El pontífice expresó en su homilía que la ira la venganza no son la “cura” para las heridas causadas por la violencia, sino que, a ejemplo de Jesús, lo son “el perdón y la compasión”.
"Jesús -dijo el Papa- no nos enseñó su sabiduría con largos discursos o grandes demostraciones de poder político y terreno, sino que entregó su vida en la cruz. A veces caemos en la trampa de confiar en nuestra propia sabiduría, pero la verdad es que podemos perder fácilmente el sentido de la orientación. En ese momento, debemos recordar que tenemos una brújula segura frente a nosotros, el Señor crucificado. En la cruz, encontramos la sabiduría, que puede guiar nuestras vidas con la luz que proviene de Dios”.
“Desde la cruz también se está curando”. Allí Jesús ofreció sus heridas al Padre por nosotros, las heridas por las cuales fuimos sanados. ¡Que nunca nos perdamos la sabiduría de encontrar en las heridas de Cristo la fuente de cada cura!
Francisco señaló que muchos en Myanmar “llevan las heridas de la violencia, tanto visibles como invisibles”, el pontífice advirtió de caer en “la tentación de responder a estas heridas con una sabiduría mundana. Creemos que la cura puede venir de la ira y la venganza. Sin embargo, el camino de la venganza no es el camino de Jesús. El camino de Jesús es radicalmente diferente. Cuando el odio y el rechazo lo condujeron a la pasión y la muerte, él respondió con perdón y compasión”.
El pontífice destacó la labor caritativa de la Iglesia en Myanmar, que con “medios incluso muy limitados, anuncian el Evangelio a otras minorías tribales, sin forzar ni coaccionar, sino siempre invitando y acogiendo. En medio de tanta pobreza y dificultades, muchos de ustedes ofrecen ayuda práctica y solidaridad a los pobres y a los que sufren”.
“La Iglesia aquí está viva, Cristo está vivo aquí entre ustedes”, exclamó el Santo Padre y los animó a que continúen compartiendo “el amor de Dios que fluye del corazón de Jesús”.
“Que la santísima Virgen María -concluyó Francisco su homilía- nos obtenga la gracia de ser siempre mensajeros de la verdadera sabiduría, profundamente compasivo hacia los necesitados, con la alegría que viene de descansar en las heridas de Jesús, que nos amó hasta el extremo”.
Terminada la celebración eucarística, arzobispo de Yangon, cardenal Charles Bo SDB saludó al Santo Padre. Tras la bendición final, el Papa regresó en auto a la sede del arzobispado para almorzar con los miembros del séquito papal.
Homilía del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas
Desde antes de venir a este país, estuve esperando que llegara este momento. Muchos de ustedes han venido de lejanas y remotas tierras montañosas, algunos incluso a pie. Vengo como peregrino para escuchar y aprender de ustedes, y para ofrecerles algunas palabras de esperanza y consuelo.
La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, nos ayuda a ver lo limitada que era la sabiduría del rey Baltasar y sus videntes. Ellos sabían cómo alabar «a sus dioses de oro y plata, de bronce y de hierro, de madera y de piedra» (Dn 5,4), pero no poseían la sabiduría para alabar a Dios, en cuyas manos está nuestra vida y nuestro aliento. Daniel, sin embargo, tenía la sabiduría del Señor y fue capaz de interpretar sus grandes misterios.
El intérprete definitivo de los misterios de Dios es Jesús. Él es la sabiduría de Dios en persona (cf.1 Co 1,24). Jesús no nos enseñó su sabiduría con largos discursos o grandes demostraciones de poder político o terreno, sino entregando su vida en la cruz. A veces podemos caer en la trampa de confiar en nuestra propia sabiduría, pero la verdad es que podemos fácilmente desorientarnos. En esos momentos, debemos recordar que tenemos ante nosotros una brújula segura: el Señor crucificado. En la cruz, encontramos la sabiduría que puede guiar nuestras vidas con la luz que proviene de Dios.
