En su reflexión sobre el cuarto domingo durante el año, el obispo de Mar del Plata, monseñor Gabriel Mestre, explicó que el gesto del Señor, “la liberación de un hombre poseído de un espíritu impuro”, “representa realmente el poder de Dios sobre el mal, sobre todo tipo de mal. El mal no tiene la última palabra, sino que la última palabra la tiene Dios que siempre triunfa sobre el mal en todas sus formas”, aseguró.
“Jesús enseña de una manera nueva, llena de autoridad”, explicó monseñor Mestre y señaló que “hasta ese momento el criterio de autoridad entre los maestros de la ley de Israel estaba dado por su conocimiento teórico de la Escritura y sobre la tradición de interpretación de la misma. Aquel que más podía argumentar en estas cuestiones era el que tenía más autoridad”. “El Señor cambia la perspectiva y la gente lo capta muy bien. La autoridad de Jesús se da porque aquello que anuncia se cumple, lo que proclama se realiza, la palabra tiene su correlato en el hecho: anuncia el Reino en sus dichos y él hace presente el poder del Reino en los milagros que realiza”, aseguró.
“Palabra y obras van de la mano. Este criterio nuevo de autoridad en nuestros tiempos lo llamaríamos coherencia. El Señor, el Mesías esperado, es absolutamente coherente y, por eso, tiene autoridad indiscutible para aquel que tiene el corazón abierto al don de la fe”, puntualizó y propuso “tres puntos, tres grandes cuestionamientos para orar y dejar que la Palabra de Dios escrita haga eco en nuestros corazones, sintetizados en tres palabras acompañadas del término autoridad: espacios, ejercicio y quién”:
Los espacios de autoridad
El ejercicio de la autoridad y del poder es algo inherente a la vida. No es malo en sí mismo. Es más, es justo y necesario. No puede haber organización mínima en una familia y en una pequeña o gran comunidad si no existen formas de ejercicio de autoridad y de poder. A veces son los roles y funciones las que marcan este ejercicio: el padre o madre, el coordinador, el animador, el jefe, etcétera. En otros casos, son las coyunturas las que van señalando el ejercicio de la autoridad: la enfermedad de una persona en el núcleo familiar, el debilitamiento del que tiene la responsabilidad de coordinar o animar, etc. Este no es un tema menor. Muchos de los conflictos vinculares parten de situaciones que tienen que ver con el ejercicio de la autoridad y el poder. Todos, inexorablemente todos, desde el momento que comenzamos a tener conciencia subjetiva, ejercemos de una u otra forma la autoridad y el poder. Hagamos un sereno diagnóstico sobre nuestros espacios de poder y autoridad.
El ejercicio de la autoridad
Una vez que hacemos el diagnóstico del dónde y sobre quiénes ejercemos la autoridad, nos preguntamos cómo la estamos ejerciendo. Entonces nos confrontamos así con el modelo de autoridad de Jesús. El Señor no se impone por autoritarismo, ni por gritos y violencia, ni por mutismos y ausencias, ni por caprichos y presiones... Jesús tiene autoridad por su coherencia de vida. Este debe ser nuestro modelo. En el Señor “del dicho al hecho no hay un largo trecho”. Al contrario, no hay distancias: en Jesús palabras y obras tienen un correlato absoluto. Esta es la forma de autoridad que tenemos que ejercer hoy los discípulos del Señor.
¿Quién tiene autoridad sobre mi vida?
La respuesta es obvia para un discípulo del Señor: Jesús tiene autoridad sobre mi vida. Sin embargo, no siempre lo tenemos tan claro en medio de las situaciones cotidianas. Por eso debemos darle autoridad a Jesús sobre nuestro corazón, para que Él con su poder expulse los espíritus impuros de nuestra vida. Que Jesús tenga poder y autoridad sobre nuestra vida en gran parte depende de nosotros dado que Dios se “somete” a nuestra libertad para que lo podamos elegir, para que lo dejemos entrar en nuestro corazón. En muchas circunstancias pareciera que tiene más autoridad en nuestra vida un mal pensamiento, el efecto indiscriminado de los medios de comunicación social o la novelita de la tarde. ¡Qué Jesús tenga autoridad en nuestra vida! +
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