Hace un año murió el traductor de la Biblia, palabra por palabra

Hoy, 13 de octubre, se cumple el primer aniversario de la muerte del biblista y teólogo monseñor Armando Levoratti, recordado y reconocido por la obra monumental que legó a la Iglesia con la traducción de la Biblia de los originales hebreo y griego, junto con monseñor Alfredo Trusso, dando nacimiento, así, a la versión rioplatense de la Biblia "El Libro del Pueblo de Dios", un texto utilizado por el Leccionario de Chile, Uruguay, la Argentina y Paraguay.

Con motivo del aniversario, el padre Luis Oscar Liberti, de la Congregación del Verbo Divino, docente de Teología Pastoral, director de la Editorial Guadalupe responsable de la última edición de La Biblia, el Libro del Pueblo de Dios, envió a AICA una nota que reproducimos aquí.

Mons. Armando Jorge Levoratti (1933-2016)

"Que el Pueblo de Dios lea la Biblia, la asimile, la reflexione y saque las consecuencias" (Mons. Levoratti)

Monseñor Armando Levoratti nació en Tolosa, barrio de la ciudad de La Plata, el 31 de enero de 1933. Su padre era ferroviario. En 1946 ingresó al Seminario de La Plata, donde la mayor parte del tiempo lo dedicaba al estudio del latín y del griego y tuvo acceso a la literatura española.

En 1953 fue enviado a Roma a completar sus estudios de Teología en la Universidad Gregoriana. Cuando terminó los estudios teológicos, ingresó al Pontificio Instituto Bíblico, donde se dedicó especialmente al estudio de las lenguas orientales: hebreo, arameo, sumerio, acádico y ugarítico. Egresó del Instituto Bíblico con medalla de oro. Al regresar a la Argentina profundizó el hebreo moderno; también en la Universidad de La Plata cursó semiótica y antropología estructural. Más delante prosiguió estudios en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago. Fue una experiencia extraordinaria, ya que tuvo contacto con los gigantes de la asiriología de la época: Beno Landsberger, A. Leo Oppenheim e Ignace Gelb.

Desde el 1º de enero de 1960 fue profesor de Sagrada Escritura en el Seminario Mayor de La Plata. Recordaba que antes del Concilio Vaticano II la enseñanza de la Biblia tenía una orientación más bien apologética. Si alguien leía demasiado las Sagradas Escrituras se hacía sospechoso de ser proclive al protestantismo. Hacía alusión a que el mismo monseñor Juan Straubinger (a quien llamaba “profesor glorioso” de Exégesis del Seminario de La Plata y que había realizado hacia 1950 la primera traducción latinoamericana de toda la Biblia), no se libró por completo de tales sospechas. Este panorama comenzó a cambiar con el Concilio Vaticano II, que pidió a los obispos favorecer que la Biblia llegue a manos de los fieles y sea el alimento espiritual del Pueblo de Dios.

El padre Levoratti también enseñó Biblia en la Facultad de Teología del Colegio Máximo San José de los jesuitas; en el Colegio Apostólico San Francisco Javier de la Congregación del Verbo Divino en la Argentina y en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA). Animó Semanas Bíblicas en varias diócesis del país. Fue director de la Revista Bíblica Argentina de 1984 a 1998. Recordaba que editar cuatro números al año le obligó a escribir numerosos artículos (he relevado al menos 31) y una cantidad considerable de recensiones de libros.

Al plantear el Concilio Vaticano II la necesidad de que los textos bíblicos que se proclamaban en latín, debían leerse en lengua vernácula, se dio cuenta de que era necesario disponer de traducciones de la Biblia adecuadas a las necesidades de la liturgia y que “sonaran” adecuadamente a los oídos del pueblo.

Reconocía que esta situación era notoria en los países de habla castellana, ya que las traducciones empleaban un lenguaje más bien arcaizante, dificultando la proclamación de la Palabra en las celebraciones litúrgicas. En vista de la urgencia, asumió el desafío de realizar nuevas traducciones. Comenzó las primeras versiones que tuvieron un carácter fragmentario, tradujo los textos del antiguo misal romano. Al reformarse el Leccionario y ampliarse considerablemente el número de los textos bíblicos que debían usarse en la liturgia, fue necesario abordar una tarea más extensa. Lo que derivó en una traducción pastoral del Nuevo Testamento. Fue publicada en 1968 con el título de El Libro de la Nueva Alianza.

Siguió la traducción del Primer Testamento. Recordaba que le llevó unos 18 años más o menos. Cuando traducía media página por día se podía declarar contento, pero tuvo la ventaja de no mirar nunca lo que faltaba, sino lo que hacía cada día. Comenzó con el Pentateuco, luego los Salmos y finalmente el resto. El trabajo duró hasta 1981, en que se publicó por primera vez la Biblia completa, con el título El Libro del Pueblo de Dios. La Biblia.

