En su discurso, el Papa recordó la frase “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, que se pronuncia en las ordenaciones o consagraciones. En este encuentro, Francisco invitó a renovar esa afirmación: “Queremos decirle al Señor: ‘aquí estamos’ para renovar nuestro sí. Queremos renovar juntos la respuesta al llamado que un día inquietó nuestro corazón”.
El pontífice destacó además que somos “llamados individualmente pero siempre a ser parte de un grupo más grande. No existe la selfie vocacional. La vocación exige que la foto te la saque otro, ¡qué le vamos a hacer!”.
El Santo Padre se refirió a “las horas del desconcierto y la turbación en la vida del discípulo”, y reconoció que no es fácil atinar el camino a seguir en los momentos “en los que la polvareda de las persecuciones, tribulaciones, dudas, etc., es levantada por acontecimientos culturales e históricos”. Francisco consideró que la peor de las tentaciones es “quedarse rumiando la desolación”.
Tomando las palabras del cardenal Ezzati, recordó que “la vida presbiteral y consagrada en Chile ha atravesado y atraviesa horas difíciles de turbulencias y desafíos no indiferentes. Junto a la fidelidad de la inmensa mayoría, ha crecido también la cizaña del mal y su secuela de escándalo y deserción”, reconoció.
En ese sentido, manifestó que conoce las “turbulencias” provocadas por el dolor que significaron los casos de abusos ocurridos a menores de edad y que sigue con atención “cuánto hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia. Dolor por el sufrimiento de las comunidades eclesiales, y dolor también por ustedes, hermanos, que además del desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza”.
El Papa reconoció que ir «vestido de cura» en muchos lados se está «pagando caro», y por ese motivo invitó a los miembros de la Iglesia a pedir a Dios que “nos dé la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo”.
Ante los cambios que presenta la cultura actual, el Santo Padre advirtió que a veces “cerramos los ojos ante los desafíos pastorales creyendo que el Espíritu no tendría nada que decir. Así nos olvidamos que el Evangelio es un camino de conversión, pero no sólo de ‘los otros’, sino también de nosotros”, y sostuvo que “nos guste o no, estamos invitados a enfrentar la realidad así como se nos presenta. La realidad personal, comunitaria y social”.
Como discípulos, como Iglesia, aseguró el Papa, “hay momentos en los que nos confrontamos no con nuestras glorias, sino con nuestra debilidad. Horas cruciales en la vida de los discípulos, pero en esa hora es también donde nace el apóstol”.
Tal como lo hizo con Pedro al interrogarlo sobre su amor, continuó Francisco, “para evitar que se vuelva un veraz destructor o un caritativo mentiroso o un perplejo paralizado”, y para volverlo definitivamente su apóstol, “en medio de nuestros pecados, límites, miserias; en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia”.
“Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia”, animó, y recordó que “no estamos aquí porque seamos mejores que otros. No somos superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse con los «mortales». Más bien somos enviados con la conciencia de ser hombres y mujeres perdonados. Y esa es la fuente de nuestra alegría”.
“Somos consagrados, pastores al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado. El consagrado es quien encuentra en sus heridas los signos de la Resurrección. Es quien puede ver en las heridas del mundo la fuerza de la Resurrección. Es quien, al estilo de Jesús, no va a encontrar a sus hermanos con el reproche y la condena”, añadió.
“Estamos invitados a no disimular o esconder nuestras llagas. Una Iglesia con llagas es capaz de comprender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene nombre: Jesucristo”, insistió.
Además, advirtió que “el Pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes, espera pastores, consagrados, que sepan de compasión, que sepan tender una mano, que sepan detenerse ante el caído y, al igual que Jesús, ayuden a salir de ese círculo de «masticar» la desolación que envenena el alma”.
“Renovar la profecía es renovar nuestro compromiso de no esperar un mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal para vivir o para evangelizar, sino crear las condiciones para que cada persona abatida pueda encontrarse con Jesús. No se aman las situaciones ni las comunidades ideales, se aman las personas”, expresó.
Francisco aclaró que “el reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que ‘Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual’. Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón”, consideró.
Finalmente, y reafirmando su llamado del comienzo, manifestó: “Queremos renovar nuestro sí, pero realista, porque está apoyado en la mirada de Jesús. Los invito a que cuando vuelvan a casa armen en su corazón una especie de testamento espiritual, al estilo del cardenal Raúl Silva Henríquez. Esa hermosa oración que comienza diciendo: «La Iglesia que yo amo es la Santa Iglesia de todos los días… la tuya, la mía, la Santa Iglesia de todos los días… Jesucristo, el Evangelio, el pan, la eucaristía, el Cuerpo de Cristo humilde cada día. Con rostros de pobres y rostros de hombres y mujeres que cantaban, que luchaban, que sufrían. La Santa Iglesia de todos los días”, exhortó, y concluyó el encuentro con un interrogante: “¿Cómo es la Iglesia que tú amas? ¿Amas a esta Iglesia herida que encuentra vida en las llagas de Jesús?”.+
AICA la hacen y la sostienen sus propios lectores mediante aportes voluntarios. Para enviar su donativo mediante tarjeta de crédito o de débito, transferencia bancaria, Pago Fácil, Rapipago y otras opciones, ingrese en: http://donar.aica.org/
Publicar un comentario