La celebración eucarística tuvo lugar en la catedral neogótica de Rangún, dedicada a la Inmaculada Concepción. Francisco fue recibido por miles de jóvenes con ánimo festivo, a los cuales invitó a hacerse portadores de la Buena Noticia entre sus coetáneos y en la sociedad de su país, sin que los atemorice el hecho de ser pocos y a veces, incomprendidos.
De esta manera, partiendo de una frase de la Carta de San Pablo a los Romanos: ‘¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!’, dirigiéndose a los presentes, el Papa dijo: “Queridos jóvenes de Myanmar, después de haber escuchado sus voces y haberlos oído cantar hoy, les aplico a ustedes esas palabras. Sí, son hermosos sus pasos; su presencia es hermosa y alentadora, porque nos traen «buenas noticias», la buena nueva de su juventud, de su fe y de su entusiasmo. Así es, ustedes son una buena noticia, porque son signos concretos de la fe de la Iglesia en Jesucristo, que nos hace experimentar un gozo y una esperanza que nunca morirán”.
“¿Dónde están las buenas noticias cuando hay tanta injusticia, pobreza y miseria que proyectan su sombra sobre nosotros y nuestro mundo?”, interpeló el pontífice a continuación y añadió: “Quiero que de aquí salga un mensaje muy claro. Quiero que la gente sepa que ustedes, muchachos y muchachas de Myanmar, no tienen miedo a creer en la buena noticia de la misericordia de Dios, porque esta tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Como mensajeros de esta buena nueva, estén listos para llevar una palabra de esperanza a la Iglesia, a su país y al mundo”.
Francisco, tomando la lectura de san Pablo que acababan de escuchar propuso a los jóvenes tres preguntas: ¿Cómo puede alguien creer en el Señor sin haber oído hablar de él? La segunda, ¿cómo puede alguien oír hablar del Señor sin un mensajero que lo anuncie? Y la tercera, ¿cómo puede haber un mensajero sin ser enviado?
El Papa pidió a la juventud birmana ser “personas que sepan escuchar”, que “hablen” con Jesús y los santos en la oración para convertirse sin miedo en “discípulos misioneros, mensajeros de la buena noticia de Jesús, sobre todo para sus compañeros y amigos”.
Por último el Santo Padre los animó a confiar en que el Señor siempre camina a nuestro lado y que “cualquiera que sea su vocación, los exhorto: ¡sean valientes, sean generosos y, sobre todo, sean alegres!” y siguiendo el ejemplo de María, lleven a Jesús y su amor a los demás con sencillez y valentía”.
Al término de la celebración, el papa Francisco se trasladó hacia al aeropuerto internacional de Rangún, donde tuvo lugar la ceremonia de despedida y desde donde partió el avión que lo llevó hacia el aeropuerto internacional de Dacca, en Bangladés para iniciar la segunda parte de su visita apostólica al sudeste asiático.
Inmediatamente después de despegar de Yangon, el Santo Padre envío al presidente de la República de la Unión de Myanmar un telegrama en el que renovó “su aprecio a su excelencia, al gobierno y al amado pueblo de Myanmar por su cálida bienvenida y generosa hospitalidad”. El pontífice invocó “abundantes bendiciones divinas sobre todos ustedes y aseguro mis oraciones por la armonía y la paz en la Nación”.
Homilía del Santo Padre
A punto de concluir mi visita a su hermoso país, me uno a su acción de gracias a Dios por tantos dones que nos concedió en estos días. Mirándolos a ustedes, jóvenes de Myanmar, y a todos los que desde otros lugares se unen a nosotros, quisiera compartir con ustedes una frase de la primera lectura de hoy que resuena en mi interior. Está tomada del profeta Isaías, y san Pablo la repitió en su carta a la joven comunidad cristiana de Roma. Escuchemos una vez más esas palabras: «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rm 10,15; cf. Is 52,7).
Queridos jóvenes de Myanmar, después de haber escuchado sus voces y haberlos oído cantar hoy, les aplico a ustedes esas palabras. Sí, son hermosos sus pasos; su presencia es hermosa y alentadora, porque nos traen «buenas noticias», la buena nueva de su juventud, de su fe y de su entusiasmo. Así es, ustedes son una buena noticia, porque son signos concretos de la fe de la Iglesia en Jesucristo, que nos hace experimentar un gozo y una esperanza que nunca morirán.
Algunos se preguntan cómo es posible hablar de buenas noticias cuando tantas personas a nuestro alrededor están sufriendo. ¿Dónde están las buenas noticias cuando hay tanta injusticia, pobreza y miseria que proyectan su sombra sobre nosotros y nuestro mundo? Quiero que de aquí salga un mensaje muy claro. Quiero que la gente sepa que ustedes, muchachos y muchachas de Myanmar, no tengan miedo a creer en la buena noticia de la misericordia de Dios, porque esta tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Como mensajeros de esta buena nueva, estén listos para llevar una palabra de esperanza a la Iglesia, a su país y al mundo en general. Estén dispuestos a llevar la Buena Noticia a sus hermanos y hermanas que sufren y que necesitan sus oraciones y su solidaridad, pero también su pasión por los derechos humanos, por la justicia y porque crezcan el amor y la paz que Jesús nos da.
