“¡Qué cosa tan profunda y tan real! -exclama monseñor Frassia-. Vemos al rico Epulón y al pobre Lázaro pero, de alguna manera, la comparación no nos hace quedar en la materialidad del hecho, sino que tenemos que ver a dónde nos lleva el pensamiento de la Palabra de Dios.
“La riqueza, por sí, no es mala y el sufrimiento, por sí, no es bueno; siempre tiene una relación. Esto es importante saberlo ya que uno tiene que abrirlo a otra dimensión. Porque cada uno es sujeto del don que Dios regala y a la vez es sujeto de responsabilidad, de respuesta que uno tiene que dar. Y cada uno da conforme a su pensamiento, a su corazón. En la parábola, parece que el rico tenía un corazón cerrado y Lázaro tenía un corazón abierto. Esto es lo que uno más necesita.
“Luego, en su situación trágica, el rico Epulón quiere salvar a los demás, a sus hermanos, a su familia; pero se da aquello de “por más que te quieran convencer”, o “por más que quieran decirte”, o “por más que hayas experimentado cosas”, si uno tiene el corazón cerrado nunca se va a abrir. Dios es omnipotente en su amor, en su ternura y en su misericordia; pero también respeta -desde su misericordia y su ternura- la libertad de cada uno de nosotros. Y a veces la libertad es repuesta para el bien y otras veces es respuesta para el mal”.
Monseñor Frassia concluyó su reflexión aconsejando pedir a Dios que nos permita “escuchar bien, ser responsables, hacernos cargo de nuestra vida, desarrollarla, cultivarla; y que esta vida nuestra se torne, se vuelque, se entregue a los demás. Muchas riquezas se pueden compartir -no sólo bienes materiales- dones, capacidades, conocimientos, entregas. Y sin embargo hay gente que se cierra y no comparte ni comunica estas cosas porque tiene el corazón cerrado. Que Dios nos ilumine y abra nuestro corazón, y recordemos que en la vida lo que hemos recibido gratuitamente debemos darlo también gratuitamente a los demás”.+
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