tomando el Evangelio de San Lucas que se lee este Tercer Domingo de Adviento, el papa Francisco reflexionó sobre la pregunta: “¿Qué cosa debemos hacer?”, que tres categorías de personas dirigen a Juan el Bautista: la gente, los publicanos y algunos soldados.
“Cada uno de estos grupos –dijo el Papa – interroga al profeta sobre aquello que debe hacer para actuar la conversión que él está predicando”. El Bautista, precisó el Pontífice, da tres respuestas para “un idéntico camino de conversión, que se manifiesta en compromisos concretos de justicia y solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor concreto por el prójimo”.
De esta manera, precisó el Obispo de Roma, que ninguna categoría de personas está excluida del camino de la conversión para obtener la salvación. Hoy, la pregunta que la liturgia nos presenta es una invitación a “cambiar de dirección, convertirse, y retomar el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad”. Es una invitación a una auténtica conversión cristiana.
El Santo Padre también se refirió, en sus saludos finales, a la conferencia del clima en París que culminó ayer exhortando “a toda la comunidad internacional de seguir en el camino tomado en el signo de una solidaridad que se vuelva siempre más operativa”.
Palabras del Papa
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el evangelio de hoy hay una misma pregunta realizada tres veces: “¿Qué debemos hacer?”. Se la dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: una, la multitud en general; segundo, los publicanos, o sea los exactores de los impuestos; y tercero algunos soldados.
A cada uno de estos grupos el profeta les pregunta qué deben hacer para obtener la conversión que él está predicando. Al primer grupo, a la multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad. Y les dice así: “Quien tiene dos túnicas, dé una a quien no tiene, y quien tiene para comer, haga lo mismo”.
Después, al segundo grupo, al de los recaudadores de los impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida; ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro.
Y al tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de contentarse con su salario.
Son las respuestas, tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en empeños concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su prédica: el camino del amor que actúa en favor del prójimo.
De estas advertencias de Juan Bautista entendemos cuales eran las tendencias generales de quien en aquella época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no cambiaron tanto, ¿verdad?
Entretanto ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni siquiera los publicanos considerados pecadores por definición.
Ni siquiera ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está, se puede usar esta palabra, 'ansioso' de usar misericordia hacia todos y recibir a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y del perdón.
A esta pregunta: ¿Qué debemos hacer?, la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite con las palabras de Juan, que es necesario convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana.
¡Conviértanse!, es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor siente la alegría.
El profeta Sofonías nos dice “Alégrate hija de Sion”, dirigido a Jerusalén; y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: “Estén siempre alegres en el Señor”.
Hoy es necesario tener coraje para hablar con alegría, es necesario sobretodo fe. El mundo está asechado por tantos problemas, el futuro está gravado de incógnitas y temores. Y entretanto el cristiano es una persona alegre y su alegría no es algo superficial y efímera, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza de que “el Señor está cerca”. Está cerca con su ternura, con su misericordia, con su amor y perdón.
La Virgen María nos ayude a reforzar nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, que siempre quiere habitar en medio de sus hijos. Y nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa”.+
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