La ceremonia fue presidida por el obispo diocesano de Catamarca, Mons. Luis Urbanc, y contó con la presencia de las principales autoridades provinciales y municipales, encabezadas por la gobernadora, Dra. Lucía Corpacci, y el intendente de San Fernando del Valle de Catamarca, Lic. Raúl Jalil, legisladores y del ámbito de la justicia.
La imagen cuatro veces centenaria fue llevada en brazos por el obispo, acompañado por sacerdotes del clero catamarqueño, y en su paso hacia el presbiterio fue saludada por las autoridades civiles.
Los fieles y peregrinos estallaron de júbilo ante la presencia de la Virgen, agitando pañuelos, dando vivas y aplausos, expresaron su amor incondicional a la Reina del Valle.
Luego de que la imagen fue colocada en el trono festivo, se rezó el Santo Rosario, y se leyó el Santo Evangelio.
En su reflexión, monseñor Urbanc recordó a San Juan Pablo II, a partir del testimonio de la judia Edith Zirer, quien desde los 10 años hasta los 13 estuvo confinada en Auschwitz, y fue asistida por Karol Wojtyla. “Tal vez, también, a cada uno de nosotros nos hubiera reconfortado haber sido atendidos por este joven polaco, quien después fue nuestro querido papa, san Juan Pablo II. Toda su vida, desde que era seminarista, y luego sacerdote, obispo y Papa, fue una constante donación a los demás. A esta luz entendemos mejor su gran humanidad y delicadeza en el trato con todas las personas y su especial ternura para con los débiles y los enfermos. Él conoció muy de cerca el sufrimiento humano, lo vivió y experimentó en carne propia, y desde joven aprendió a compadecer al hermano doliente, sin importarle edad, raza, sexo, cultura o religión. ¡Esto es ser un buen samaritano!”, manifestó.
Tomando el texto del Evangelio referido a la parábola del buen samaritano, monseñor Urbanc explicó que "‘prójimo’ son todos los seres humanos, sin distinción alguna, y merecen todo nuestro respeto, nuestra consideración y lo más profundo de nuestro amor. Exactamente como hizo san Juan Pablo II. Lo contrario al egoísmo, a la victimización, a los intereses personales o corporativos, o a la satisfacción de las propias pasiones desordenadas”. “Samaritano es el que tiene un corazón bueno, compasivo y misericordioso, el que se enternece ante el sufrimiento del otro. Pero, además, que hace todo lo posible por aliviarlo, no sólo compartiendo y ‘con-padeciendo’ en sus dolores, sino también haciendo algo eficaz por remediarlos. Como hizo el samaritano de la parábola”, afirmó.
En el tramo final de su reflexión, el obispo invitó “a que este septenario lo vivamos desde el prisma de la Misericordia Divina para responder comprometidamente a la invitación del papa Francisco, quien nos convocó, el pasado 8 de diciembre, a un Jubileo de la Misericordia, para terminar siendo ‘Misericordiosos como el Padre Celestial’”.+
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