Reflexión de Mons. Frassia sobre la virtud de la humildad

Reflexión de Mons. Frassia sobre la virtud de la humildad

Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): Ser humilde no es “agachar la cabeza”, ni “hacerse el pobrecito”, aseveró el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, al comentar el Evangelio del domingo, como lo hace habitualmente todas las semanas en el programa “Compartiendo el Evangelio” emitido por radios de la capital federal y del gran Buenos Aires.
Ser humilde no es “agachar la cabeza”, ni “hacerse el pobrecito”, aseveró el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, al comentar el Evangelio del domingo, como lo hace habitualmente todas las semanas en el programa “Compartiendo el Evangelio” emitido por radios de la capital federal y del gran Buenos Aires.

Se refirió a aquel conocido episodio evangélico en el que Jesús proclama que todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado y aconseja a no preocuparse por ocupar los primeros lugares en un convite, ya que puede haber otro más importante que te haga pasar un momento desagradable y quedes humillado.

“A veces -dijo monseñor Frassia- confundimos ese término: ‘ser humilde es agachar la cabeza’, ‘ser humilde es negar las cosas’, ‘ser humilde es parecer que uno es un pobrecito’. No es así, porque se humilde está unido a la verdad; la verdad es humildad y la humildad debe estar sostenida por la verdad. La verdad es que uno es importante, vale y tiene que quererse para poder querer a Dios y a los demás; a veces, en nombre de la humildad, uno dice o hace barbaridades”.

Y añadió: “Respetarse, quererse, valorarse, son actitudes muy importantes para que, de alguna manera, uno pueda ser humilde. El humilde debe saber reconocer su valía, pero también debe saber reconocer la valía de los demás. No compite, no destruye, no combate, sino que respeta y considera a todos, pero también se considera a sí mismo”.

El pastor de Avellaneda-Lanús concluyó su reflexión aconsejando que al reconocer que tenemos capacidades, admitir que debemos ponerlas al servicio de los demás, como decía San Pablo: “Has recibido gratuitamente y gratuitamente dalo a los demás”.+

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