"El vendrá a preguntarnos sobre el amor, pues como nos dice el evangelista, al final te preguntarán sobre el amor. Por eso nuestras vidas, fundadas en Cristo como la razón de nuestra existencia, deben esperar al Señor, practicando el amor de Dios y las virtudes cristianas en todos los órdenes de la vida.
"Sería más fácil -prosiguió el prelado- saber cuándo vendrá el Señor, entonces podría encontrarnos con el corazón preparado y poder así mientras tanto vivir inmersos en los valores del mundo. Pero qué difícil es no saber en qué momento, cuándo y de qué forma vendrá, sabiendo con certeza de que al final vendrá. El mismo apóstol San Pablo declara que es inútil indagar cuándo vendrá el “día del Señor”, o sea cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo. Solo conocemos que vendrá y le corresponde solo a Dios cuándo y cómo; por lo demás ni siquiera los signos de la naturaleza o de la libertad del hombre, anuncian ni preceden la llegada del Señor. Todo sucederá en el momento en que el Señor lo disponga según su voluntad".
Monseñor Martorell continuó así: "De aquí se sigue la necesidad de orar y vigilar a lo largo de nuestra vida, para que cuando esto suceda nos encuentre el Señor preparados. Debemos poner nuestra confianza en los valores de la vida cristiana y la esperanza de que estos sean al final la gloria y el gozo final. El que piensa solo gozar de la vida como si nunca fuera a morir, justo cuando cree que alcanzará la paz y la seguridad humana, verá de improviso sobrevenirle la ruina. Quien ha puesto su confianza en las ideas y fuerzas solo humanas, olvidándose de la presencia de Dios en la vida y en la historia, conocerá que todo su afán fue inútil. Por el contrario el que como hijo de la luz no olvida en su caminar por la tierra que Dios es el Señor de vivos y de muertos, que debemos conducir nuestra vida con el sencillo argumento de que no ha olvidado lo transitorio de la vida terrena y vela en espera del Señor, viviendo aquí sus mandamientos, no tendrá nada que temer".
"El siervo fiel no derrocha su vida en pasatiempos vanos o en la ociosidad, sino que multiplica con amor inteligente los dones recibidos de Dios. Cada uno de nosotros recibe dones que debemos trabajar con inteligencia para multiplicarlos y hacerlos crecer: el don de la vida, la capacidad de protegerla, cuidarla, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, las virtudes que vienen de lo alto, la fe, la esperanza y el amor de Dios. A todos nos da lo que necesitamos para construir el mundo y salvarnos. No nos toca medir lo poco o lo mucho que se nos ha dado, sino reproducirlo con inteligencia y libertad. Es falsa humildad no reconocer los dones que el Señor nos Dios y es pereza dejarlos inactivos o dejarlos morir.+
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