Mons. Colombo animó a vivir con “intensidad y fervor” el triduo pascual
“La plena reconciliación con Dios, a través de nuestro arrepentimiento, y la recepción espiritual del Cuerpo y la Sangre de Cristo, serán el alimento de nuestra vida sacramental de este tiempo”, aseguró en una carta circular.
El prelado ratificó, sin embargo, la importancia de “vivir en plenitud nuestra fe, dando los pasos de solidaridad necesaria”.
“Hay distintas iniciativas de este ejercicio concreto de la caridad cristiana, desarrolladas por nuestras Cáritas parroquiales y diocesana; la Pastoral de la Calle y la Pastoral de Migrantes”, precisó.
“No debería faltarnos nunca en el horizonte vital concreto de nuestra plena reconciliación con Dios y la comunión espiritual, aquella inquietud de San Pablo: ‘¿Qué debo hacer Señor?’ retomada con la urgente disponibilidad misionera de San Francisco Javier en una de sus recordadas cartas: ‘Aquí estoy Señor, qué quieres que haga’”, sostuvo.
“Los abrazo y bendigo en Jesús, el buen Pastor. Nuestra Madre del Rosario cuide nuestro seguimiento fiel y fecundo del Señor Crucificado que nos da la Vida Nueva en su Pascua gloriosa”, concluyó.
Texto de la circular
Queridos hermanos,
Ayer celebramos el Domingo de Ramos desde nuestras casas, muy unidos a toda la Iglesia que recibía en Jesús, a su Mesías, al Salvador. Las celebraciones eucarísticas trasmitidas a través de los medios de comunicación y las plataformas digitales, nos permitieron estar cerca y junto al Señor. Pero, además… ¡Cuántos momentos de oración familiar, compartidos virtualmente, animados por las distintas iniciativas evangelizadoras de parroquias y comunidades, nos revelaron la riqueza de la espiritualidad de nuestro pueblo que sabe encontrar al Señor! Celebraciones sencillas de los padres junto a sus hijos, en torno a la mesa, en el patio o el comedor de la casa, nos hablaban de la importancia de la Iglesia doméstica.
Dimos así comienzo a la Semana Santa, donde nuestros corazones acompañarán a Cristo que se entrega para salvarnos. Entre las dificultades que experimentamos a partir de este tiempo de aislamiento social, preventivo y obligatorio, dispuesto por las autoridades, está el normal acceso a los sacramentos, en particular la Reconciliación y la Eucaristía. Si bien todos sabemos que se trata de una medida temporal, nos impacta en nuestras celebraciones más sentidas. Más allá de la obligada observancia de esta norma legal, los cristianos como parte de esta sociedad, fundamos el cumplimiento de estas disposiciones, en el concreto seguimiento del Señor que nos comunica evangélicamente su Mandamiento del Amor (Mateo 7,12).
Hemos debido diferir para cuando podamos, la celebración de la Misa Crismal, máxima expresión de la estrecha fraternidad sacramental que une el presbiterio al Obispo y en la cual tiene lugar la bendición de los óleos y la consagración del santo Crisma, empleados en la celebración de los sacramentos.
Hablándonos de este tiempo tan particular, rezaba el Papa Francisco en su Oración del pasado 27 de marzo, en el Atrio de la Basílica de San Pedro: “Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.”
Deseo ayudar con algunos elementos de reflexión, no sólo a los párrocos y pastores en general, sino, especialmente, a los fieles atribulados naturalmente por la zozobra que nos provoca este tiempo de Coronavirus y el aislamiento dispuesto para evitar su difusión. Me disculpo anticipadamente por la necesaria extensión en razón de la importancia del tema. Santa Teresita del Niño Jesús, en sus Últimas conversaciones (Cuaderno amarillo, 5-6-1897) nos dejó este hermoso testimonio personal: “Sin duda es una gracia muy grande recibir los sacramentos; pero cuando Dios no lo permite, también está bien, todo es gracia.”
Les escribo con la convicción de que pronto nos reencontraremos en las celebraciones comunitarias, vivas y participativas, alegres y felices ante el cese del mal.
