“En estas semanas de preocupación por la pandemia que está haciendo sufrir tanto al mundo – dijo Francisco - hay muchas preguntas que nos hacemos, y que también pueden ser sobre Dios: ¿qué hace Él frente a nuestro dolor? ¿Dónde está cuando todo sale mal? ¿Por qué no nos resuelve los problemas de prisa? Son las preguntas que nos hacemos sobre Dios”.
“Nos va a ayudar el relato de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos. En efecto, allí también asoman muchos interrogantes. La gente, tras haber recibido a Jesús triunfalmente en Jerusalén, se preguntaba si él habría de liberar finalmente al pueblo de sus enemigos. Esperaban un Mesías poderoso y triunfador, con la espada. Y en cambio, llega uno que es manso y humilde de corazón, que llama a la conversión y a la misericordia. Y es precisamente esta multitud, que antes lo había alabado, la que grita: «¡Que sea crucificado!».
Los que lo seguían, confundidos y aterrorizados, lo abandonan. Pensaban: si la suerte de Jesús es esta, Él no es el Mesías, porque Dios es fuerte e invencible. Sin embargo, si seguimos leyendo el relato de la Pasión, encontramos un hecho sorprendente. Cuando Jesús muere, el centurión romano, que no era creyente, era pagano, y que lo había visto sufrir en la cruz, que lo había escuchado cuando dijo que perdonaba a todos, que había tocado con la mano su amor inconmensurable, dice: «Realmente este hombre era el Hijo de Dios». Dice lo contrario de lo que dicen los demás. Dice que allí está Dios de verdad”.
“Hoy, podemos preguntarnos: ¿cuál es el rostro verdadero de Dios? Generalmente nosotros proyectamos en Él lo que somos, elevado a la máxima potencia: nuestro éxito, nuestro sentido de justicia y también nuestra indignación. Sin embargo, el Evangelio nos dice que Dios no es así. Es distinto, y no podemos conocerlo con nuestras propias fuerzas. Por eso él se acercó a nosotros, vino a nuestro encuentro y justamente, en Pascua, se reveló por completo. ¿Dónde? En la cruz. Allí se nos enseñan los rasgos del rostro de Dios.
No olvidemos que la cruz es la cátedra de Dios. Nos hará bien detenernos a mirar al Crucificado, en silencio, y ver quién es nuestro Señor: es Aquél que no levanta el dedo acusador contra nadie, ni siquiera contra los que lo están crucificando, sino que abraza a todos; él no nos aplasta con su gloria, se deja despojar por nosotros; no nos ama de palabra, nos da la vida en silencio; no nos constriñe, nos libera; no nos trata como a extraños, carga sobre sí nuestro mal, nuestros pecados”.
“Y es por eso, para liberarnos de los prejuicios sobre Dios, que miramos al Crucificado. Y luego abrimos el Evangelio. En estos días de cuarentena, en casa, encerrados, hagamos estas cosas: miremos el crucifijo y abramos el Evangelio. Será una liturgia doméstica”.
“En el Evangelio leemos que cuando la gente va a ver a Jesús para hacerlo rey, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes, él se retira. Y cuando los demonios quieren revelar su majestad divina, Él los hace callar. ¿Por qué? Porque Jesús no quiere que se lo malinterprete, no quiere que la gente confunda al Dios verdadero, que es amor humilde, con un dios falso, un dios mundano que monta un show y se impone con la fuerza”.
“En cambio, en el Evangelio, ¿cuándo se proclama solemnemente la identidad de Jesús? Cuando el centurión dice: ‘Realmente este era el Hijo de Dios’. Se dice ahí, apenas ha dado la vida en la cruz, porque uno ya no puede equivocarse: se ve que Dios es omnipotente en el amor, y no de otro modo. Es su naturaleza, él es así. Él es amor. Y tú podrías objetar: ¿Para qué necesito un Dios tan débil? Que muere. ¡Preferiría un dios fuerte y poderoso! Pero el poder de este mundo pasa, y el amor permanece. Solo el amor custodia la vida que tenemos, porque abraza nuestras fragilidades y las transforma. Es el amor de Dios, que en Pascua sana nuestro pecado con su perdón, que ha hecho de la muerte un pasaje a la vida, que ha mudado nuestro miedo en confianza; nuestra angustia, en esperanza”.
“La Pascua nos dice que Dios puede transformar todo en un bien. Que con Él realmente podemos confiar en que todo irá bien. Y esto no es una ilusión, porque la muerte y la resurrección de Jesús no son una ilusión. Es por eso que en la mañana de Pascua se nos dice: «¡No tengan miedo!». Y las angustiantes preguntas sobre el mal no se desvanecen de golpe, sino que encuentran en el Resucitado el fundamento sólido, que nos permite no naufragar”.
“Queridos hermanos y hermanas, Jesús cambió la historia al acercarse a nosotros, y la ha convertido - puesto que aún sigue marcada por el mal - en historia de salvación. Dando su vida en la cruz, Jesús ha vencido a la muerte. Desde el corazón abierto del Crucificado, el amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Nosotros podemos cambiar nuestra historia acercándonos a Él, acogiendo la salvación que nos ofrece. Abrámosle todo el corazón en la oración. En esta semana, en estos días, dejemos que su mirada se pose sobre nosotros. Entenderemos que no estamos solos, que somos amados, porque el Señor no nos abandona y no se olvida de nosotros, jamás”. +
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