Mons. Castagna y el porqué de una necesaria posesión equitativa de la “Casa común”

Mons. Castagna y el porqué de una necesaria posesión equitativa de la “Casa común”

Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que “Dios ha confiado al hombre el gobierno de la tierra y le ha otorgado la capacidad de orientarlo todo a una equitativa posesión de la ‘Casa común’”, pero advirtió que “el pecado anuló esa capacidad e impidió la justa distribución de los bienes”. El prelado consideró que “es preciso que el mundo recupere la salud perdida y vuelva a ser la buena obra de Dios”. Tras señalar que “el estado de salud del hombre afecta al Universo creado”, sostuvo: “Cristo vino a constituirse en la salud, que el ser humano debe recuperar, y que, ciertamente, preserva la bondad - la salud - de toda la creación”.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que “Dios ha confiado al hombre el gobierno de la tierra y le ha otorgado la capacidad de orientarlo todo a una equitativa posesión de la ‘Casa común’”, pero advirtió que “el pecado anuló esa capacidad e impidió la justa distribución de los bienes. De esa manera introdujo la injusticia y causó trágicos enfrentamientos entre quienes están llamados, por el Creador, a reproducir su unidad trinitaria: ‘Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer’”

“La historia humana, a partir del pecado, es una sucesión de desencuentros que sigue generando mucho dolor, lágrimas y sangre. No es normal ni natural lo que se generaliza (o globaliza) por el hecho lamentable de su difusión y pública exposición”, sostuvo.

“El mal es pernicioso y destructivo, aunque el léxico habitual quiera tildarlo de ‘humano’, por la razón de que su protagonista es el ser humano, ocasionalmente afectado por la corrupción”, agregó en su sugerencia para la homilía dominical.

El prelado consideró que “es preciso que el mundo recupere la salud perdida y vuelva a ser la buena obra de Dios: ‘Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno’. El empeño del papa Francisco, expresado en la carta encíclica Laudato si’, responde a la exigencia propia de su Magisterio apostólico.

“El estado de salud del hombre afecta al Universo creado. Cristo vino a constituirse en la salud, que el ser humano debe recuperar, y que, ciertamente, preserva la bondad - la salud - de toda la creación”, subrayó.

Texto de la sugerencia

1.- Los ricos pobres y los pobres ricos. Jesús enfrenta los diversos problemas de la vida corriente - sin perder contacto con la realidad observada - que afligen a sus numerosos e ilusionados seguidores. Valora lo bueno, como el trigo en el campo de su propietario, pero advierte que el pecado - la cizaña - enrarece la buena tierra de su campo. El administrador infiel merece ser sancionado, sin dejar de ponderar - por parte del mismo Señor - la sagacidad que sabe aplicar para ocultar las malas artes de su infidelidad. En otro momento reconocerá que “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”, alentando a los suyos con un consejo oportuno: “sean sagaces como serpientes y cándidos como palomas”. Más adelante, en este mismo extenso párrafo afirma: “Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que, el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas”. (Lucas 16, 9) Los bienes materiales no son malos ni buenos, la calificación proviene de la bondad o la maldad de quién los administra. Jesús manifiesta su excepcional capacidad discernitiva. La pobreza que adopta y recomienda no es un simple desapego de los recursos económicos sino la conversión, en bien de todos, de los valores que el pecado sigue corrompiendo. La virtud de la pobreza orienta “los dineros de la injusticia” a la justicia, que es el bien común. Hace “amigos” porque todo lo pone al servicio de los demás, privilegiando a los más pobres y agredidos por la injusticia de los poderosos sin corazón.

2.- Equitativa posesión de la “Casa común”. El Señor echa mano a los signos para expresar la sustancia de su mensaje al mundo. Dios ha confiado al hombre el gobierno de la tierra y le ha otorgado la capacidad de orientarlo todo a una equitativa posesión de la “Casa común”. El pecado anuló la capacidad mencionada e impidió la justa distribución de los bienes. De esa manera introdujo la injusticia y causó trágicos enfrentamientos entre quienes están llamados, por el Creador, a reproducir su unidad trinitaria: “Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer”. (Génesis 1, 27) La historia humana, a partir del pecado, es una sucesión de desencuentros que sigue generando mucho dolor, lágrimas y sangre. No es normal ni natural lo que se generaliza (o globaliza) por el hecho lamentable de su difusión y pública exposición. El mal es pernicioso y destructivo, aunque el léxico habitual quiera tildarlo de “humano”, por la razón de que su protagonista es el ser humano, ocasionalmente afectado por la corrupción. Es preciso que el mundo recupere la salud perdida y vuelva a ser la buena obra de Dios: “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno”. (Génesis 1, 31) El empeño del Papa Francisco, expresado en la Carta Encíclica “Laudato sí”, responde a la exigencia propia de su Magisterio apostólico. El estado de salud del hombre afecta al Universo creado. Cristo vino a constituirse en la salud, que el ser humano debe recuperar, y que, ciertamente, preserva la bondad - la salud - de toda la creación.

3.- El auxilio de Dios es Cristo. El ser humano no puede curarse solo de ese mal esencial. Ya contraído - el pecado – el hombre no sabrá, ni podrá, auto medicarse. El único y posible auxilio - que ofrece y aplica Dios - no podrá agenciárselo por su exclusiva cuenta o habilidad científica. Es el Misterio de Cristo, que tiene su origen en la Encarnación, pasa por la Cruz y culmina en la Resurrección. Es el mismo acontecimiento de Salvación, cumplido de una vez para siempre, que abarca toda la historia humana, hasta su culminación. Es la historia de la humanidad, alumbrada por la Revelación, si se ha obtenido el don de la fe. Toda forma de incredulidad deja en la penumbra el auténtico sentido de la historia humana y, en consecuencia, del hombre mismo. Quienes no accedan a la fe aventurarán múltiples lecturas incorrectas de la realidad, que, como es obvio, no les ofrecerán la intelección de la verdad que buscan, hasta con rasgos innegables de honradez. La fe es el sendero por el que el auxilio divino desemboca en Cristo, el Redentor del hombre.

4.- La ley y la fidelidad a Dios. Finalmente, Jesús exhorta a la fidelidad. Cumplir con la ley no basta para agotar el concepto de fidelidad. Es preciso trascender la idea del premio o del castigo que merezcan las acciones buenas o malas. La fidelidad es amor a Quien se debe obedecer. El ánimo preceptista, que dominaba a los escribas y fariseos del tiempo de Jesús, contrariaba abiertamente la voluntad del Padre Dios: “Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”. (Marcos 7, 8) El ejemplo, que presenta de inmediato, deja al desnudo el comportamiento contradictorio del pueblo, guiado por aquellos maestros y doctores. Corremos el riesgo de reeditar la mencionada contradicción. San Pablo ha profundizado la relación entre las leyes y el Espíritu que las inspira y regula. El Espíritu Santo es el Amor que relaciona al Padre con el Hijo; por el cuál Dios Uno y Trino crea, reconcilia y santifica a quien es la síntesis del Universo visible: “En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador”. (Concilio Vaticano II. “Gaudium et Spes” n° 14) El mismo Apóstol, sin menospreciar el precepto, atribuye al Espíritu Santo el valor de Ley suprema - el Amor - otorgando al precepto la función de pedagogo: “Así, la ley fue nuestro preceptor hasta la llegada de Cristo…”. (Gálatas 3, 24).+

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