El Papa a los consagrados: Cuiden y hagan crecer su vocación con “corazón orante”

El Papa a los consagrados: Cuiden y hagan crecer su vocación con “corazón orante”

Después la visita que el papa Francisco realizó, en la mañana de este sábado 2 de diciembre, a la Casa de las Misioneras de la Caridad en Daca, el pontífice se dirigió a la iglesia del Santo Rosario, catedral de la arquidiócesis de Chittagong, para el encuentro que mantuvo con cerca de 1.500 sacerdotes, religiosos, religiosas, consagrados, seminaristas y novicias, a los que animó a “cuidar la vocación que hemos recibido, como se cuida a un niño, como se cuida a un anciano. La vocación se cuida con ternura humana”.

A su llegada, el Santo Padre ingresó al templo acompañado por el Obispo de Khulna, monseñor Romen Boiragi, el párroco y el presidente de la Asociación de Religiosos de Bangladés.

Después del canto de bienvenida y el saludo del arzobispo de Chittagong, monseñor Moses M. Costa CSC, un sacerdote, un misionero, una monja, un religioso y un seminarista dieron su testimonio al Santo Padre.

Seguidamente el pontífice entregó el discurso escrito que había preparado para la ocasión para que sea leído después y les dirigió unas palabras improvisadas.

El Santo Padre reflexionó sobre un episodio de la vida de Isaías: “En aquellos días surgirá un pequeño brote de la Casa de Israel, y ese brote crecerá y crecerá y llenará con el espíritu de Dios, el espíritu de sabiduría, de ciencia, de piedad, de temor de Dios”.

El Papa señaló que Isaías “describe ahí lo pequeño y lo grande de la vida de fe, de la vida de servicio de Dios” y pidió aplicarlo a la vida diaria del consagrado.

Recordó que donde hay un brote antes había una semilla, “una semilla sembrada por Dios, y es Dios la que la hace crecer. ‘¿Y yo qué tengo que hacer?’. –se preguntó el Pontífice– Regarla para que crezca y llegue a la plenitud del Espíritu”.

Para regar esa semilla, “hay que cuidarla, y cuidar el brote cuando empieza a crecer”, indicó.

“Cuidar la vocación que hemos recibido, como se cuida a un niño, como se cuida a un anciano. La vocación se cuida con ternura humana. Si en nuestra comunidad, si en nuestros presbiterios falta esa dimensión de ternura humana, el brote queda chiquito, no crece y se seca. Cuidar con ternura, porque cada hermano del presbiterio, cada hermano de la Conferencia Episcopal, cada hermano o hermana de mi comunidad religiosa, cada hermano seminarista es una semilla de Dios, y Dios la mira con ternura de Padre”.

No obstante, Francisco advirtió contra la “otra semilla”, la sembrada “por el enemigo, de noche, y entonces se corre el riesgo de que la buena semilla quede ahogada por la mala semilla. Qué fea que es la cizaña en los presbiterios. Qué fea es la cizaña en las Conferencias Episcopales. Qué fea la cizaña en las comunidades religiosas o en los seminarios”.

Por ello, animó a estar atentos, “a ir viendo cómo crece el brote de la buena semilla y cómo se distingue de la mala semilla y de la mala hierba”.

En este sentido, subrayó que “cuidar es discernir, darse cuenta de que si la riego cada día, la planta crece bien, y si la descuido, crece mal. Solamente se discierne cuando uno tiene un corazón orante. Cuidar es orar. Es pedirle a quien plantó la semilla, a Dios, que me enseñe a regarla”.

En su discurso, el Santo Padre también advirtió contra los “enemigos de la armonía” en las comunidades religiosas, y citó una que, según advirtió, es la peor de todas: “el chisme”.

“Lo que destruye una comunidad es el hablar mal de otros. El subrayar los defectos de los otros, pero no decírselo a él. Decírselo a otro, y así crear un ambiente de desconfianza, un ambiente de recelo. Un ambiente en el que no hay paz, hay división”, aseguró.

Francisco comparó el hablar mal de los demás con el terrorismo: “¡Es terrorismo! Porque el que va a hablar mal de otro, no lo dice públicamente. Y el que es terrorista no dice: ‘soy terrorista’. El que va a hablar mal de otro va a escondidas, tira la bomba, y se va. Y la bomba destruye. Cuando tengas ganas de hablar mal de otro, muérdete la lengua. Lo más probable es que se te hinche, pero no harás mal a tu hermano o a tu hermana”.

