral”.
El prelado expone pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que contribuyen a la afirmación de que Cristo “descendió a los infiernos”. En dicha afirmación, que cada domingo confesamos creer al recitar el Credo, monseñor Buenanueva recuerda que “estamos haciendo nuestras estas palabras luminosas de las Escrituras”.
Cada domingo, cuando recitamos el Credo, confesamos creer en Cristo que “descendió a los infiernos”, estamos haciendo nuestras estas palabras luminosas de las Escrituras, añade el obispo, y aclara que “la palabra ‘infiernos’ no indica la condenación eterna para el hombre que libre y obstinadamente se cierra a Dios”, sino que “indica el reino de la muerte”. Es la concepción que los antiguos tenían del mundo en tres planos, detalla monseñor Buenanueva: “El cielo, donde Dios habita; la tierra, donde estamos los hombres; y los abismos o regiones inferiores (de ahí: infiernos), donde habitan los muertos”.
“El mensaje de la fe no tiene nada que ver ni con la astronomía ni con la geología. Esas imágenes ilustran una dimensión fundamental de la misión salvadora de Cristo”, afirma el obispo. “El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención”, agrega, citando el Catecismo de la Iglesia Católica.
“Este artículo de nuestra fe contiene dos enseñanzas fundamentales”, expone el prelado: “Ante todo, que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha experimentado realmente la muerte humana y ha sufrido ‘el radical abandono y la soledad de la muerte, que vivió la experiencia del absurdo, de la noche y, en este sentido, del infierno que amenaza al hombre’”, explica, y añade que “en su Encarnación, ha sentido realmente, y con una profundidad inigualable, el peso de la muerte”.
En la Cruz, “Jesús, el Cordero Inocente, experimenta el silencio de Dios, solidario con los pecadores, pero, precisamente en medio de esa oscuridad, vive la entrega y confianza más radical a su Padre. Así, destruye el poder de la muerte. Nos salva”, asegura el prelado.
En segundo lugar, continúa el pastor de San Francisco, “Cristo ha bajado hasta la oscuridad del reino de la muerte para llevar vida a todos los hombres, también a los justos muertos antes de su venida”.
Pero hay un tercer aspecto, aclara el prelado, “una aplicación espiritual de esta doctrina: los seres humanos, ya en esta vida mortal, podemos bajar muchas veces al reino de la muerte. ¿No es eso el pecado?”, plantea. “La vida tiene muchas horas oscuras, como de muerte. No hay oscuridad que no pueda ser alcanzada por la luz del amor de Dios que ha resucitado a Cristo. No tenemos que esperar la hora de la muerte para escuchar: ‘Levántate, vayámonos de aquí’. En la palabra del perdón que el sacerdote nos ofrece, en el sacramento de la reconciliación, esa palabra alcanza eficazmente nuestra propia vida. La fe en Jesucristo es portadora de esperanza”, concluye.+
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