Mons. Buenanueva: “Es una oportunidad única para luchar contra la corrupción y la impunidad”
En una columna titulada “¿Qué es la corrupción?”, el prelado intentó dar una respuesta ética, no jurídica, a la cuestión, con referencias a la perspectiva cristiana, y responder a la pregunta “¿qué queremos decir cuando hablamos de corrupción?”.
“No se trata de cualquier inconducta de índole social. Por ejemplo, no pagar un salario justo, el trabajo esclavo, el lavado de dinero o evadir impuestos no son necesariamente actos de corrupción. Son pecados sociales gravísimos, pero, para que entren bajo la denominación específica de "corrupción", su malicia objetiva requiere otro rasgo. La corrupción se da cuando convergen en el acto inmoral dos actores: el funcionario público y un privado”, advirtió.
Tras un análisis de las consecuencias sociales y de cómo la corrupción descompone el orden público, el prelado sacó algunas conclusiones sobre el tema:
“1. Toda sociedad, incluso las más maduras cívicamente, conviven con formas más o menos intensas de corrupción. Todos lo tienen que tener presente, para vigilar y también para vigilarse.
“2. La corrupción no se puede erradicar del todo, lo que sí las sociedades han de procurar es que los márgenes de la impunidad se reduzcan al mínimo. Eso requiere un buen sistema de leyes, pero también el decidido accionar de la justicia.
“3. La lucha contra la corrupción solo se fortalece si la cultura ciudadana logra regenerarse con una sólida adhesión a valores espirituales, religiosos y éticos fuertes. Mucho más, como lo ha destacado, entre otros, Jürgen Habermas, si el paradigma economicista tiende a reducir todo a intercambio comercial. Al Estado han de interesarle los valores espirituales que animan la vida de los ciudadanos. El Estado no produce ni verdad ni bien moral, vive de ellos, que son pre-políticos y, por eso, constituyen el suelo firme sobre el que se edifica la convivencia ciudadana y la solidez de las instituciones públicas”.
Monseñor Buenanueva recordó que “a la tradición de la democracia liberal le debemos los principios saludables del estado de derecho con la supremacía de la ley, la igualdad de todos los ciudadanos frente a la ley y la división de poderes con su sistema de controles, pesos y contrapesos”.
“No es un sistema perfecto, pero donde realmente funciona, atempera fuertemente el impacto de la corrupción”, sostuvo.+
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