El futuro de Asia no será de los que construyen armas, sino de los que siembran fraternidad, dijo Francisco

El futuro de Asia no será de los que construyen armas, sino de los que siembran fraternidad, dijo Francisco

En la primera audiencia general tras su reciente viaje a Myanmar y Bangladés, -celebrada hoy en el Aula Pablo VI- el papa Francisco agradeció hoy a los birmanos y bengalíes tantas muestras de fe y cariño.

Como es ya una tradición a la vuelta de cada viaje internacional, el pontífice hizo un balance de la visita apostólica a estos dos países de Asia y repasó lo más importante.

Sobre su visita a Myanmar, Francisco recordó que era la primera vez que un Papa acudía a Myanmar, algo posible gracias a que “se han establecido relaciones diplomáticas entre este país y la Santa Sede”.

El Santo Padre dijo que “he querido expresar la cercanía de Cristo y de la Iglesia a un pueblo que ha sufrido a causa de conflictos y represiones, y que ahora está lentamente caminando hacia una nueva condición de libertad y de paz”.

Asimismo señaló que es un país en el que “la religión budista está fuertemente radicada, y donde los cristianos están presentes como un “pequeño rebaño y levadura del Reino de Dios”, a los que pudo “confirmar en la fe”.

Sobre Bangladés explicó que cuenta con una población mayoritariamente musulmana, por lo que su visita “marcó un paso más a favor del respeto y del diálogo entre el cristianismo y el islam”.

Francisco subrayó que “en particular, he querido expresar solidaridad a Bangladés en su compromiso de socorrer a los prófugos Rohingya, llegado en masa hasta su territorio, donde la densidad de población está ya entre las más altas del mundo”.

Por otra parte el pontífice mencionó la Misa en Daca en la que ordenó a 16 sacerdotes, “uno de los acontecimientos más significativos y alegres del viaje”.

Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy me gustaría hablar sobre el viaje apostólico que hice en los últimos días a Myanmar y Bangladés. Ha sido un gran regalo de Dios, y por eso le doy gracias por todo, especialmente por los encuentros que tuve. Renuevo la expresión de mi gratitud a las autoridades de los dos países y a los respectivos obispos, por todo el trabajo de preparación y por la acogida que me reservaron junto con mis colaboradores. Un “gracias de todo corazón” a los birmanos y a los bengalíes, que me demostraron tanta fe y tanto cariño: ¡gracias!

Era la primera vez que un sucesor de Pedro visitaba Myanmar, y ha sido poco después de que se establecieran las relaciones diplomáticas entre ese país y la Santa Sede.

También en este caso quise expresar la cercanía de Cristo y de la Iglesia a un pueblo que ha sufrido a causa de conflictos y represiones, y que ahora lentamente camina hacia una nueva condición de libertad y paz. Un pueblo en el que la religión budista está fuertemente enraizada, con sus principios espirituales y éticos, y donde los cristianos están presentes como un pequeño rebaño y como levadura del Reino de Dios.

Tuve el gozo de confirmar en la fe y en la comunión a esta Iglesia, viva y ferviente, durante el encuentro con los obispos del país y en las dos celebraciones eucarísticas. La primera fue en la gran zona deportiva en el centro de Yangon, y el Evangelio de ese día recordó que las persecuciones por la fe en Jesús son normales para sus discípulos, como ocasión de testimonio, pero que “ni siquiera uno de sus cabellos se perderá” (ver Lc 21: 12-19).

La segunda misa, el último acto de la visita a Myanmar, estuvo dedicada a los jóvenes: un signo de esperanza y un regalo especial de la Virgen María, en la catedral que lleva su nombre. En los rostros de esos jóvenes, llenos de alegría, vi el futuro de Asia: un futuro que no será de los que construyen armas, sino de los que siembran fraternidad. Y siempre en señal de esperanza, bendije las primeras piedras de 16 iglesias, del seminario y de la nunciatura: ¡dieciocho!

Además de la comunidad católica, pude reunirme con las autoridades de Myanmar, alentando los esfuerzos de pacificación del país y esperando que todos los diferentes componentes de la nación, ninguno excluido, puedan cooperar en este proceso en el respeto mutuo. Con este espíritu, quise encontrarme con los representantes de las diferentes comunidades religiosas presentes en el país. En particular, en el Consejo Supremo de monjes budistas expresé la estima de la Iglesia por su antigua tradición espiritual y la confianza de que juntos cristianos y budistas puedan ayudar a las personas a amar a Dios y al prójimo, rechazando toda violencia y oponiéndose al mal con el bien.

Dejado Myanmar, fui a Bangladés, donde, en primer lugar, rendí homenaje a los mártires de la lucha por la independencia y al “Padre de la Nación”. La población de Bangladés es en gran medida de religión musulmana, por lo que mi visita, -siguiendo las huellas de las del beato Pablo VI y de San Juan Pablo II- fue un paso más a favor del respeto y el diálogo entre el cristianismo y el Islam.

Recordé a las autoridades del país que la Santa Sede sostuvo desde el principio la voluntad del pueblo bengalí de constituirse como una nación independiente, así como la necesidad de salvaguardar siempre en ella la libertad religiosa. En particular, quise expresar mi solidaridad con Bangladés en su esfuerzo de socorrer a los refugiados Rohingya llegados en masa a su territorio, donde la densidad de población es ya una de las más altas del mundo.

La misa celebrada en un parque histórico en Daca se enriqueció con la ordenación de dieciséis sacerdotes, y este fue uno de los actos más significativos y alegres del viaje. Efectivamente, tanto en Bangladés como en Myanmar y en otros países del sudeste asiático, gracias a Dios, vocaciones no faltan; un signo de comunidades vivas donde resuena la voz del Señor que llama a seguirlo. Compartí esta alegría con los obispos de Bangladés, y los alenté en su generoso trabajo en favor de las familias, los pobres, la educación, el diálogo y la paz social. Y compartí esta alegría con tantos sacerdotes, consagrados y consagradas del país, así como con los seminaristas, las novicias y novicios, en quienes vi los brotes de la Iglesia en esa tierra.

En Daca vivimos un momento fuerte de diálogo interreligioso y ecuménico, que me dio la oportunidad de subrayar la apertura del corazón como base de la cultura del encuentro, de la armonía y de la paz. También visité la “Casa Madre Teresa”, donde se alojaba la santa cuando estaba en esa ciudad, y que acoge a muchos huérfanos y personas con discapacidades. Allí, de acuerdo con su carisma, las hermanas viven todos los días la oración de adoración y el servicio a Cristo, pobre y que sufre. Y nunca, nunca, de sus labios falta la sonrisa: monjas que rezan tanto, que sirven a los que sufren y continuamente con una sonrisa. Es un hermoso testimonio. Muchas gracias a estas hermanas.

El último acto fue con los jóvenes bengalíes, repleto de testimonios, canciones y danzas. ¡Pero qué bien bailan, estos bengalíes! ¡Saben bailar muy bien! Una fiesta que manifestó la alegría del Evangelio acogido por esa cultura; una alegría fecundada por los sacrificios de tantos misioneros, de tantos catequistas y padres cristianos. En el encuentro había también jóvenes musulmanes y de otras religiones: un signo de esperanza para Bangladés, Asia y el mundo entero. Gracias”.+

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