El pontífice destacó que estos decretos son una semilla que el Concilio sembró en el campo de la vida de la Iglesia y en estos cinco decenios han crecido, se han convertido en una planta frondosa, aunque con alguna hoja seca, pero sobre todo con muchas flores y frutos que embellecen la Iglesia hoy.
En su discurso, en el que improvisó en varias ocasiones con anécdotas y ejemplos, Francisco recordó que la vocación al sacerdocio es un regalo que Dios hace a algunos para el bien de todos, y trazó tres ideas sobre la relación entre los sacerdotes y otras personas: “Tomados entre los hombres”, “constituidos a favor de los hombres”, presentes “en medio de los otros hombres”.
El Santo Padre explicó que el sacerdote es un hombre que nace en un cierto contexto humano y consideró que es allí donde “aprende los primeros valores, absorbe la espiritualidad del pueblo, se acostumbra a las relaciones”.
“Los sacerdotes tienen una historia, no son hongos que nacen espontáneamente en la catedral el día de su ordenación”, advirtió, e indicó que es importante que los formadores y los mismos sacerdotes recuerden esto y “sepan tener en cuenta esa historia personal a lo largo del camino de formación”.
El Papa afirmó que el “centro de pastoral vocacional” fundamental es la familia. “Un buen sacerdote es antes que nada un hombre con su propia humanidad, que conoce su propia historia, con sus riquezas y sus heridas, y que ha aprendido a hacer las paces con ellas, alcanzando la serenidad de fondo, propia de un discípulo del Señor”, sostuvo.
El pontífice consideró que es “anormal” que un sacerdote esté triste, nervioso o sea duro de carácter. “Si tienes una enfermedad, estás neurótico, ve al médico. Al médico espiritual y al médico clínico. Te dará una pastilla que te hará bien. Ambos. Pero por favor, que los fieles no paguen la neurosis de los sacerdotes. No golpear a los fieles. Cercanía de corazón con ellos”, subrayó.
Tras señalar que “nuestras raíces nos ayudan a recordar quiénes somos y dónde nos ha llamado Cristo”, contó la anécdota de un sacerdote de Buenos Aires que, tras dos años de ordenación, empezó a sentirse confundido y quiso colgar los hábitos.
Francisco dijo que, como conocía a su madre, una mujer humilde y fuerte, le dijo al sacerdote que fuera a hablar con ella. “La madre le dio dos bofetadas espirituales, espirituales. Le dijo tres o cuatros verdades, lo puso en su sitio y fue adelante”, destacó.
Al hablar de la necesidad de ser sacerdotes para el servicio, el Papa recordó que “No somos sacerdotes para nosotros mismos y nuestra santificación está íntimamente unida a la de nuestro pueblo, nuestra unción a su unción” y afirmó que ser “constituidos para el pueblo” ayuda a ser “pastores y no funcionarios”.
“Yo tengo miedo a los rígidos. Tengo miedo a los sacerdotes rígidos. Lejos. Te muerden”, bromeó y advirtió que “el ministro sin el Señor se hace rígido. Y esto es un peligro para el pueblo de Dios”.+
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