En sus palabras, el Santo Padre hizo mención especial de Santo Toribio de Mogrovejo, patrono del episcopado latinoamericano, y exhortó a “mirar a nuestras raíces” para crecer hacia arriba y dar fruto.
Francisco recordó que la vocación “es memoriosa” porque sabe reconocer “que ni la vida, ni la fe, ni la Iglesia comenzó con el nacimiento de ninguno de nosotros: la memoria mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el paso de Dios por la vida de su pueblo”.
“Nosotros, consagrados, no estamos llamados a suplantar al Señor, ni con nuestras obras, ni con nuestras misiones, ni con el sinfín de actividades que tenemos para hacer”, advirtió el Papa, y añadió que “simplemente se nos pide trabajar con el Señor, codo a codo, pero sin olvidarnos nunca de que no ocupamos su lugar”.
“Y esto no nos hace «aflojar» en la tarea evangelizadora, por el contrario, nos empuja y nos exige trabajar recordando que somos discípulos del único Maestro. El discípulo sabe que secunda y siempre secundará al Maestro. Y esa es la fuente de nuestra alegría. La alegre conciencia de sí mismo”, continuó.
“¡Reíte, rían en comunidad y no de la comunidad o de los otros! Cuidémonos de esa gente tan pero tan importante que, en la vida, se han olvidado de sonreír”, señaló.
Luego, el Papa recetó a los consagrados “dos pastillas que ayudan mucho”: la primera, “hablá con Jesús, con la Virgen en la oración”; la segunda “la podés hacer varias veces al día”, aclaró, “mírate al espejo”, pidió, porque el espejo “acá sirve como cura”.
Francisco se refirió también a “la hora del llamado”, y recordó que “el encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después”, por eso “hace bien recordar siempre esa hora, ese día clave para cada uno de nosotros en el que nos dimos cuenta, en serio, de que esto que yo sentía no eran ganas o atracciones sino que el Señor esperaba algo más. Y cada uno se puede acordar. Ese día me di cuenta”.
“Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas fundamentales dejamos de lado lo más valioso que un consagrado puede tener: la mirada del Señor”.
“¡Déjate mirar por Él! Es de lo más valioso que un consagrado tiene, la mirada del Señor”, afirmó.
“Nos hace bien recordar que nuestras vocaciones son una llamada de amor para amar, para servir, no para sacar tajada para nosotros mismos. ¡Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, no fue por ser más numerosos que los demás, pues son el pueblo más pequeño, sino por amor!”, animó el Pontífice, y llamó a no “creérsela”.
“Los exhorto, por favor, a no olvidar, y mucho menos despreciar, la fe fiel y sencilla de vuestro pueblo. Sepan acoger, acompañar y estimar el encuentro con el Señor. No se vuelvan profesionales de lo sagrado olvidándose de su pueblo, de donde los sacó el Señor: de detrás del rebaño como dice el Señor a su elegido en la Biblia”, pidió Francisco.
“Recordar la hora del llamado, hacer memoria alegre del paso de Jesucristo por nuestra vida, nos ayudará a decir esa hermosa oración de San Francisco Solano, gran predicador y amigo de los pobres, ‘Mi buen Jesús, mi Redentor y mi amigo. ¿Qué tengo yo que tú no me hayas dado? ¿Qué sé yo que tú no me hayas enseñado?’”, agregó.
“La fe en Jesús se contagia”, aseguró el Papa, y advirtió que “si hay un cura, un obispo, una monja, un seminarista, un consagrado, que no contagia, es un aséptico, es de laboratorio: que salga y se ensucie las manos un poquito y ahí va a comenzar a contagiar el amor de Jesús”, sostuvo.
“Jesús nos envía a ser portadores de comunión, de unidad, pero tantas veces parece que lo hacemos desunidos y, lo que es peor, muchas veces poniéndonos zancadillas unos a otros ¿o me equivoco? Agachemos la cabeza y cada vez ponga dentro del propio sayo lo que le toca”, pidió.
“Sólo el Señor tiene la plenitud de los dones, solo Él es el Mesías. Y quiso repartir sus dones de tal forma que todos podamos dar lo nuestro enriqueciéndonos con los de los demás. Hay que cuidarse de la tentación del «hijo único» que quiere todo para sí, porque no tiene con quién compartir. Malcriado el muchacho”, insistió.
“No caigamos en la trampa de una autoridad que se vuelva autoritarismo por olvidarse que, ante todo, es una misión de servicio. Los que tienen esa misión de ser autoridad, piénselo mucho. En los ejércitos hay bastante sargentos no hace falta que se nos metan”, continuó.
“Que esta memoria deuteronómica nos haga más alegres y agradecidos para ser servidores de unidad en medio de nuestro pueblo. Déjense mirar por el Señor, vayan a buscar al Señor, la memoria, mírense al espejo de vez en cuando y que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Y de vez en cuando, como dicen en el campo, échenme un rezo”, concluyó. +
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