Todo logra su síntesis en el amor



Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó que para el apóstol San Juan “el conocimiento de Cristo, la Palabra encarnada, se impone como una necesidad urgente. Enfrenta la evolución de la sociedad - y de la Iglesia en ella - con el espíritu combativo de los profetas y de sus hermanos apóstoles, incluido Pablo de Tarso”. El apóstol “no da lugar a confundir el máximo precepto evangélico del amor con las falsificaciones expuestas hoy en el lenguaje de los medios de comunicación”, agregó en su sugerencia para la homilía del próximo domingo. “El papa Francisco, en su acercamiento ejemplar a las periferias existenciales del mundo, no deja de decir toda la verdad al aplicar, con dulzura y comprensión, el remedio sobre las heridas infligidas por el error. Algunos están al acecho de cualquier atisbo de cambio que pudiera modificar lo que la Iglesia enseñó siempre y constantemente”, aseveró.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó que para el apóstol San Juan “el conocimiento de Cristo, la Palabra encarnada, se impone como una necesidad urgente. Enfrenta la evolución de la sociedad - y de la Iglesia en ella - con el espíritu combativo de los profetas y de sus hermanos apóstoles, incluido Pablo de Tarso. Su longevidad le ofrece un cúmulo de experiencias que contribuye a sintetizarlo todo en la caridad, el gran tema de su magisterio”.

“Juan cobra una actualidad innegable, teniendo en cuenta las falsas adaptaciones del precepto, en una sociedad donde se ha banalizado el término, hasta justificar sus tergiversaciones. El ‘discípulo amado’, generoso y fuerte en el seguimiento de su Maestro, no da lugar a confundir el máximo precepto evangélico del amor con las falsificaciones expuestas hoy en el lenguaje de los medios de comunicación”, agregó en su sugerencia para la homilía del próximo domingo.


El prelado sostuvo que “como se ha perdido el pudor, adquieren estado público las mayores aberraciones. Lo que se ve y escucha está situado en las antípodas del espíritu evangélico. Denunciarlo con claridad incomoda a quienes están intelectual y afectivamente rendidos a sus imposiciones”.


“El papa Francisco, en su acercamiento ejemplar a las periferias existenciales del mundo, no deja de decir toda la verdad al aplicar, con dulzura y comprensión, el remedio sobre las heridas infligidas por el error. Algunos están al acecho de cualquier atisbo de cambio que pudiera modificar lo que la Iglesia enseñó siempre y constantemente”, aseveró.


Texto de la sugerencia

El evangelista del Amor. El prólogo del Evangelio escrito por San Juan es una conmovedora teología de la Palabra. El Apóstol más joven, que llega a la más avanzada edad, testimonia lo que ha visto e identificado tanto en la convivencia con el Maestro como en el ejercicio de su ministerio. Es el evangelista del amor encarnado y el apóstol contemplativo. A partir de su peculiar carisma desarrolla la extensa actividad apostólica que le corresponde. Este prólogo obtiene la perfección de un lenguaje casi angélico. Juan llega al Logos atravesando la carne que ve y palpa. De esta manera descubre la capacidad que tiene el signo para relacionar a los hombres con el Misterio invisible: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1, 14). Su extraordinaria capacidad contemplativa lo faculta para transmitir al mundo sus místicos conocimientos. Y bien que lo hace. San Agustín, tan próximo al espíritu del gran Apóstol, agudiza su mirada intelectual hasta no dejar nada en la penumbra al exponer la primera carta y el relato evangélico de Juan.


La desconocida encarnación de la Palabra. No es mi intención hacer una exégesis de Juan, no me siento capacitado para ello. Siguiendo el cauce de nuestras “sugerencias” dominicales, prefiero espigar, de su enseñanza apostólica, lo que nos ayude a ver hoy, con claridad, la verdad que orienta el examen honesto y los cambios oportunos. Juan nos recuerda, sin condicionar su palabra a circunstanciales fluctuaciones históricas e ideológicas, que la encarnación de la Palabra es el acontecimiento humano más trascendente. Es clara la denuncia del Apóstol: “Ella (la Palabra) estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron” (Juan 1, 10-11). Cristo es esa Palabra encarnada que hoy, como en tiempos de Juan, el mundo sigue desconociendo. Los creyentes son quienes se abren interiormente a su influjo y, por ello, resultan beneficiados por la misma palabra del Apóstol: “Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1, 12). El tesoro de la Palabra está enterrado en esta tierra reseca e improductiva. Pero, es Dios mismo quien da fecundidad al desierto de los hombres y hace que florezca la santidad. Juan lo comprueba y enseña. Su denuncia implacable y la convicción que le asiste producen el equilibrio entre la realidad dolorosa y la posibilidad de redención.


Todo logra su síntesis en el Amor. Para el Apóstol el conocimiento de Cristo, la Palabra encarnada, se impone como una necesidad urgente. Enfrenta la evolución de la sociedad - y de la Iglesia en ella - con el espíritu combativo de los profetas y de sus hermanos apóstoles, incluido Pablo de Tarso. Su longevidad le ofrece un cúmulo de experiencias que contribuye a sintetizarlo todo en la caridad, el gran tema de su magisterio. Juan cobra una actualidad innegable, teniendo en cuenta las falsas adaptaciones del precepto, en una sociedad donde se ha banalizado el término, hasta justificar sus tergiversaciones. El “discípulo amado”, generoso y fuerte en el seguimiento de su Maestro, no da lugar a confundir el máximo precepto evangélico del amor con las falsificaciones expuestas hoy en el lenguaje de los medios de comunicación. Como se ha perdido el pudor, adquieren estado público las mayores aberraciones. Lo que se ve y escucha está situado en las antípodas del espíritu evangélico. Denunciarlo con claridad incomoda a quienes están intelectual y afectivamente rendidos a sus imposiciones. El Papa Francisco, en su acercamiento ejemplar a las “periferias existenciales” del mundo, no deja de decir toda la verdad al aplicar, con dulzura y comprensión, el remedio sobre las heridas infligidas por el error. Algunos están al acecho de cualquier atisbo de cambio que pudiera modificar lo que la Iglesia enseñó siempre y constantemente.


La eficacia renovadora de la enseñanza apostólica. Para el Papa y los Obispos es de vital importancia mantener una inquebrantable fidelidad a las enseñanzas apostólicas. Es la enseñanza del mismo Jesús, Maestro y Señor. De ese Magisterio, de Jesús y de sus Apóstoles, depende la fe de los cristianos. Sin él, la fe no se propaga y el mundo se desbarranca hacia el fondo de sus continuos errores. El Espíritu Santo garantiza que la Verdad esté allí, abierta a la comprensión de los hombres y mujeres de buena voluntad. No es fácil suscitar esa “buena voluntad”. Tampoco es fácil que los transmisores de la doctrina apostólica logren el nivel de su enorme responsabilidad. La historia de la Iglesia está jalonada de grandes Pastores - el Papa Francisco canonizará a dos de ellos el próximo 27 de abril - y de testigos santos de la eficacia de la enseñanza apostólica. Benedicto XVI y su sucesor Francisco han puesto los cimientos de una esperanzadora renovación de la fe.



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