Lo dijo al reflexionar sobre los dos textos de la sagrada escritura, tanto del antiguo como del nuevo testamento, leídos el último domingo, referidos al tema del llamado de Dios, trátese de una vocación sacerdotal, religiosa o laical: “Sígueme”, y la respuesta del hombre: “Señor te seguiré adondequiera que vayas”.
En el primer texto se narra el episodio de cuando el profeta Elías inviste con la misión profética a Eliseo, un joven agricultor rico que estaba arando. La respuesta de Eliseo fue inmediata, dejó los bueyes y corrió detrás de Elías. Pero le pide a Elías solamente una cosa, ir a despedirse de sus padres: “déjame decir adiós a mis padres, luego vuelvo y te sigo”.
“Este conmovedor detalle -comentó monseñor Martorell-, nos muestra cómo la llamada divina no hace al hombre insensible a los afectos familiares, aunque le pida el sacrificio de entregarse completamente a Dios y al servicio del prójimo cuando es necesario.
El otro texto, de gran paralelismo con el texto del Antiguo Testamento, relata el episodio evangélico cuando Jesús, durante un viaje a Jerusalén se encuentra con tres candidatos a discípulos, a los que les precisa las condiciones de su seguimiento. El primero le dice a Jesús: “te seguiré a donde vayas”, y el Señor le dice que él no tiene dónde reposar su cabeza, lo que significa -comenta el prelado- que “el que quiera seguir a Cristo no puede pretender seguridad o ventajas terrenas”. A los otros dos candidatos, a los que Jesús les dirige una invitación perentoria: “sígueme”, y recibe de ellos el pedido de una espera en favor de sus familiares, Jesús les dice que “el que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Reflexionando sobre este texto, el obispo de Puerto Iguazú dijo que “aun en la vida familiar, profesional, o social les puede llegar la hora en que se imponga tomar una actitud de entrega heroica, pagada a precio muy caro. La llamada de Jesús no sirve para un cristiano mediocre, fácil, perezoso y reducido a la medida de las comodidades e intereses propios. San Pablo nos recuerda que el cristiano ha sido llamado por Cristo a la libertad, pero que esta no ha de ser confundida con el capricho o la comodidad propia que -antes o después- llevan a la esclavitud del pecado, sino que debe servir a la caridad. El llamado de Dios está al servicio de la gloria de Dios y la entrega generosa al hermano y no es raro que exija sacrificios semejantes a los que insinuó Jesús a los tres candidatos que se le acercaron camino a Jerusalén”.
Refiriéndose ahora a la vocación sacerdotal y religiosa, monseñor Martorell explicó que “el llamado de Jesús requiere despojo de sí mismo y resolución de entrega a Dios para el servicio de los hombres. Al llamar a alguien, Jesús seduce el corazón del candidato y lo llama con amor en cualquier circunstancia y momento. Jesús necesita ser seguido y está llamando, como a aquel joven del evangelio a quien le dijo “ven y sígueme”, pero como tenía muchos bienes no lo siguió. El llamado exige un despojo y una disposición clara. El Evangelio necesita ser predicado y la Eucaristía debe ser celebrada y para esto Jesús necesita de almas generosas que hayan sentido el llamado y se lancen a esta aventura de amor que es la vocación sacerdotal. Pero también llama a la vida religiosa o incluso para los ministerios tales como el diaconado permanente y la catequesis. Será necesario entregar la vida a Dios en el amor y tener disposición en el servicio. Para esto es necesario orar como lo pidió Jesús: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha”.+
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