Comentando las palabras de Jesús cuando dice dice: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense, porque tendrán una gran recompensa en el cielo”, el arzobispo emérito de Corrientes dice que "estas palabras de Cristo son tomadas a la chacota por una sociedad culturalmente prejuiciada contra el contenido de su enseñanza. Es una forma de marginación a que es sometido el Señor y sus seguidores, mientras “el pecado del mundo” no sea eliminado y el amor no haya vencido definitivamente al odio.
Seguidamente el prelado sostiene que Jesús reformula el precepto del amor, llevándolo a su cumplimiento: “Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo”.
"Las bienaventuranzas -agrega monseñor Castagna- son la “carta magna” del Reino de Dios, que Jesús anuncia y establece. Las leemos y enseñamos incorrectamente cuando la fe no constituye su clave de interpretación. El discurso de las bienaventuranzas es duro para el entendimiento del común de los mortales. Es imprescindible ser creyentes, lo que incluye mucho más que un acuerdo intelectual con el Maestro; puede darse cierta gradualidad en la comprensión de la doctrina del Señor. Basta observar los esfuerzos ecuménicos que se requieren para llegar a una aproximada unidad de pensamiento".
Por último el prelado correntino asevera que "la fe que no se expresa en el amor, no sirve como acceso a la Verdad (a Dios). A Cristo, si no lo escuchamos con amor, no llegaremos a entenderlo y a comprender lo que nos enseña. Ello significa que existe una acción preevangelizadora que no debe ser descuidada. Me refiero a la sintonía con su Espíritu mediante la fe. Para llegar a ella será preciso que los creyentes hagan de la fe un verdadero estilo de vida, una cultura. La adhesión a la Persona de Jesús requiere del ministerio de la Iglesia: de la esmerada predicación, de la catequesis, de la celebración sacramental y del compromiso caritativo hacia los pobres y necesitados. Sólo entonces se estará en condiciones de adoptar la espiritualidad de las bienaventuranzas como “Carta Magna” de la vida cristiana.+
Texto completo de las sugerencias para la homilía dominical
1.-La felicidad de los desafortunados.
Extraña valoración la del Evangelio. Así lo entiende el mundo. Lo que es considerado infortunio recibe una calificación opuesta. Es como si dijéramos: “Felices los infelices”. Responde a una visión que se opone a otra visión. La del mundo, marcada por la intrascendencia y, en consecuencia, por la insatisfacción y la urdimbre espesa de ambiciones inconsistentes. La de Dios, de la que Cristo es fiel testigo, se proyecta como realización del amor. La oposición engendra cruces entre las personas, entre las instituciones y pueblos. De parte del mundo se producirá un ataque sistemático muy violento- es el pecado del mundo- consecuencia del egoísmo y del odio. Jesús lo anticipa al concluir la exposición de las “Bienaventuranzas”: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo" (Mateo 4,11-12). Estas palabras de Cristo son tomadas a la chacota por una sociedad culturalmente prejuiciada contra el contenido de su enseñanza. Es una forma de marginación a que es sometido el Señor y sus seguidores, mientras “el pecado del mundo” no sea eliminado y el amor no haya vencido definitivamente al odio.
2.-Jesús reformula el precepto del amor.
Se está jugando el destino final de la humanidad en una lucha, aparentemente desigual, entre los hijos de la Luz y los hijos de las tinieblas. Pero el amor siempre termina venciendo al odio y a la violencia, como la luz disipa las tinieblas. El vencedor parece sucumbir bajo el poder de quienes son los verdaderos derrotados. De esa manera debemos interpretar el acontecimiento de la crucifixión de Jesucristo. Vence mediante un acto de amor, soportando pacientemente a quienes lo odian, hasta el extremo de hacerlo perecer en la Cruz. El amor a los enemigos como principio moral de quienes intentan orientar sus vidas evangélicamente, necesita una evolución, no gradual sino cualitativa, desde el Antiguo al Nuevo Testamento. El precepto del amor es reformulado por Jesús, llevándolo a su cumplimiento: “Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo” (Mateo 5,43-44). Según los comentaristas no existe en el Antiguo Testamento esa expresión de “odio a los enemigos”, pero, sí se advierte que el precepto del amor al prójimo no es aplicado por Israel a sus enemigos (Libro del Pueblo de Dios). Jesús corrige esa concepción y lleva a su perfección el precepto. Recordemos que vino a cumplir la Ley, no a abolirla: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5,17). La rigurosa preceptiva humana de aquellos conciudadanos suyos, respondía a la falta de inteligencia de las Escrituras, sobre todo cuando negaba el mandamiento divino.
3.-La Carta Magna del Reino.
Hoy pasa lo mismo. Las bienaventuranzas se constituyen en la “carta magna” del Reino de Dios, que Jesús anuncia y establece. Las leemos y enseñamos incorrectamente cuando la fe no constituye su clave de interpretación. En oportunidades precedentes hemos recordado la severa advertencia del Señor sobre la pérdida de la fe. Constituye el mal del mundo o la más grande oposición a la presencia del Salvador en su historia. Por ello, el mayor desafío que los bautizados enfrentan, es cultivar la fe y transmitir su contenido al propio entorno social. Es la manera de transmitir la fe de generación en generación, de lo contrario se la desvitaliza, pierde o corrompe. Estimo que debe preocuparnos la actual incapacidad de transmitir la fe, especialmente a través de su más antiguo y tradicional vehículo: la familia. Es difícil entender la pérdida real de los valores que, en otros tiempos, fueron la garantía de una vida auténticamente cristiana. Esa lamentable descristianización halla su causa en una acción evangelizadora débil, proveniente del escaso testimonio de santidad de los mismos cristianos. Me refiero a todos los bautizados -por el hecho de serlo- recorriendo las distintas misiones y funciones que desempeñan, dentro y fuera de los márgenes institucionales de la Iglesia. El discurso de las bienaventuranzas es duro para el entendimiento del común de los mortales. Es imprescindible ser creyentes,lo que incluye mucho más que un acuerdo intelectual con el Maestro; puede darse cierta gradualidad en la comprensión de la doctrina del Señor. Basta observar los esfuerzos ecuménicos que se requieren para llegar a una aproximada unidad de pensamiento.
4.-La necesaria adhesión personal a Cristo.
La fe cristiana consiste en una adhesión personal a Jesús: Palabra encarnada. Así lo entiende Pedro y lo confirma el mismo Señor: “Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Juan 6,68-69). La fe que no se expresa en el amor, no sirve como acceso a la Verdad (a Dios). A Cristo, si no lo escuchamos con amor, jamás llegaremos a entenderlo y a comprender lo que nos enseña. Ello significa que existe una acción preevangelizadora que no debe ser descuidada. Me refiero a la sintonía con su Espíritu, mediante la fe. Para llegar a ella será preciso que los creyentes, como ocurrió con los Apóstoles y discípulos, logren hacer de la fe un verdadero estilo de vida, una cultura. La adhesión a la Persona de Jesús requiere del ministerio de la Iglesia: de la esmerada predicación, de la catequesis, de la celebración sacramental y del compromiso caritativo hacia los más pobres y necesitados. Sólo entonces se estará en condiciones de adoptar la espiritualidad de las bienaventuranzas como “Carta Magna” de la Vida cristiana.+
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