Dios perdona siempre
Hace algunos días, el 20 de marzo, en su Homilía de la Misa, el Papa Francisco afrontaba la dificultad de no poder celebrar el sacramento de la Reconciliación en este tiempo. Con la sencilla y clara pedagogía de un catequista, el Santo Padre nos explicaba:
“Yo sé que muchos de Uds., por Pascua, van a confesarse para reencontrarse con Dios. Pero muchos me dirán hoy: “Padre, ¿dónde puedo encontrar a un sacerdote, a un confesor, porque no se puede salir de casa? Y quiero hacer las paces con el Señor, quiero que Él me abrace, que mi papá me abrace… ¿Qué puedo hacer si no encuentro sacerdotes?”. Tú haz lo que dice el Catecismo (n. 1457). Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, es tu padre, y dile la verdad: “Señor he cometido esto, esto, esto…, perdóname”, y pídele perdón con todo el corazón, con el Acto de contrición y prométele: “Después me confesaré, pero perdóname ahora”. Y enseguida volverás a la gracia de Dios. Tú mismo puedes acercarte, como nos enseña el Catecismo, al perdón de Dios sin tener a mano un sacerdote. Piénsenlo: ¡es el momento! Y éste es el momento justo, el momento oportuno. Un acto de contrición bien hecho, y así nuestra alma se volverá blanca como la nieve.”
El Papa nos recuerda la más genuina tradición de la Iglesia y nos está alentando a una Reconciliación plena con el Señor, en el número 1457 del Catecismo de la Iglesia Católica:
«Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes».
En este tiempo de imposibilidad de recibir la absolución sacramental, preparemos nuestro corazón para la Pascua, reconociendo arrepentidos nuestros pecados y prometiéndole al Señor acercarnos al sacramento de la Reconciliación apenas podamos. Y Dios nos abrazará con su misericordia de Padre bueno.
Recibir espiritualmente el Cuerpo y la Sangre del Señor
En estos días en los que no podemos tener la celebración de la Eucaristía con participación de fieles, los sacerdotes experimentamos con dolor esa ausencia; están en nuestra oración y ciertamente cuando comulgamos, los hacemos verdaderamente presentes ante el Señor.
Pero también nuestros hermanos que participan a través de los medios de comunicación y las redes sociales, pueden recibir espiritualmente al Señor al momento de la comunión. Según nos enseña Santo Tomás de Aquino, la comunión espiritual consiste en «un deseo ardiente de recibir a Nuestro Señor Jesucristo sacramentalmente y en amoroso abrazo, como si se lo hubiera ya recibido» (Suma Teológica IIIa, q 80).
San Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucaristia, en el n. 34, nos dice que «es conveniente cultivar en el ánimo el deseo constante del Sacramento eucarístico. De aquí ha nacido la práctica de la «comunión espiritual», felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia y recomendada por Santos maestros de vida espiritual. Santa Teresa de Jesús escribió: «Cuando […] no comulgareis y oyereis misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho […], que es mucho lo que se imprime el amor así del Señor». (Camino de perfección, c. 35, 1.)”
Benedicto XVI, en la exhortación apostólica post sinodal Sacramentum Caritatis, escrita precisamente a partir del Sínodo sobre la Eucaristía, en el n. 55 nos explica: “Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y recomendada por los Santos maestros de la vida espiritual.”
Recibimos la comunión espiritual con nuestras propias palabras, pero podemos también aprovechar cuanto nos ofrecen algunas oraciones de comunión espiritual que propone la Iglesia. Tenemos la conocida oración de San Alfonso María de Ligorio: “Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el Cielo y en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya te hubiese recibido, Te abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén.”
En Santa Marta, cada mañana, el Papa reza una bella oración que les transcribo: “A tus pies, Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abaja en su nada y en tu santa presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi corazón. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, Jesús mío, que yo voy a ti. Que tu amor inflame todo mi ser, en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo. Así sea.”
Queridos hermanos, en este difícil contexto que nos toca vivir, inédito y absolutamente inesperado, la Iglesia nos invita a vivir con intensidad y fervor estos días sagrados en que celebramos la Pasión y la Resurrección del Señor. La plena reconciliación con Dios, a través de nuestro arrepentimiento, y la recepción espiritual del Cuerpo y la Sangre de Cristo, serán el alimento de nuestra vida sacramental de este tiempo. Sin embargo, querría insistir en la importancia de vivir en plenitud nuestra fe, dando los pasos de solidaridad necesaria. Hay distintas iniciativas de este ejercicio concreto de la caridad cristiana, desarrolladas por nuestras Cáritas parroquiales y diocesana; la Pastoral de la Calle y la Pastoral de Migrantes. No debería faltarnos nunca en el horizonte vital concreto de nuestra plena reconciliación con Dios y la comunión espiritual, aquella inquietud de San Pablo, “¿Qué debo hacer Señor?” (Hechos 22, 10) retomada con la urgente disponibilidad misionera de San Francisco Javier en una de sus recordadas cartas: “Aquí estoy Señor, qué quieres que haga.”
Los abrazo y bendigo en Jesús, el buen Pastor. Nuestra Madre del Rosario cuide nuestro seguimiento fiel y fecundo del Señor Crucificado que nos da la Vida Nueva en su Pascua gloriosa.
Mendoza, 6 de abril de 2020.
Informes: www.arquimendoza.org.ar.+
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