Francisco recordó a san Juan Pablo II en la Vigilia de la Misericordia

Ciudad del Vaticano (AICA): Este sábado, 2 de abril, el papa Francisco celebró una vigilia de oración con los fieles devotos de la Espiritualidad de la Divina Misericordia, una celebración instituida por Juan Pablo II, de cuya muerte se cumplen once años. “Queridos hermanos y hermanas, compartimos con alegría y agradecimiento este momento de oración que nos introduce en el Domingo de la Misericordia, muy deseado por san Juan Pablo II, que justo hoy hace once años nos dejó¨, dijo el Papa ante los 20 mil fieles que se congregaron en la Plaza de San Pedro. En el sermón de esta vigilia Francisco invitó a los fieles a convertirse ¨en instrumentos de su misericordia que se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y comunicación, como consolación y perdón”.
Este sábado, 2 de abril, el papa Francisco celebró una vigilia de oración con los fieles devotos de la Espiritualidad de la Divina Misericordia, una celebración instituida por Juan Pablo II, de cuya muerte se cumplen once años. “Queridos hermanos y hermanas, compartimos con alegría y agradecimiento este momento de oración que nos introduce en el Domingo de la Misericordia, muy deseado por san Juan Pablo II, que justo hoy hace once años nos dejó", dijo el Papa ante los 20 mil fieles que se congregaron en la Plaza de San Pedro.

En el sermón de esta vigilia Francisco invitó a los fieles a convertirse "en instrumentos de su misericordia que se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y comunicación, como consolación y perdón”.

“Quién más la recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener escondida ni retenida sólo para sí mismo”, agregó.

“La misericordia sale a buscar a la oveja perdida y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa. La misericordia sabe mirar a los ojos de cada persona; cada una es preciosa para ella, porque cada una es única”, añadió.

Francisco subrayó que "una fe sin misericordia es sólo idea, es ideología y no es fe".

Francisco también propuso que en cada diócesis del mundo se abra un centro de ayuda como recuerdo de este, el Año Santo de la Misericordia.

"Qué lindo sería que como un recuerdo, como un monumento a este Año de la Misericordia en cada diócesis hubiera una obra, un centro de ayuda que falte: una escuela, un hospital, un centro de ancianos, una casa de recuperación de drogadictos, hablemos con nuestros obispos de esta posibilidad", dijo.

La vigilia se desarrolló entre cantos, oraciones y lecturas, entre ellas un escrito del Papa polaco precedió la misa dedicada a la Espiritualidad de la Divina Misericordia, una devoción que comenzó la santa polaca Faustina Kowalska, canonizada por Karol Wojtyla en el año 2000.

Homilía del papa Francisco en la Vigilia de la Misericordia
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.

Compartimos con alegría y agradecimiento este momento de oración que nos introduce en el Domingo de la Misericordia, muy deseado por san Juan Pablo II para hacer realidad una petición de santa Faustina. Los testimonios que han sido presentados —por los que damos gracias— y las lecturas que hemos escuchado abren espacios de luz y de esperanza para entrar en el gran océano de la misericordia de Dios. ¿Cuántos son los rostros de la misericordia, con los que él viene a nuestro encuentro? Son verdaderamente muchos; es imposible describirlos todos, porque la misericordia de Dios es un crescendo continuo. Dios no se cansa nunca de manifestarla y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a recibirla, buscarla y desearla. Siempre es algo nuevo que provoca estupor y maravilla al ver la gran fantasía creadora de Dios, cuando sale a nuestro encuentro con su amor.

Dios se ha revelado, manifestando muchas veces su nombre, y este nombre es “misericordioso” (cf. Ez 34,6). Así como la naturaleza de Dios es grande e infinita, del mismo modo es grande e infinita su misericordia, hasta el punto que parece una tarea difícil poder describirla en todos sus aspectos. Recorriendo las páginas de la Sagrada Escritura, encontramos que la misericordia es sobre todo cercanía de Dios a su pueblo. Una cercanía que se manifiesta principalmente como ayuda y protección. Es la cercanía de un padre y de una madre que se refleja en una bella imagen del profeta Oseas: «Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer» (11,4). Es muy expresiva esta imagen: Dios toma a cada uno de nosotros y nos alza hasta sus mejillas. Cuánta ternura contiene y cuánto amor manifiesta. He pensado en esta palabra del Profeta cuando he visto el logo del Jubileo. Jesús no sólo lleva sobre sus espaldas a la humanidad, sino que además pega su mejilla a la de Adán, hasta el punto que los dos rostros parecen fundirse en uno.

No tenemos un Dios que no sepa comprender y compadecerse de nuestras debilidades (cf. Hb 4, 15). Al contrario, precisamente en virtud de su misericordia, Dios se ha hecho uno de nosotros: «El Hijo de Dios con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con cada hombre.

Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejantes a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22). Por lo tanto, en Jesús no sólo podemos tocar la misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros mismos en instrumentos de su misericordia. Puede ser fácil hablar de misericordia, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa misericordia en lo concreto. Este es un camino que dura toda la vida y no debe detenerse. Jesús nos dijo que debemos ser “misericordiosos como el Padre” (cf. Lc 6,36).

¡Cuántos rostros, entonces, tiene la misericordia de Dios! Ésta se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y comunicación, como consolación y perdón. Quién más la recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener escondida ni retenida sólo para sí mismo. Es algo que quema el corazón y lo estimula a amar, porque reconoce el rostro de Jesucristo sobre todo en quien está más lejos, débil, solo, confundido y marginado. La misericordia sale a buscar la oveja perdida, y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa. La misericordia sabe mirar a los ojos de cada persona; cada una es preciosa para ella, porque cada una es única.

Queridos hermanos y hermanas, la misericordia nunca puede dejarnos tranquilos. Es el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no hayamos alcanzado el objetivo; que nos empuja a abrazar y estrechar a nosotros, a involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre (cf. 2 Co 5,14-20). No debemos tener miedo, es un amor que nos alcanza y envuelve hasta el punto de ir más allá de nosotros mismos, para darnos la posibilidad de reconocer su rostro en los hermanos. Dejémonos guiar dócilmente por este amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre.

Que sea, pues, el Espíritu Santo quien guíe nuestros pasos: Él es el amor, él es la misericordia que se comunica a nuestros corazones. No pongamos obstáculos a su acción vivificante, sino sigámoslo dócilmente por los caminos que nos indica. Permanezcamos con el corazón abierto, para que el Espíritu pueda transformarlo; y así, perdonados y reconciliados, seamos testigos de la alegría que brota del encuentro con el Señor Resucitado, vivo entre nosotros.+

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