“Quisiera agradecerles especialmente todo lo que hacen para promover la centralidad y la dignidad de la persona humana dentro de las instituciones y de los modelos económicos, y para llamar la atención sobre la difícil situación de los pobres y los refugiados, de los que se olvida a menudo la sociedad –dijo el Santo Padre- Cuando ignoramos el grito de tantos hermanos y hermanas nuestros de todas las partes del mundo, no sólo les negamos los derechos y los valores que han recibido de Dios, sino que también rechazamos su sabiduría y les impedimos ofrecer al mundo sus talentos, su tradiciones y sus culturas. Estos comportamientos aumentan el sufrimiento de los pobres y de los marginados, y nosotros mismos nos empobrecemos, no sólo material, sino moral y espiritualmente”.
“Nuestro mundo está marcado por una gran inquietud –observó- La desigualdad entre los pueblos sigue creciendo y muchas comunidades se ven afectadas directamente por la guerra y la pobreza o por la salida forzada de los migrantes y prófugos. La gente quiere hacer oír su voz y expresar sus preocupaciones y temores. Quiere dar su contribución legítima a las comunidades locales y a la sociedad en general, y beneficiarse de los recursos y del desarrollo, demasiado a menudo limitados a unos pocos. Este hecho, si por una parte puede crear conflictos y dejar al desnudo los muchos sufrimientos de nuestro mundo, también nos permite comprender que estamos viviendo un momento de esperanza. Porque cuando reconocemos finalmente el mal en medio de nosotros, podemos procurar sanarlo aplicando las curas adecuadas”.
“Precisamente la presencia de ustedes aquí es hoy un signo de esa esperanza, porque demuestra que reconocéis los problemas que enfrentamos y la necesidad de actuar con decisión. Esta estrategia de renovación y esperanza requiere una conversión institucional y personal; un cambio del corazón que otorgue la primacía a las expresiones más profundas de nuestra humanidad común, de nuestras culturas, de nuestras creencias religiosas y de nuestras tradiciones”.
Esta renovación fundamental “no debería afectar simplemente a la economía de mercado, a las cuentas que hay que cuadrar, al desarrollo de las materias primas y a las mejoras en la infraestructura. No, de lo que estamos hablando es del bien común de la humanidad, del derecho de toda persona a participar en los recursos de este mundo y de tener las mismas oportunidades para desarrollar todo su potencial, el potencial de que en última instancia se basa en la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza”.
Francisco subrayó que el mayor desafío estriba en “responder a los niveles globales de injusticia mediante la promoción de un sentido de responsabilidad local, todavía más, personal, para que nadie quede excluido de la participación social. Por lo tanto, la pregunta que debemos plantearnos es cuál es la mejor manera de animarnos unos a otros y animar a nuestras respectivas comunidades para responder al sufrimiento y las necesidades que vemos, tanto lejos como cerca de nosotros. La renovación, la purificación y el fortalecimiento de modelos económicos sólidos depende de nuestra conversión personal y de nuestra generosidad hacia los necesitados”.
“Los animo a continuar el trabajo que han comenzado en este Foro y a buscar formas cada vez más creativas de transformar las instituciones y las estructuras económicas para que respondan a las necesidades de nuestra época y estén al servicio de la persona humana, especialmente de aquellos que están marginados y excluidos”, añadió el Papa asegurando a los presentes que rezaba también para que pudieran involucrar en sus esfuerzos a aquellos que quieren ayudar. "Denles voz, -exclamó- escuchen sus historias, aprendan de sus experiencias y entiendan sus necesidades. Vean en ellos a un hermano y a una hermana, a un hijo y a una hija, a una madre y a un padre. Entre los retos de hoy, mirar el rostro humano de aquellos que sinceramente desean ayudar”.
“Les garantizo mi oración para que sus esfuerzos den frutos y el compromiso de la Iglesia Católica de convertirse en la voz de los que de otro modo serían silenciados”, concluyó el pontífice ,dándoles la bendición e invocando sobre ellos y sus familias los dones de la sabiduría, la fortaleza y la paz”.+
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