Clausura del Sínodo: “El grito de los pobres es el grito de esperanza de la Iglesia”, dijo el Papa
En la misa participaron todos los padres sinodales y los auditores. Entre los fieles, estaban los representantes de las comunidades indias amazónicas, con los rostros pintados de fiesta, con tocados de plumas multicolores, collares muy elaborados. Algunos de ellos han participado en la procesión de las ofertas de los dones al altar.
En su homilía, refiriéndose a la liturgia del domingo, el pontífice mostró los diversos tipos de oración sugeridas por las lecturas.
Está ante todo “la oración de fariseo, que “al final, en vez de rezar, se elogia a sí mismo. De hecho, al Señor no le pide nada, porque no se siente en la necesidad o en deuda, sino en crédito. Está en el templo de Dios, pero practica la religión del yo. Y además que a Dios se olvida del prójimo, es más lo desprecia: para él, esto es, no tiene precio, no tiene valor. Se considera mejor que los otros, que llama literalmente, “lo que queda, los restantes”. O sea, son “inventarios”, descartes de los cuales hay que estar bien lejos”.
Estas “presuntas superioridades, que se tramutan en opresiones y explotaciones” están presente “también hoy” y “los hemos visto en el rostro marcado de la Amazonía”. Con intervenciones libres el Papa subraya a menudo que hay personas que se definen “católicos”, pero que en realidad son seguaces de la “religión del yo”, que se han olvidado de ser “cristianos y humanos”.
Luego presentó “la oración del publicano”: “Él no comienza por sus méritos, sino por sus faltas; no de su riqueza, sino de su pobreza: no una pobreza económica -los publicanos eran ricos y ganaban también inicuamente, a expensas de sus connacionales-sino una pobreza de vida, porque en el pecado no se vive jamás bien. Y se ‘golpea el pecho’, porque en el pecho está el corazón. Su oración nace del corazón, es transparente: pone delante de Dios el corazón, no las apariencias. Rezar es dejarse mirar por dentro por Dios sin funciones, sin excusas, sin justificaciones. Porque del diablo vienen la opacidad y la falsedad, de Dios la luz y la verdad”.
“Fue bello, y les estoy agradecidos, queridos padres y hermanos sinodales, el haber dialogado en estas semanas con el corazón, con sinceridad y franqueza, poniendo delante de Dios y a los hermanos fatigas y esperanzas. Hoy, mirando al publicano, redescubrimos de dónde repartir: del creernos necesitados de salvación, todos. Es el primer paso de la religión de Dios, que es misericordia hacia quien se reconoce miserable”.
“Si nos miramos para adentro con sinceridad -explicó el papa Francisco- vemos en nosotros a ambos, al publicano y al fariseo. Somos un poco publicanos, porque somos pecadores y un poco fariseos, porque somos presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, ¡campeones en justificarnos deliberadamente! Con los otros a menudo funciona, pero con Dios no. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, pobres por dentro”.
Al final está “la oración del pobre”. “Esta, dice el Eclesiastés, “atraviesa las nubes”. Mientras que la oración de quien se presume justo permanece en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube derecho a Dios. El sentido de la fe del Pueblo de Dios vio en los pobres a ‘los porteros del Cielo’, aquel sensus fidei que faltaba en la Declaración final. Son ellos que nos abrirán o no las puertas de la vida eterna, ellos que no se consideraron los dueños en esta vida, que no pusieron a sí mismos delante de los otros, que tuvieron sólo en Dios su propia riqueza. Ellos son íconos vivos de la profecía cristiana”.
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