Por el contrario, sugirió dos maneras de actuar cuando alguien ve un defecto o algo que debe corregirse en un hermano o una hermana: “Puedes, si es posible, decírselo en persona, cara a cara. Y si, por prudencia, no se lo puedes decir, díselo a quien pueda poner remedio, y a nadie más. En privado, con caridad”.

El Papa se detuvo en este aspecto y lamentó: “¡Cuántas comunidades he visto destruirse por el espíritu del chisme! Por favor, muérdanse la lengua bien”.

Por último, el Santo Padre animó a tener alegría, porque “sin alegría no se puede servir a Dios”. “Da mucha pena cuando uno encuentra sacerdotes, consagrados, consagradas, seminaristas, Obispos, amargados. Alegría, alegría en los momentos difíciles. Esa alegría que, si no puede ser risa porque hay mucho dolor, es paz”.

Al término de sus palabras y luego de una oración mariana, el rezo del Padrenuestro y la bendición final, Su Santidad visitó el cementerio parroquial de la antigua iglesia del Santo Rosario, donde bendijo las tumbas de los misioneros y fieles solícitos que sirvieron a esta Iglesia local.

Discurso del Papa a los consagrados
Queridos hermanos y hermanas:

Estoy muy contento de estar con ustedes. Agradezco al arzobispo Moses [Costa] el saludo afectuoso que me ha dirigido en nombre de todos. Doy las gracias especialmente a quienes han ofrecido su testimonio, compartiendo con nosotros su amor a Dios. Expreso también mi gratitud al padre Mintu [Palma] por haber compuesto la oración que en unos momentos recitaremos a la Virgen. Como Sucesor de Pedro es mi deber confirmaros en la fe. Pero quisiera que sepan que hoy, a través de sus palabras y su presencia, también ustedes me confirman a mí en la fe y me dan una gran alegría.

La Comunidad católica en Bangladesh es pequeña. Pero son como el grano de mostaza que Dios hace germinar a su tiempo. Me alegro de ver cómo este grano está creciendo y de ser testigo directo de la profunda fe que Dios les ha dado (cf. Mt 13,31-32). Pienso en los misioneros y fieles solícitos que han plantado y cuidado este grano de fe durante casi cinco siglos. En breve visitaré el cementerio y rezaré por estos hombres y mujeres que con tanta generosidad han servido a esta Iglesia local. Volviendo la mirada a ustedes, veo misioneros que continúan esta santa obra. Veo también muchas vocaciones nacidas en esta tierra; son un signo de las gracias con las que el Señor la está bendiciendo. Estoy particularmente contento por la presencia entre nosotros de las monjas de clausura, y por sus oraciones.

Es bueno que nuestro encuentro tenga lugar en esta antigua iglesia del Santo Rosario. El Rosario es una magnífica meditación sobre los misterios de la fe que son la savia vital de la Iglesia, una oración que forja la vida espiritual y el servicio apostólico. Tanto si somos sacerdotes, religiosos, consagrados, seminaristas o novicios, la oración del Rosario nos estimula a dar nuestra vida totalmente a Cristo, en unión con María. Nos invita a participar en la disponibilidad de María hacia Dios en el momento de la anunciación, en la compasión de Cristo por toda la humanidad cuando está clavado en la cruz y en la alegría de la Iglesia cuando recibe del Señor resucitado el don del Espíritu Santo.

La disponibilidad de María. ¿Ha existido en la historia una persona más disponible que María, como vemos en la anunciación? Dios la preparó para aquel momento y ella respondió con amor y confianza. Así también el Señor nos ha preparado a cada uno de nosotros y nos ha llamado por nuestro nombre. Responder a esa llamada es un proceso que dura toda la vida. Cada día estamos llamados a aprender a ser más disponibles al Señor en la oración, meditando sus palabras y buscando discernir su voluntad. Sé que el trabajo pastoral y el apostolado demandan mucho de ustedes, y que vuestras jornadas frecuentemente son largas y os dejan cansados. Pero no podemos llevar el nombre de Cristo o participar en su misión sin ser sobre todo hombres y mujeres enraizados en el amor, encendidos por el amor, a través del encuentro personal con Jesús en la Eucaristía y en la Sagrada Escritura. Padre Abel, tú nos has recordado esto cuando has hablado de la importancia de fomentar una relación íntima con Jesús, porque allí experimentamos su misericordia y obtenemos una energía renovada para servir a los demás.