La traducción, además de ser fiel a las fuentes bíblicas y al principio de la equivalencia dinámica, es impecable desde el punto de vista literario. Exquisitamente cuidada, ofrece un texto que, sin perder la hondura teológica y estética de los originales o de otras versiones en lengua española, es fácilmente legible y asequible para el lector medio. Esta versión castellana de las Sagradas Páginas se utiliza en el Leccionario para la Argentina, el Uruguay, el Paraguay y Chile.

El padre Levoratti contaba que la traducción que realizó junto con el padre Alfredo Trusso y otros colaboradores, "el Instituto Bíblico de Roma la recibió con mucho entusiasmo, porque decían: 'En la Argentina se hizo una Biblia más legible que la Biblia de Jerusalén (en su traducción española)'. Y por eso me nombraron miembro de la Pontificia Comisión Bíblica (PCB)”. En esta Comisión contribuyó a la preparación del documento sobre "La interpretación de la Biblia en la Iglesia" (1993), cuya resonancia fue ampliamente conocida, con un trabajo sobre las relaciones de la exégesis bíblica con la Teología Dogmática.

Monseñor Levoratti dictó conferencias en España, Italia, Estados Unidos y en casi todos los países de Hispanoamérica. Participó en numerosos talleres de ciencias bíblicas, organizados por las Sociedades Bíblicas Unidas, especialmente en Cuba. Era miembro honorario de las Sociedades Bíblicas. Con esta institución trabajó (en el último tercio del siglo XX) en un proyecto que denominaba “un trámite complejo”. Fue invitado a colaborar en la traducción de una “Biblia de estudio”, añadiendo al texto de la Sagrada Escritura introducciones y notas explicativas. Algo inédito en la vida de las Sociedades Bíblicas Unidas.

Una tarde de 1994 lo visitó en La Plata el doctor William R. Farmer, para invitarlo a redactar un comentario católico (universal) y ecuménico a la Biblia. Colaboró en esa versión y tuvo a su cargo la edición en castellano del Comentario Bíblico Internacional (Verbo Divino, 1999), y luego fue el director principal del Comentario Bíblico Latinoamericano I-III (Verbo Divino, 2003/2005). Esta obra, escrita con la colaboración de exégetas de todos los países hispanohablantes, ofrece una visión científica, ecuménica y pastoral del conjunto de la Biblia.

Tras ello y hasta fines de 2014 revisó la traducción de El Libro del Pueblo de Dios, renovó las introducciones y la comentó toda con profusas notas al pie de página. Para el Antiguo Testamento lo hizo con algunos colaboradores, el Nuevo Testamento lo expuso personalmente. Lleva por nombre: La Biblia. Libro del Pueblo de Dios (Verbo Divino, Estella, 2015).

El 11 de julio de 1986 el papa San Juan Pablo II lo incorporó a la Familia Pontificia dándole el título de Prelado de Honor de Su Santidad y el tratamiento de Monseñor. Fue integrante de la Comisión Fe y Cultura de la Conferencia Episcopal Argentina y socio fundador de la Sociedad Argentina de Teología. Luego de una breve enfermedad, falleció en el Seminario Mayor San José de La Plata, el 13 de octubre de 2016, con 83 años de vida y casi 60 de sacerdocio (fue ordenado el 3 de marzo de 1957 en Roma).

Con gratitud lo recordamos y reconocemos la “obra monumental” que legó a la Iglesia con la traducción de La Biblia. La última vez que hablamos en el Hospital Italiano de La Plata, me decía sobre la Biblia: “la traduje palabra por palabra”. Fue biblista y teólogo destacado, nunca buscó “aparecer”, su modestia fue singular. Su sabiduría admirable, al igual que su capacidad para enseñar Biblia a muy diversos agentes de pastoral.

Se fue en silencio, seguramente rumiando la Palabra de Dios, ‒“palabra por palabra”‒, la que hizo amable, gustosa, sencilla al tono “argentino” en la catequesis, la liturgia y la pastoral en general. Al decir del biblista presbítero José Luis Gergolet, “En El Libro del Pueblo de Dios, Dios me habló en la siempre dulce lengua materna”.

Agradecemos al padre Armando Levoratti por el ejemplo de su vida apasionada y anclada en la Palabra de Dios.

En una entrevista le pedí al padre Levoratti una opinión sobre el acceso de la Biblia a todo el Pueblo de Dios y respondió: “Creo que la salida tiene que estar por la lectura popular de la Biblia. Por eso suprimí los comentarios que en la anterior edición del Libro del Pueblo de Dios se intercalan entre los textos de la Biblia. Los bajé todos al pie de página, para que la gente lea la Biblia con sencillez, bajo la luz del Espíritu Santo y saque lo que encuentre en ella. Por ese mismo motivo no quise hacer una introducción a la Sagrada Escritura, para no decir lo que ya está dicho infinitas veces en infinitos libros. También por eso puse como prólogo una guía para la lectura orante de la Biblia, la Lectio Divina. No digo que haya que eliminar pura y simplemente la información de tipo científico. Me parece que es importante tenerla en cuenta, pero lo que hoy hace falta es que el pueblo lea la Biblia, que la asimile como pueda, que la reflexione y que saque las consecuencias”.

P. Levoratti: Descanse en la paz de los justos.+ (Luis O. Liberti svd)

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