Mons. Buenanueva: “Podemos ofrecer el perdón porque hemos sido perdonados”
Según el obispo, la experiencia cristiana fundante se resume en un amor “absoluto, incondicional, libre y gratuito”. La experiencia del amor de Dios, indica, nos sorprende y cambia todo en nuestra vida. “Ese amor me ha salvado la vida”, relata. La reconciliación y la paz nos hacen creer en ese amor, y al creer tenemos esperanza. “Me siento en deuda de amor, pero una deuda que no es un peso, sino un camino gozoso por recorrer cada día”, señala. “Delante de su cruz no puedo contener la confesión de fe: ¡Señor, me amaste y te entregaste por mí!”.
Sin esa experiencia fundante, explica el obispo, no se entiende la súplica por el perdón del Padre. Para empezar, el prelado aclara: “No es que Dios condicione su perdón a la capacidad de perdonar que nosotros tengamos. No es que Dios nos perdone si nosotros, primero, perdonamos. La verdad es completamente al revés: podemos ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido, porque hemos sido perdonados”.
Aquella experiencia de amor incondicional que detallaba al comienzo, es la que, según monseñor Buenanueva, permite perdonar de corazón: “Puedo emprender la aventura de perdonar, porque Dios me ha amado primero y, en Jesús su Hijo encarnado, me ha ofrecido a manos llenas su paz”.
“Si el Evangelio no nos gritara esa verdad, apenas podríamos pensar en el perdón, y la única respuesta a la violencia quedaría reducida a un ejercicio frío de justicia que, las más de las veces, solo termina siendo pura y dura venganza”, continúa, y afirma que “porque me reconozco un pecador perdonado, puedo también perdonar, devolver bien por mal, amar al enemigo y romper el círculo mortal del odio, ofreciendo la otra mejilla”.
Para pedir a Dios su perdón, enseña Jesús y sostiene el prelado, “antes yo mismo he de perdonar a quien me ha ofendido”, porque “no puedo pedirle a Dios que sea compasivo conmigo, si no estoy dispuesto a perdonar de corazón a quien me ha ofendido. Menos aún si me mantengo inflexible en el rencor, alimento el resentimiento y me dejo enceguecer por el odio”.
El sentido profundo de la súplica del padrenuestro es “que nos atrevamos a dejarnos llevar por la gracia divina del perdón, haciéndola norma evangélica de nuestra propia vida”, expresa el obispo.
La oración, agrega, es una forma muy sencilla y profunda de abrir espacio al perdón en nuestro corazón: “Padre, mirando a tu Hijo que muere perdonando a sus verdugos, te suplicamos que nos enseñes a perdonar, para que podamos suplicarte con verdad que tengas compasión de nosotros”.
Monseñor Buenanueva sostiene que la sociedad no puede vivir sin gestos concretos, gratuitos y conscientes de reconciliación: “Cada gesto de perdón tiene la fuerza de la resurrección que vence la muerte”, asegura.
“Jesús, con la entrega de su vida, ha abierto ese espacio en la historia humana, marcada a fuego por el odio, la violencia y la venganza. Ese espacio, abierto en su propio cuerpo crucificado, ya no puede ser cerrado”, concluye la reflexión del obispo, al tiempo que recuerda y da gracias por el gesto que San Juan Pablo II tuvo el 12 de marzo de 2000, hace 17 años, al presidir en San Pedro la liturgia jubilar con un gran pedido de perdón de la Iglesia por los pecados cometidos por sus hijos a lo largo de la historia.+
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