La disponibilidad por el Señor nos permite ver el mundo a través de sus ojos y ser así más sensibles a las necesidades de aquellos a los que servimos. Comenzamos a comprender sus esperanzas y sus alegrías, sus miedos y sus dificultades, vemos más claramente los muchos talentos, carismas y dones que aportan para edificar la Iglesia en la fe y en la santidad. Hermano Lawrence, cuando hablabas de tu eremitorio, nos has ayudado a comprender la importancia de preocuparnos de las personas para saciar su sed espiritual. Que todos ustedes podáis ser, con la gran variedad de vuestros apostolados, una fuente de descanso espiritual y de inspiración para aquellos a los que servís, para que sean capaces de compartir cada vez más sus dones, haciendo así posible que avance la misión de la Iglesia.

La compasión de Cristo. El Rosario nos introduce en la meditación de la pasión y muerte de Jesús. Entrando más profundamente en estos misterios de dolor, llegamos a conocer su fuerza salvífica y somos confirmados en la llamada a participar en ellos con nuestras vidas, con la compasión y el don de sí. El sacerdocio y la vida religiosa no son carreras. No son vehículos para avanzar. Son un servicio, una participación en el amor de Cristo que se sacrifica por su grey. Conformándonos cada día con aquel que amamos, llegamos a apreciar el hecho de que nuestras vidas no nos pertenecen. No somos más nosotros que vivimos, sino Cristo que vive en nosotros (cf. Ga 2,20).

Encarnamos esta compasión cuando acompañamos a las personas, especialmente a quienes pasan por momentos de sufrimiento y de prueba, y les ayudamos a encontrar a Jesús. Padre Franco, gracias por haber puesto de relieve este aspecto: cada uno de nosotros está llamado a ser un misionero, llevando el amor misericordioso de Cristo a todos, de modo especial a cuantos se encuentran en las periferias de nuestra sociedad. Estoy agradecido particularmente porque de diversas maneras muchos de ustedes estáis comprometidos en distintas áreas de promoción social, sanidad y educación, sirviendo en sus necesidades a vuestras comunidades locales y a tantos inmigrantes y refugiados que llegan al país. Su servicio a la comunidad humana más amplia, en particular hacia quienes se encuentran en mayor necesidad, es muy importante para edificar una cultura del encuentro y la solidaridad.

La alegría de la Iglesia. Por último, el Rosario nos llena de alegría por el triunfo de Cristo sobre la muerte, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo sobre el mundo. Todo nuestro ministerio está dirigido a proclamar la alegría del Evangelio. En la vida y en el apostolado, somos todos bien conscientes de los problemas del mundo y de los sufrimientos de la humanidad, pero no perdemos nunca la confianza en el amor de Cristo que con su fuerza prevalece sobre el mal y sobre el Príncipe de la mentira, que busca engañarnos. Nunca se dejen desanimar por sus deficiencias o por los desafíos del ministerio. Si permanecen disponibles al Señor en la oración y perseveran ofreciendo la compasión de Cristo a sus hermanos y hermanas, entonces el Señor colmará sus corazones de la reconfortante alegría de su Espíritu Santo.

Hermana Mary Chandra, has compartido con nosotros el gozo que brota de tu vocación religiosa y del carisma de tu Congregación. Marcelius, también tú nos has hablado del amor que tú y tus compañeros de seminario tengan por la vocación al sacerdocio. Ambos nos han recordado que todos estamos llamados a renovar y a profundizar cada día nuestra alegría en el Señor, esforzándonos por imitarlo cada vez más plenamente. Al principio nos puede parecer arduo, sin embargo, colma nuestros corazones de alegría espiritual. Porque cada día se convierte en una oportunidad para recomenzar, para responder nuevamente al Señor. No se desanimen nunca, porque la paciencia del Señor es para nuestra salvación (cf. 2 P 3,15). ¡Alegrense siempre en el Señor!

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco su fidelidad en el servicio a Cristo y su Iglesia a través del don de su vida. Les aseguro a todos ustedes mi oración y les pido por mí. Dirijámonos ahora a María Santísima, Reina del Santo Rosario, pidiéndole que nos alcance la gracia de crecer en santidad y de ser siempre testigos alegres de la fuerza del Evangelio, para llevar a nuestro mundo sanación, reconciliación y paz”. +

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