El pontífice comenzó su extenso discurso expresando su deseo de que estas fiestas “nos hagan abrir los ojos y abandonar lo que es superfluo, lo falso, la malicia y engaño para ver lo esencial, lo verdadero y lo bueno”.
En esta ocasión Francisco decidió abordar la proyección de la Curia Romana 'ad extra', hacia el mundo exterior, pues en su opinión si se encierra en sí misma “caería en la autorreferencialidad, que la condenaría a la autodestrucción”.
Precisamente esta naturaleza que impulsa a salir de sí es “muy importante para superar la desequilibrada y degenerada lógica de los complots y de los pequeños grupos que en realidad representan (a pesar de todas sus justificaciones y buenas intenciones) un cáncer que lleva a la auto referencialidad, que se infiltra incluso en los organismos eclesiales en cuanto tales y, particularmente, en las personas que trabajan en la Curia romana”.
El Papa más adelante recordó con duras palabras la actitud, es más el “peligro” que representan los “traidores de la confianza” o “aprovechados de la maternidad de la Iglesia” y precisó: “Personas que son seleccionadas cuidadosamente para dar mayor vigor al cuerpo y a la reforma, pero (sin comprender la altura de su responsabilidad), se dejan corromper por la ambición o por la vanagloria, y cuando son alejadas delicadamente se auto declaran equivocadamente mártires del sistema, del “Papa poco informado”, de la “vieja guardia” en lugar de recitar el “mea culpa”.
“Al lado de estas personas –afirmó Francisco– hay también otras que todavía trabajan en ella, a las que se da todo el tiempo para retomar el justo camino, con la esperanza de que encuentren en la paciencia de la Iglesia una oportunidad para convertirse y no para aprovecharse. Ello, claramente, sin olvidar a la mayor parte de las personas fieles que trabajan en ella con alabable empeño, fidelidad, competencia, dedicación y también tanta santidad”.
En definitiva, Francisco recordó que la Curia debe trabajar “en el nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice y siempre por el bien y al servicio de la Iglesia”, pero sobre todo con “fidelidad”, una palabra que pronunció en varias ocasiones en su discurso.
Dado que su mensaje este año estaba centrado en la Curia y las relaciones que debe mantener con otros países y religiones, el Papa abordó el papel “fundamental” que juega la influyente diplomacia vaticana.
Esta, aclaró, debe buscar “sincera y constantemente el que la Santa Sede sea un constructor de puentes, de paz y de diálogo entre las naciones”.
El pontífice recordó que la Santa Sede está presente en la escena mundial “para colaborar con todas las personas y las naciones de buena voluntad y para repetir constantemente la importancia de proteger nuestra casa común frente a cualquier egoísmo destructivo”.
Y también para “afirmar que las guerras traen solo muerte y destrucción”, “sacar del pasado las lecciones necesarias que nos ayudan a vivir mejor el presente” y “construir sólidamente el futuro y salvaguardarlo para las nuevas generaciones”.
El Papa explicó que la Curia debe funcionar como una antena y debe captar las instancias, las preguntas, las peticiones, los gritos, las alegrías y las lágrimas de las Iglesias del mundo para transmitirlas al Obispo de Roma. E indicó algunos ámbitos de trabajo, empezando por la relación con las naciones.
Después de haberse referido a la recién nacida Tercera Sección de la Secretaría de Estado, Francisco recordó la relación que existe entre la Curia romana y las diócesis, basada en la “colaboración, en la confianza y nunca en la superioridad o el contraste”, y defendió la “diversidad” que implican las Iglesias orientales.
También abordó el “diálogo ecuménico” con otras vertientes del Cristianismo, un camino a la unidad “irreversible” para disipar con las diferencias teológicas que aún dividen a los cristianos, y la relación de la Curia con el Judaísmo, el Islam y otras religiones.
En este sentido apuntó a la “necesidad del diálogo” porque “la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro”, dijo, recuperando sus palabras en abril del 2017 en la Universidad egipcia de Al Azhar, centro teológico suní.
Francisco concluyó su discurso en la Sala Clementina del Palacio Apostólico defendiendo una fe que guíe, en Navidad, hacia aquella Belén en la que nació Jesucristo, “no entre los reyes y el lujo, sino entre los pobres y los humildes”.
Por último, tras saludar uno a uno a los miembros de la Curia, el Papa les hizo entrega de dos libros: por un lado la obra de Teología espiritual 'Voglio vedere Dio' (Quiero ver a Dios), del beato y carmelita descalzo María Eugenio di Gesú Bambino y un segundo volumen titulado 'La festa del perdono' (La fiesta del perdón), editado tras el Año Santo de la Misericordia del año pasado.+
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