Mons. Castagna asegura que el mundo necesita que se le hable de Dios
“La obediencia al Padre constituye el secreto de todo logro humano. Cuando no ocurre así, la vida se convierte en un doloroso fracaso. No basta invocar formalmente a Dios para sentirse religiosamente justificado. Es preciso comportarse en sintonía con los preceptos del Dios invocado”, advirtió en su sugerencia para la homilía dominical.
El prelado explicó que se refería a los Mandamientos divinos y a las exigencias que el Bautismo reclama de los creyentes, y consideró que “esta práctica de la fe es una deuda que los cristianos contraemos y que, en muchos, permanece sin saldar”.
“La falta de catequesis, y cierta negligencia de los ministros, restan malignidad a esa deuda incumplida, pero, no gravedad. La consecuencia del hecho es la inevitable pérdida de la fe - o su distorsión - y la incoherencia de vida. A veces, lo que ocurre entre quienes se dicen cristianos, llega a la aberración y al escándalo”, sostuvo.
“La hipocresía, dominante en un mundo sin fe, se constituye en un implacable juez de la conducta, incluso de la gente honesta e inocente. La enseñanza de Jesús es clara: ‘No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados’. La sociedad está contaminada de costumbres que contradicen la fe y se instalan, como en su propia casa, en la cultura y en el comportamiento habitual de los ciudadanos”, aseveró.
Texto de la sugerencia
1.- Las exigencias del seguimiento de Jesús. Sin duda Jesús es consciente de que es el Hijo del Padre, de la misma naturaleza que el Padre y, por lo tanto, Dios verdadero. No cabe en Jesús la simulación vanagloriosa que manifiestan algunos líderes contemporáneos. Cristo es la humildad personificada. Su culto a la verdad lo llama a confesar, sin vacilación, lo que confesó: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo". (Lucas 14, 26). Es Dios verdadero, por lo mismo a Él corresponde lo que refiere el primer Mandamiento: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y al prójimo como a ti mismo". (Lucas 10, 27). Preferirlo, sobre todos y todo, es nuestra verdad y nuestro bien. El Señor no vacila en expresar, con toda honestidad, su identidad divina, situándose en una relación necesaria con los hombres. Es más nuestro por ser Dios que por ser hombre. Si fuera únicamente hombre sería contingente, por ser Dios es necesario. Si fuera simplemente hombre podríamos prescindir de Él. Es Dios, hecho hombre, nos es absolutamente necesario. Sin Él no existiríamos, nada existiría. Es absurdo y triste que haya quienes se empeñen en negarlo o en reducirlo a una inexpresiva formalidad cultural. El más real y comprometido con la historia humana es el Dios viviente. Aún quienes se oponen a reconocerlo experimentan el dolor nostálgico de su dramática ausencia. San Agustín lo confiesa después de convertido. El gran poeta holandés Pieter Van der Meer de Walcheren escribió un libro titulado: "Nostalgia de Dios", diario íntimo situado en su época de ateo. Allí relata su asombro, al contemplar el cielo estrellado, y reconoce la extraordinaria armonía de los astros. Desde su prejuicio, inspirado en la incredulidad, concluye con una expresión muy pesimista: "Desafortunadamente no tiene autor". Pero, como sacudido por una súbita sensación de nostalgia reacciona de inmediato: "Pero, ¿por qué lloras alma mia?".2.- Se habla poco de Dios. El mundo necesita que se le hable de Dios. Cristo vino con ese propósito. No se desprende un instante del Nombre de su Padre amado. Está convencido, que sus discípulos y quienes quieran escucharlo, necesitan familiarizarse con el Padre - suyo y de ellos - y empeñarse en cumplir puntualmente su voluntad. La obediencia al Padre constituye el secreto de todo logro humano. Cuando no ocurre así, la vida se convierte en un doloroso fracaso. No basta invocar formalmente a Dios para sentirse religiosamente justificado. Es preciso comportarse en sintonía con los preceptos del Dios invocado. Me refiero a los Mandamientos divinos y a las exigencias que el Bautismo reclama de los creyentes. Esa práctica de la fe es una deuda que los cristianos contraemos y que, en muchos, permanece sin saldar. La falta de catequesis, y cierta negligencia de los ministros, restan malignidad a esa deuda incumplida, pero, no gravedad. La consecuencia del hecho es la inevitable pérdida de la fe - o su distorsión - y la incoherencia de vida. A veces, lo que ocurre entre quienes se dicen cristianos, llega a la aberración y al escándalo. La hipocresía, dominante en un mundo sin fe, se constituye en un implacable juez de la conducta, incluso de la gente honesta e inocente. La enseñanza de Jesús es clara: "No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados". La sociedad está contaminada de costumbres que contradicen la fe y se instalan, como en su propia casa, en la cultura y en el comportamiento habitual de los ciudadanos.
3.- Cuando Dios es desplazado del centro de la vida. El desplazamiento de Dios, del centro de nuestras referencias, nos vuelve erráticos, como un velero a la deriva. Esa situación convierte la convivencia en un trágico desencuentro. Los gestos solidarios aparecen como excepciones, cuando debieran constituir expresiones normales. Algunos periodistas se admiran que noticias de esta naturaleza sean tratadas como raros especímenes, en contraposición con comportamientos sociales moralmente contaminados. No son todos. Algunos manifiestan criterios cercanos al Evangelio y no se avergüenzan de ello. Otros, lamentablemente callan o disimulan su fe, presionados por un entorno adverso o indiferente. Es el momento de confesar públicamente la fe en Cristo Dios. Esa confesión constituye una misión insoslayable, que el mundo reclama de los cristianos - sin expresarlo con esos términos - hasta en un explícito empeño por contrariarla. En ella se pone en juego la salvación eterna. De allí la urgencia que experimentan los evangelizadores, a partir de Jesús, pasando por sus inmediatos testigos: los Apóstoles. El tiempo es fugaz, no emplearlo en lo único necesario es perderlo, sin posibilidad alguna de retorno. El Evangelio debe adquirir una resonancia social de alto volumen, ya que no existe alternativa a su único ofrecimiento de salvación.
4.- Crisis más humanas que técnicas. Ciertos protagonistas de la sociedad contemporánea especulan sobre salidas posibles a crisis más humanas que técnicas. El ser humano común - la mayoría - hace oír el clamor de sus necesidades y no alcanza a entender justificaciones que dejan sin respuesta sus angustiosos reclamos. Para Jesucristo, el hombre es lo que importa a Dios, y debe ser lo que importe a quienes, aprendiendo de Él, se pongan al servicio de los más pobres y olvidados. Vino para devolver la salud y perdonar los pecados. Son sus cartas credenciales, y las debe presentar a quienes corresponda: a todos los hombres, particularmente a los ocasionales dirigentes de los pueblos y de sus principales instituciones. No debe extrañarnos que el leguaje confrontativo de los evangelizadores asuma un tono profético semejante al de Jesús. Siempre es el amor su tierno inspirador, porque necesita expresar a los hombres que Dios los ama.+
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