“Queremos estar cerca de los que están sufriendo, y traemos al corazón también el dolor de los familiares de los tripulantes del submarino ARA San Juan. Los dolores nos hermanan; Jesús y la esperanza del Evangelio también”, sostuvo.
“Hagamos el esfuerzo de mirarnos, de escucharnos y reconocernos como hermanos, hijos del mismo suelo y del mismo Padre. Tenemos un camino largo por recorrer, pero como cristianos nunca renunciaremos a soñar y construir una Patria fraterna donde nadie quede olvidado y haya lugar para todos”, agregó.
Lo hizo en un mensaje de Navidad con el título: “Creemos en un Dios que se encarnó, se hizo historia, pueblo, cultura, hombre”.
Texto del mensaje
Al acercarse la celebración de la Navidad, queremos volver nuestra mirada al Pesebre de Jesús, su casa natal, y volver la mirada hacia nuestra casa común y pesebre: la realidad en la que Dios busca hoy un lugar para nacer. En Navidad celebramos y confesamos a un Dios encarnado que por amor al hombre se hace hombre, habita entre nosotros (Cf. Jn 1,13) y camina con su Pueblo; un Dios que –desde el pesebre a la Cruz- se hace pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9). Por eso, no podríamos ser cristianos si al mismo tiempo que miramos con devoción el Pesebre elegimos con anestesiada indiferencia “mirar para otro lado” allí donde la vida del hombre y su salvación están –como en Belén- amenazadas.
A esto nos invitó el papa Francisco cuando nos convocó a celebrar en noviembre pasado la 1° Jornada Mundial de los Pobres: “Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo llagado en el cuerpo llagado de los pobres. El cuerpo de Cristo, partido en la Eucaristía, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y las personas de los hermanos y hermanas más débiles”.
El Pesebre de Belén enseña algo importante: la Salvación de Dios viene por medio de un Niño pobre, en el seno de una familia migrante, a los cuales el mundo dice: “Acá no tenés lugar, acá no entrás”. Ese mundo que no recibió la luz (Jn 1,11) se parece a nuestra sociedad, herida por la desigualdad y la marginación. Ese niño y su familia son también los migrantes y los excluidos de hoy, a quienes muchas veces el sistema descarta y trata como sobrantes. “Acá no tenés lugar”: “acá” puede ser mi corazón, mi barrio, mi casa, mi familia y economía. Ese niño sin lugar se parece a los trabajadores desocupados o a los que ven peligrar sus fuentes de trabajo, o a los ancianos y jubilados cuando se vuelven variable de ajustes en pos de una economía que prioriza los números antes que las personas, que pone en el centro el mercado en lugar de la búsqueda de una vida digna para todas las personas.
Anhelamos que la celebración de la Navidad nos ayude a reconocer a Jesús que nace en cada hermano, especialmente en el pobre y débil. Queremos estar cerca de los que están sufriendo, y traemos al corazón también el dolor de los familiares de los tripulantes del submarino ARA San Juan. Los dolores nos hermanan; Jesús y la esperanza del Evangelio también. Hagamos el esfuerzo de mirarnos, de escucharnos y reconocernos como hermanos, hijos del mismo suelo y del mismo Padre. Tenemos un camino largo por recorrer, pero como cristianos nunca renunciaremos a soñar y construir una Patria fraterna donde nadie quede olvidado y haya lugar para todos.
Cuando Jesús nació, con el ropaje de la apariencia de buenas intenciones, Herodes buscó eliminar y deshacerse de ese niño que representaba para él una amenaza a su enferma ambición de poder. A veces debemos constatar con preocupación que entre nosotros, argentinos, en determinados momentos de acuciante dolor también afloran sentimientos de intolerancia, de indiferencia, o de odio. Por este camino no podremos ir nunca hacia un país mejor.
Queremos recordar las palabras del obispo de Bariloche, Mons. Juan José Chaparro, en ocasión de la muerte violenta e injusta del joven Rafael Nahuel: “Ningún tipo de violencia, ni en los reclamos ni en las respuestas a los mismos es nunca, ni lo será, una solución, sino un agravamiento de los conflictos existentes. La primera víctima de la violencia es la paz y la concordia entre las personas”.
Creemos en la paz posible, fruto de la justicia. Creemos en el hombre nuevo, liberado del odio que nos divide. Creemos en la fuerza del diálogo y por eso renunciamos a la violencia. Que el nacimiento de Jesús nos impulse a tener gestos de cercanía y generosidad con algún hermano solo o afligido, y nos renueve en nuestra vocación cristiana: “Felices los que trabajan por la paz” (Mt 5,9), “porque Cristo es nuestra paz” (Ef.2,14). Con esta fe, deseamos a todos una Feliz Navidad y expresamos nuestros deseos de paz y bien para el nuevo año que vamos a iniciar.+
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