Quiero también plantearles un desafío. ¿Escucharon con atención la primera lectura? Allí, san Pablo repite tres veces la palabra «sin». Es una palabra sencilla, pero que nos hace pensar sobre nuestro papel en el proyecto de Dios. En efecto, Pablo propone tres preguntas que yo quiero dirigir a cada uno de ustedes personalmente. La primera, ¿cómo puede alguien creer en el Señor sin haber oído hablar de él? La segunda, ¿cómo puede alguien oír hablar del Señor sin un mensajero que lo anuncie? Y la tercera, ¿cómo puede haber un mensajero sin ser enviado? (cf. Rm 10,14-15).
Me gustaría que todos ustedes pensaran profundamente en estas preguntas. ¡Pero no tengan miedo! Como buen «padre» (¡aunque mejor sería decir «abuelo»!), no quiero dejarlos solos ante estas preguntas. Permítanme que les ofrezca algunas ideas que puedan guiarlos en el camino de fe y ayudaros a discernir qué es lo que el Señor les está pidiendo.
La primera pregunta de san Pablo es: «¿Cómo puede alguien creer en el Señor sin haber oído hablar de él?». Nuestro mundo está lleno de ruidos y distracciones, que pueden apagar la voz de Dios. Para que otros se sientan llamados a escucharlo y a creer en él, necesitan descubrirlo en personas que sean auténticas. Personas que sepan escuchar. Seguro que ustedes querrán ser genuinos. Pero sólo el Señor los puede ayudar a serlo. Por eso hablen con Él en la oración. Aprendan a escuchar su voz, hablándole con calma desde lo más profundo de su corazón.
Pero hablen también con los santos, nuestros amigos del cielo que nos sirven de ejemplo. Como san Andrés, cuya fiesta celebramos hoy. Andrés fue un sencillo pescador que acabó siendo un gran mártir, un testigo del amor de Jesús. Pero antes de llegar a ser mártir, cometió sus errores, tuvo que ser paciente y aprender gradualmente a ser un verdadero discípulo de Cristo. Así que no tengan miedo de aprender de sus propios errores. Dejen que los santos los guíen hacia Jesús y los enseñen a poner sus vidas en sus manos. Sepan que Jesús está lleno de misericordia. Por lo tanto, compartan con él todo lo que llevan en sus corazones: sus miedos y preocupaciones, así como sus sueños y esperanzas. Cultiven la vida interior, como cuidarían un jardín o un campo. Esto lleva tiempo; requiere paciencia. Pero al igual que un agricultor sabe esperar que lo cultivado crezca, así también a ustedes, si saben esperar, el Señor les hará dar mucho fruto, un fruto que luego podrán compartir con los demás.
La segunda pregunta de Pablo es: «¿Cómo van a oír hablar de Jesús sin un mensajero que lo anuncie?». Esta es una gran tarea encomendada de manera especial a los jóvenes: ser «discípulos misioneros», mensajeros de la buena noticia de Jesús, sobre todo para sus compañeros y amigos. No tengan miedo de hacer lío, de plantear preguntas que hagan pensar a la gente. Y no se preocupen si a veces sienten que son pocos y dispersos. El Evangelio siempre crece a partir de pequeñas raíces. Por eso háganse. Les pido que griten, pero no con sus voces, no, quiero que griten, para ser con su vida, con sus corazones, signos de esperanza para los que están desanimados, una mano tendida para el enfermo, una sonrisa acogedora para el extranjero, un apoyo solícito para el que está solo.
La última pregunta de Pablo es: «¿Cómo puede haber un mensajero sin que sea enviado?». Al final de esta Misa, todos seremos enviados, para llevar con nosotros los dones que hemos recibido y compartirlos con los demás. Esto puede provocar un poco de desánimo, ya que no siempre sabemos a dónde nos puede enviar Jesús. Pero él nunca nos manda sin caminar al mismo tiempo a nuestro lado, y siempre un poquito por delante de nosotros, para llevarnos a nuevas y maravillosas partes de su reino.
¿Cómo envía nuestro Señor a san Andrés y a su hermano Simón Pedro en el Evangelio de hoy? «¡Síganme!», les dice (Mt 4,19). Eso es lo que significa ser enviado: seguir a Cristo, y no lanzarnos por delante con nuestras propias fuerzas. El Señor invitará a algunos de ustedes a seguirlo como sacerdotes, y de esta forma convertirse en «pescadores de hombres». A otros los llamará a la vida religiosa, a otros a la vida matrimonial, a ser padres y madres amorosos. Cualquiera que sea su vocación, los exhorto: ¡sean valientes, sean generosos y, sobre todo, sean alegres!
Aquí, en esta hermosa catedral dedicada a la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, los animo a que miren a María. Cuando ella respondió «sí» al mensaje del ángel, era joven, como ustedes. Sin embargo, tuvo el valor de confiar en la «buena noticia» que había escuchado, y de traducirla en una vida de consagración fiel a su vocación, de entrega total de sí y completa confianza en los cuidados amorosos de Dios. Que siguiendo el ejemplo de María, lleven a Jesús y su amor a los demás con sencillez y valentía.
Queridos jóvenes, con gran afecto los encomiendo a ustedes y a sus familias a su maternal intercesión. Y les pido, por favor, que se acuerden de rezar por mí.
Dios bendiga a Myanmar [Myanmar pyi ko Payarthakin Kaung gi pei pa sei]”.+
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