Desde la cruz también nos llega la curación. Allí, Jesús ofreció sus heridas al Padre por nosotros, las heridas que nos han curado (cf. 1 Pe 2,4). Que siempre tengamos la sabiduría de encontrar en las heridas de Cristo la fuente de toda curación. Sé que muchos en Myanmar llevan las heridas de la violencia, heridas visibles e invisibles. Existe la tentación de responder a estas heridas con una sabiduría mundana que, como la del rey en la primera lectura, está profundamente equivocada. Pensamos que la curación pueda venir de la ira y de la venganza. Sin embargo, el camino de la venganza no es el camino de Jesús.
El camino de Jesús es radicalmente diferente. Cuando el odio y el rechazo lo condujeron a la pasión y a la muerte, él respondió con perdón y compasión. En el Evangelio de hoy, el Señor nos dice que, al igual que él, también nosotros podemos encontrar rechazo y obstáculos, sin embargo, él nos dará una sabiduría a la que nadie puede resistir (cf. Lc 21,15). Está hablando del Espíritu Santo, gracias al cual el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5). Con el don de su Espíritu, Jesús nos hace capaces de ser signos de su sabiduría, que vence a la sabiduría de este mundo, y de su misericordia, que alivia incluso las heridas más dolorosas.
En la víspera de su pasión, Jesús se entregó a sus apóstoles bajo los signos del pan y del vino. En el don de la Eucaristía, no sólo reconocemos, con los ojos de la fe, el don de su cuerpo y de su sangre, sino que también aprendemos cómo encontrar descanso en sus heridas, y a ser purificados allí de todos nuestros pecados y de nuestros caminos errados. Queridos hermanos y hermanas, que encontrando refugio en las heridas de Cristo, puedan saborear el bálsamo saludable de la misericordia del Padre y encontrar la fuerza para llevarlo a los demás, para ungir cada herida y recuerdo doloroso. De esta manera, serán testigos fieles de la reconciliación y la paz, que Dios quiere que reine en todos los corazones de los hombres y en todas las comunidades.
Sé que la Iglesia en Myanmar ya está haciendo mucho para llevar a otros el bálsamo saludable de la misericordia de Dios, especialmente a los más necesitados. Hay muestras claras de que, incluso con medios muy limitados, muchas comunidades anuncian el Evangelio a otras minorías tribales, sin forzar ni coaccionar, sino siempre invitando y acogiendo. En medio de tanta pobreza y dificultades, muchos de ustedes ofrecen ayuda práctica y solidaridad a los pobres y a los que sufren.
Con el servicio diario de sus obispos, sacerdotes, religiosos y catequistas, y en particular a través de la encomiable labor de la Catholic Karuna Myanmar y de la generosa asistencia proporcionada por las Obras Misionales Pontificias, la Iglesia en este país está ayudando a un gran número de hombres, mujeres y niños, sin distinción de religión u origen étnico. Soy testigo de que la Iglesia aquí está viva, que Cristo está vivo y está aquí con ustedes y con sus hermanos y hermanas de otras comunidades cristianas. Los animo a seguir compartiendo con los demás la valiosa sabiduría que han recibido, el amor de Dios que brota del corazón de Jesús.
Jesús quiere dar esta sabiduría en abundancia. Él recompensará ciertamente su labor de sembrar semillas de curación y reconciliación en sus familias, comunidades y en toda la sociedad de esta nación. ¿No nos dijo él que nadie se puede resistir a su sabiduría (cf. Lc 21,15)? Su mensaje de perdón y misericordia se sirve de una lógica que no todos querrán comprender y que encontrará obstáculos. Sin embargo, su amor revelado en la cruz, en definitiva, nadie lo puede detener. Es como un GPS espiritual que nos guía de manera inexorable hacia la vida íntima de Dios y el corazón de nuestro prójimo.
La Santísima Virgen María siguió a su Hijo hasta la oscura montaña del Calvario y nos acompaña en cada paso de nuestro viaje terrenal. Que ella nos obtenga la gracia de ser mensajeros de la verdadera sabiduría, profundamente misericordiosos con los necesitados, con la alegría que proviene de encontrar descanso en las heridas de Jesús, que nos amó hasta el final.
Que Dios los bendiga a todos. Que Dios bendiga a la Iglesia en Myanmar. Que él bendiga a esta tierra con su paz. Que Dios bendiga a Myanmar”+.
Publicar un comentario