Jesús -explicó Francisco- “toma a parte a tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Sale con ellos a un monte alto y viene este singular fenómeno: el rostro de Jesús ‘brilló como el sol y sus vestimentas se tornaron blancas como la luz’”.
la “luminosidad” que caracteriza este acontecimiento extraordinario, simboliza su finalidad: “iluminar las mentes y los corazones de los discípulos, a fin de que puedan comprender claramente quién es su Maestro”.
Sabiendo que sería condenado a muerte, señaló el Papa, el Señor deseaba preparar a sus apóstoles ante el escándalo tan grande para su fe que representaba la crucifixión, así como preanunciar su resurrección, manifestándose como el Mesías, el Hijo de Dios.
“De hecho, Jesús se estaba mostrando como un Mesías diferente a lo esperado, a aquel que se imaginaban: no un rey poderoso y glorioso, sino un siervo humilde y desarmado; no un señor de gran riqueza, un signo de bendición, sino como un hombre pobre que no tiene donde reclinar la cabeza; no un patriarca con una numerosa descendencia, sino un célibe sin casa y sin nido”.
“Es realmente una revelación de Dios al revés”, afirmó el Papa, e indicó que “el signo más desconcertante” es la cruz.
“Pero precisamente a través de la cruz, Jesús alcanzará la gloriosa resurrección” y que será definitiva. “Jesús transfigurado en el monte santo quiso mostrar a sus discípulos su gloria, no para evitarles pasar por la cruz, sino para indicar a dónde lleva la cruz. El que muere con Cristo, con Cristo resucitará. Y la cruz es la puerta de la resurrección. Quien lucha junto a Él, con Él triunfará”, afirmó.
Francisco dijo que “este es el mensaje de esperanza que la cruz de Jesús contiene, exhortando a la fortaleza de nuestra existencia” y animó a los cristianos para que en este tiempo de Cuaresma, contemplen “devotamente la imagen del crucifijo: es el símbolo de la fe cristiana, es el símbolo de Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Nos aseguramos de que la cruz marque las etapas de nuestro camino cuaresmal para comprender cada vez más plenamente la gravedad del pecado y el valor del sacrificio con el que el Redentor nos ha salvado, a todos nosotros”.
“La Virgen ha sabido contemplar la gloria de Jesús escondida en su humanidad. Ella nos ayude a estar con Él en la oración silenciosa, a dejarnos iluminar por su presencia, para llevar en el corazón, a través de las noches más oscuras, un reflejo de su gloria”, concluyó.
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