Recordarán a Mons. Francisco Berisso a 10 años de su muerte
Con tal motivo, ese día el presbítero Gabriel Luciano Favero presidirá una santa misa a las 19 en la parroquia Virgen Madre, de la localidad de Sarandí (avenidas Roca y Debenedetti), de la que el recordado sacerdote era párroco cuando falleció.
Al informar de las exequias de monseñor Berisso, AICA publicó la siguiente reseña de la personalidad del recordado y querido padre Berisso.
Su personalidad
Monseñor Francisco Carlos Berisso nació el 15 de mayo de 1923, en el seno de una familia cuya madre le enseñó, junto con los primeros balbuceos, a rezar el Ave María. Por eso no fue nada extraño que desde su niñez manifestara el deseo de ser sacerdote.
Comenzó el camino del seguimiento de Jesús en la respuesta a la vocación sacerdotal en el Seminario Mayor San José, de La Plata, donde recibió la ordenación presbiteral el 20 de diciembre de 1947.
Los comienzos de su ministerio sacerdotal tuvieron que ver con las parroquias San José de La Plata, la Sagrada Familia de Berazategui, la Asunción (hoy catedral) de Avellaneda, en las que se desempeñó como vicario parroquial. Fue también capellán de la cárcel de Olmos y asesor eclesiástico de la Juventud Obrera Católica (JOC).
En 1962 el primer obispo de Avellaneda, monseñor Emilio Antonio Di Pasquo, uno de los fundadores de la JOC en la Argentina, le asignó al padre Berisso la parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús, una parroquia netamente obrera, donde desarrolló todas sus capacidades a lo largo de más de treinta años, sobre todo en el campo de la educación.
Su nombre quedará para siempre vinculado a la obra del colegio parroquial Santa Teresita, a Ruca Lauquen en La Lucila del Mar, y últimamente, desde 1999, como párroco de Virgen Madre, fruto de su acción pastoral incansable, y la obra Betania, tan querida por él.
A estas responsabilidades pastorales añadía desde hace treinta años la de capellán de las Hermanas Vicentinas de Zagreb, del colegio Cristo Rey de Dock Sud.
En 1988 fue distinguido por Juan Pablo II con el título de Prelado de Honor de Su Santidad.
Los que lo conocieron desde su juventud señalan como cualidades características suyas la fidelidad en el compromiso asumido, la obediencia, porque nunca pretendió separar el seguimiento de Jesús de la adhesión a la Iglesia, el desprendimiento con respecto a bienes y honores, y una intrépida confianza en la Divina Providencia.
El padre Berisso y el apostolado obrero
En 1944 los presbíteros Emilio Antonio Di Pasquo y Enrique Rau, con el tiempo ambos obispos, y el presbítero Agustín Elizalde, fundador de los Oblatos Diocesanos, trajeron a la Argentina la Juventud Obrera Católica (JOC), un movimiento internacional nacido en la década del 30 en Bélgica, por iniciativa de José Cardijn, un humilde sacerdote cuyo padre murió en una mina de carbón.
Ante el cadáver de su padre, Cardijn prometió dedicar su vida al apostolado de la juventud obrera. Hacía poco que Pío XI había dicho que el gran escándalo en la Iglesia del siglo XX era la pérdida de la clase obrera. Cardijn sostenía que sólo los jóvenes obreros bien formados y ayudados por un movimiento apostólico, serían los salvadores de sus hermanos de clase.
Estas ideas, transmitidas en el seminario de La Plata por su vicerrector, el padre Rau, entusiasmaron a un importante grupo de seminaristas, entre los que estaba el joven Berisso, que se nuclearon en el Centro de Estudios Jocistas (CEJ), donde se preparaban para el apostolado especializado obrero. Bajo la tutela del padre Rau, el CEJ recibió lecciones sobre diversas disciplinas de figuras de renombre como monseñor Juan Straubinger, o de jóvenes sacerdotes como Raúl Francisco Primatesta, Antonio Quarracino, Eduardo Francisco Pironio o Ernesto Segura.
El día de su ordenación sacerdotal, el padre Berisso recibió como regalo de su tío un pequeño automóvil Fiat. Al igual que el Padre Brochero en su mula malacara, el padre Berisso con su “fitito” derrochó energía y entusiasmo sacerdotal juvenil visitando los grupos de la JOC que se extendían desde La Plata a Avellaneda y otras localidades del cinturón industrial del Gran Buenos Aires, animando, confesando e invitando a jóvenes obreros, muchachos y chicas, a incorporarse al nuevo movimiento que en un momento histórico del país logró hacer de la fábrica un templo y de la máquina un altar.
Cuántos jóvenes trabajadores, hoy padres de familia o abuelos, le deben al padre Berisso el haber descubierto el don de la fe y reingresado a la Iglesia de su bautismo y primera comunión a través de la JOC que conocieron por el entusiasmo contagiante y la cautivadora simplicidad del joven padre Berisso.
Esta fue una faceta de la vida del padre Berisso, casi desconocida para las nuevas generaciones, que su regreso a la Casa del Padre me dio la ocasión de extraer del baúl de mis recuerdos para que no se pierda la memoria de un apóstol de la clase obrera en Avellaneda.+ (Miguel Woites)
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