El Papa pide a los obispos japoneses ser “luz y sal de la sociedad, aún a contracorriente”
En la carta, que el cardenal Filoni leyó, este domingo 17 de septiembre, a todos los obispos japoneses reunidos en la nunciatura apostólica en Tokio, el pontífice les pide no perder “el entusiasmo misionero” y no temer por “la escasez de operarios” que caracteriza a la comunidad japonesa, con cerca de 600.000 fieles, en una sociedad de más de 120 millones de habitantes.
Poniendo en guardia sobre el “diálogo irénico y paralizante” con la sociedad, el Papa pide no resignarse frente “a la alta tasa de divorcios, a los suicidios entre los jóvenes, a personas que eligen vivir totalmente desconectadas de la vida social, al formalismo religioso y espiritual, al relativismo moral, a la indiferencia religiosa, a la obsesión por el trabajo y el lucro”, así como frente a la pobreza material y espiritual que sufre el pueblo japonés. También pide “ir contra la corriente, y confiar en el Señor”.
Por último, Francisco exhorta a la colaboración con los movimientos eclesiales. Los obispos japoneses se resisten a la presencia de varios movimientos eclesiales. En particular, en el pasado, hubo muchas cuestiones en torno al estilo de evangelización del Camino neocatecumenal, al cual ellos juzgan demasiado bullicioso y “sectario”. Por ese motivo, los obispos quisieron que se cerrase el seminario “Redemptoris Mater” en Takamatsu, que preparaba sacerdotes misioneros para el Lejano Oriente, y que por al menos cinco años se cerrase la obra de los neocatecumenales. El papa Benedicto deliberó sobre la cuestión y se pronunció en contra de esta decisión. Los obispos exigieron un mayor diálogo entre las dos partes.
Texto de la carta del papa Francisco a los obispos japoneses
Queridos co hermanos en el episcopado:
La visita pastoral del prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos me ofrece la oportunidad de hacerles llegar mi cordial saludo, en recuerdo de nuestro encuentro en ocasión de su visita ad Limina, en marzo de 2015.
Deseo confiarles que, cada vez que pienso en la Iglesia en Japón, mi pensamiento corre al testimonio de tantos mártires que han ofrecido su propia vida por la fe. Desde siempre ellos han tenido un lugar especial en mi corazón: pienso en San Pablo Miki y en sus compañeros, que en 1597 fueron inmolados, fieles a Cristo y a la Iglesia; pienso en los innumerables confesores de la fe, en el beato Justus Takayama Ukon, que en el mismo período prefirió la pobreza y el camino del exilio antes que abjurar del nombre de Jesús. ¿Y qué decir de los llamados “cristianos escondidos”, que desde 1600 hasta mediados del 1800 han vivido en la clandestinidad para no abjurar, y así preservar su fe, y de los cuales recientemente hemos recordado el 150mo aniversario de su descubrimiento? La multitudinaria fila de mártires y de confesores de la fe, por nacionalidad, lengua, clase social y edad ha tenido en común el amor profundo al Hijo de Dios, renunciando al propio estatus civil o a otros aspectos de la propia condición social, todo ello «para ganar a Cristo» (Fil 3,8).
Recordando semejante patrimonio espiritual, quiero dirigirme a ustedes, Hermanos, que lo han heredado y que con delicada solicitud prosiguen la tarea de la evangelización, especialmente dedicándose al cuidado de los más débiles, y favoreciendo la integración en las comunidades de fieles de varias proveniencias. Deseo darles las gracias por esto, así como por la dedicación en la promoción cultural, en el diálogo interreligioso y en el cuidado de lo creado. Deseo, en particular, reflexionar con ustedes acerca del compromiso misionero de la Iglesia en Japón. «Si la Iglesia nació católica (es decir, universal) quiere decir que nació “en salida”, que nació misionera» (Audiencia General del 17.9.2014). En efecto, «el amor de Cristo nos empuja» (2 Cor 5, 14) a ofrecer la vida por el Evangelio. Dicho dinamismo muere si perdemos el entusiasmo misionero. Por eso, «la vida se refuerza entregándola, y se debilita en el aislamiento y en la comodidad. De hecho, los que más aprovechan las posibilidades de la vida son aquellos que dejan la orilla segura y se apasionan en la misión de comunicar la vida a los demás» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 10).
