Mons. Castagna: “Aumentar la fe y la locura de la predicación”
“Descuidar la predicación, en todas sus formas, es hacerse cómplice y culpable del desgaste progresivo de la fe cristiana de nuestro pueblo”, advirtió en su sugerencia para la homilía dominical.
El prelado puso como ejemplo la figura del arzobispo estadounidense Fulton J. Sheen, quien será beatificado pronto por el papa Francisco, quien “recalentado su corazón creyente en la adoración cotidiana de la Eucaristía, dedicó todas sus fuerzas a comunicar el Evangelio al mundo, mediante el ministerio de la predicación”.
“El éxito espectacular de sus incursiones televisivas fueron productos de la gracia de Cristo y de su abnegado empeño. Su ejemplo aparece, en el conflictivo panorama de nuestra sociedad, como estímulo e inspiración”, destacó, y consideró: “Los actuales ministros de la Palabra de Dios tendremos que recoger el mensaje, destinado a favorecer a nuestros fieles, debilitados hoy por el asedio de la incredulidad”.
Texto de la sugerencia
1.- Aprender a perdonar. ¡Cuánta enseñanza práctica imparte el Señor a sus discípulos! Es tan fácil como estéril teorizar sobre el comportamiento que corresponda en las diversas circunstancias de la vida. Jesús no es amigo de las abstracciones que no comprometan la vida. Su consejo es claro, directo y contundente. Está orientado al quehacer cotidiano; basta conformarse con él para orientarlo al cumplimiento responsable de la propia vocación y misión en el mundo. No hay mucha gente que lo píense así. Por ello se producen graves errores, de los que es muy trabajoso volver. Enseña a perdonar siempre, mientras se dé un sincero arrepentimiento por parte del culpable: “Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo”. (Lucas 17, 3-4) Entre líneas se produce un generoso ofrecimiento de perdón, aunque no se originen, de inmediato, las condiciones necesarias para el arrepentimiento. La súplica conmovedora del perdón - en la Cruz - para sus crueles ejecutores, conlleva la espera paciente del arrepentimiento de los mismos.2.- Perdonen y serán perdonados. La esperanza del sincero arrepentimiento, de quienes pecan, inspira e incluye el ofrecimiento misericordioso del perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lucas 23, 34) Esa conmovedora expresión de Jesús encontrará eximios imitadores, desde el protomártir Esteban hasta nuestros días. Así expiró, ante su esposa e hijos, el mártir riojano Beato Wenceslao Pedernera. Dios sigue ofreciendo el perdón a los pecadores más obstinados de la actualidad. Corre por cuenta de ellos arrepentirse y aceptar el perdón divino. Desde la asombrosa oración dominical - el Padre Nuestro - hasta diversos pasajes evangélicos, se destaca el valor del perdón y su efecto transformador: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados”. (Lucas 6, 36-37) La incapacidad de perdonar se destaca tristemente en nuestra sociedad. Basta escuchar algunas expresiones, simbolizadas en gestos explícitos de intolerancia, para convencernos de la existencia de ese estigma de odio. Sin embargo, no obstante el denso clima existente hoy, debemos confiar en un resto de nostalgia fraterna - con todos - y en la gracia de Cristo.
3.- Aumentar la fe y la locura de la predicación. Los Apóstoles advierten su incapacidad práctica de observar los preceptos de su Maestro y, por ello, la necesidad de ser fortalecidos en la fe: “Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe”. (Lucas 17, 5) La humildad de aquellos hombres nace de la experiencia de su debilidad. Ellos comprueban que la adhesión afectiva a la persona de Jesús no alcanzará para lograr el ideal propuesto. Necesitan un auxilio extra que nadie podrá proporcionarle sino el Maestro mismo. Le piden, como único recurso, un aumento de la fe. Así será en lo sucesivo. Así debiera ser hoy, frente a los actuales e inéditos desafíos, de inmediata y generosa respuesta por parte de quienes se confiesan creyentes. La fe, cuyo autor es Cristo, necesita ser alimentada continuamente. El alimento que la nutre es la Palabra de Dios, que la Iglesia administra a los fieles - y al mundo - mediante los instrumentos que le ha otorgado su divino Creador. El Apóstol Pablo ha señalado como principal, la predicación: “En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación”. (1 Corintios 1, 21) Los sacramentos, que son los signos eficaces de su gracia, requieren que, mediante la predicación, la Palabra nutra la fe de quienes los celebran. Así lo ha establecido el Señor. Descuidar la predicación, en todas sus formas, es hacerse cómplice y culpable del desgaste progresivo de la fe cristiana de nuestro pueblo. Próximamente el Papa Francisco beatificará a uno de los grandes predicadores de la Iglesia Católica. Se trata del Venerable Arzobispo norteamericano Fulton J. Sheen.
4.- Único sendero para renovar hoy la fe. Ha sido un gran Pastor de la Iglesia que, recalentado su corazón creyente en la adoración cotidiana de la Eucaristía, dedicó todas sus fuerzas a comunicar el Evangelio al mundo, mediante el ministerio de la predicación. El éxito espectacular de sus incursiones televisivas fueron productos de la gracia de Cristo y de su abnegado empeño. Su ejemplo aparece, en el conflictivo panorama de nuestra sociedad, como estímulo e inspiración. Los actuales ministros de la Palabra de Dios tendremos que recoger el mensaje, destinado a favorecer a nuestros fieles, debilitados hoy por el asedio de la incredulidad. El gran Arzobispo Fulton J. Sheen, recobrada la memoria de su santa vida y ministerio, mediante la próxima beatificación, señala - con su vida de Pastor bueno - el sendero para renovar y acrecentar la fe de nuestro pueblo.+
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