Allí disfrutaron de mates, caminatas, charlas amenas, visitas a las bodegas, guitarreadas y un clima de calidez y amistad. Fueron días para crecer en la fraternidad, tender puentes, conocerse, descansar y hacer memoria agradecida de la vida que circula por nuestra Iglesia diocesana.
Algunos de los ecos que fueron surgiendo en los días de convivencia sacerdotal fueron: “Comprendemos y compartimos las dificultades y exigencias de estas horas difíciles que estamos viviendo… Somos conscientes de que la mies es mucha y los trabajadores pocos… Sufrimos el sentimiento de impotencia ante tantas situaciones que nos desbordan… Nos duelen y lastiman las incoherencias en las que tantas veces incurrimos… Sin embargo, damos gracias a Dios por el don inmenso del sacerdocio ministerial que hemos recibido de Jesucristo… reconocemos, admiramos y celebramos la entrega fiel y generosa de la inmensa mayoría de nuestros hermanos.”
Profundamente agradecidos a Dios por este tiempo providencial y a la generosidad de aquellos que hicieron posible la convivencia, los sacerdotes retornaron a sus comunidades con la certeza de haber dado algunos pasos para afianzar la fraternidad presbiteral.+
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