Me detengo en el sermón de la montaña, en el cual Jesús dice: «Ustedes son la sal de la tierra [...] Ustedes son la luz del mundo» (Mt 5,13-14). La sal y la luz existen en función de un servicio. La Iglesia siendo sal, tiene el deber de preservar de la corrupción y dar sabor; siendo luz, impide que prevalezcan las tinieblas, asegurando una clara visión acerca de la realidad y del fin de la existencia. Estas palabras también son un fuerte reclamo a la fidelidad y a la autenticidad: es necesario, por lo tanto, que la sal realmente dé sabor y que la luz venza las tinieblas.
El Reino de los Cielos –como dice Jesús- se presenta en un principio con la pobreza de un poco de levadura o de una pequeña semilla; esta simbología reproduce bien la actual situación de la Iglesia en el contexto del mundo japonés. A ella, Jesús le ha encomendado una gran misión espiritual y moral. Sé bien que existen dificultades, y no pequeñas, a causa de la falta de clero, de religiosos, de religiosas y de una limitada participación de los fieles laicos. Pero la escasez de operarios no puede reducir la dedicación a la evangelización, incluso más, es ocasión que estimula a buscarlos incesantemente, como hace el dueño de la viña, que sale a toda hora para buscar nuevos trabajadores para su viña. (cfr Mt 20,1-7).
Queridos Hermanos, los desafíos que la realidad actual nos pone delante no pueden volvernos resignados y tampoco dilatar un diálogo irénico y paralizante, aún cuando algunas situaciones problemáticas revistan no pocas preocupaciones; me refiero, por ejemplo, a la alta tasa de divorcios, a los suicidios incluso entre los jóvenes, a personas que eligen vivir totalmente desconectadas de la vida social (hikikomori), al formalismo religioso y espiritual, al relativismo moral, a la indiferencia religiosa, a la obsesión por el trabajo y por el lucro. Y también es cierto que una sociedad que corre por un desarrollo económico también crea pobres entre ustedes, los marginados, los excluidos; no pienso solamente en aquellos que son tales en un sentido material, sino también en aquellos que lo son espiritual y moralmente. En este contexto tan peculiar, se plantea con urgencia la necesidad de que en Japón, la Iglesia renueve constantemente la opción por la misión de Jesús, y sea sal y luz. La genuina fuerza evangelizadora de vuestra Iglesia, que también le viene de haber sido Iglesia de mártires y confesores de la fe, es un bien grande que ha de custodiarse y desarrollarse.
A tal fin, quisiera subrayar la necesidad de una sólida e integral formación sacerdotal y religiosa, una tarea particularmente urgente hoy en día, a causa de la propagación de la «cultura de lo provisorio» (Encuentro con seminaristas, novicios y novicias, 6.7.2013). Semejante mentalidad lleva a pensar, sobre todo a los jóvenes, que no es posible amar de verdad, que no existe nada estable y que todo, incluso el amor, es relativo según las circunstancias y las exigencias del sentimiento. Un paso más importante en la formación sacerdotal y religiosa es, por lo tanto, ayudar a aquellos que emprenden este camino a comprender y experimentar en profundidad las características del amor enseñado por Jesús, que es gratuito, que conlleva el sacrifico de sí, es perdón misericordioso. Esta experiencia vuelve capaces de ir contra la corriente y de confiarse en el Señor que no decepciona. Es el testimonio del cual la sociedad japonesa tiene tanta sed.
Deseo decir una palabra más acerca de los movimientos eclesiales aprobados por la sede apostólica. Con su impulso evangelizador y de testimonio, ellos pueden ser de ayuda en el servicio pastoral y en la missio ad gentes. En los últimos decenios, de hecho, el Espíritu ha suscitado y suscita en la Iglesia hombres y mujeres que tienen la intención, con su participación, de vivificar el mundo en el cual se desenvuelven, y no es raro que esto se dé involucrando sacerdotes y religiosos, también ellos miembros de aquél Pueblo que Dios llama a vivir plenamente su propia misión. Tales realidades contribuyen a la obra de evangelización; como Obispos, estamos llamados a conocer y a acompañar los carismas de los cuales ellos son portadores y a volverlos partícipes de nuestra obra en el contexto de la integración pastoral.
Queridos hermanos en el episcopado, encomiendo a cada uno de ustedes a la intercesión de la beata Virgen María y les aseguro mi cercanía y oración. Que el Señor envíe obreros a su Iglesia en Japón, y los sostenga con su consolación. Gracias por su servicio eclesial. Extiendo mi bendición apostólica sobre ustedes, sobre la Iglesia de Japón y sobre todo su noble pueblo, a la vez que les pido no olvidarse de mí en sus plegarias”.
FRANCISCO
Desde el Vaticano, 14 de septiembre de 2017
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
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