Card. Poli: “Nuestra tarea es cooperar en la siembra; lo demás es obra de Dios”
Así enfocó el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Mario Augusto Poli, el tema “Del Evangelio de la familia a la familia evangelizadora” en la apertura del área temática de Familia en el XI Congreso Eucarístico Nacional.
El cardenal comenzó citando el ejemplo de un matrimonio mexicano con siete hijos, dos de los cuales se habían alejado de la fe, lo que causaba dolor a sus padres. Y la mujer le dijo al cardenal: “Nosotros con mi esposo siempre rezamos. Porque nosotros siempre sembramos trigo, no cizaña”. Y esperaban rezando que ese trigo diera espigas a su tiempo.
Hay tantas vueltas en la vida de los hijos que hay que esperar confiados, dijo el cardenal en lo que calificó sencillamente como “una charlita” y que fue una reflexión profunda y amena que captó la sintonía de muchos cientos de personas en un enorme espacio interior de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de Tucumán, en tanto otros muchos seguían sus palabras asomados a los balcones de tres pisos superiores.
El cardenal dijo que a veces hay hijos que no siguen la fe de los padres, pero señaló que si los padres siembran trigo, no va a crecer cizaña: “Hay que saber esperar”.
Expresó que la familia tiene una eficacia misionera de profundidad insospechada; lo que se mama en casa se vive toda la vida. Señaló que aun en medio de todas las dificultades –porque en todas las casas se cuecen habas- la familia es la primera y más básica comunidad eclesial, donde se aprende por el ejemplo y por la palabra.
El numeroso público estaba constituido en su mayoría por mujeres, pero no faltaban hombres y había algunos chiquitos, no muy atentos a lo que dijera el cardenal. Cristian y Marcela forman un matrimonio cordobés que sale a misionar en familia en una casa rodante. El es comerciante y repara lavarropas, y los fines de semana van en su vehículo a pueblos y parajes para difundir la palabra de Dios. Con ellos estaban sus hijos Fabricio, de 13 años; Andrés, de 7, Jeremías, de cinco; Macarena de cuatro, y Luciana, de un año y medio, en brazos de su papá.
El cardenal, vicepresidente 1º del Episcopado argentino, recordó su presencia en el Sínodo de los obispos sobre la Familia en Roma, donde vieron los rostros de familias en distintas culturas y países, en situaciones especiales.
Mencionó los testimonios de familias que por su fe tenían que dejar su casa de la noche a la mañana y huir teniendo que enterrar a ancianos que fallecían por el camino; de quienes practican su fe en países totalitarios o donde el Estado no tolera que tengan más de uno o dos hijos, y arrostran que los otros que tengan no entren en el sistema de salud y sean tratados como parias.
Recibieron los obispos una visión muy amplia, que “nos hizo valorar más la familia del sacramento cristiano; ante tantos sufrimientos, la fe puede dar un sentido”. Recordó al respecto que la Sagrada Familia de Nazareth donde nació Jesús sufrió el exilio y la persecución.
Indicó que los prelados no dejan de proponer el sacramento, pero valoran todas aquellas cosas auténticas, nobles que hay en familias de otras culturas. Recordó que es viejo en la Iglesia el método de San Justino, que en el siglo II, dijo que entre los paganos Dios había sembrado semillas del Verbo –“semina Verbi”-, la presencia del Dios creador. Hay valores que no son ajenos al Evangelio, son como previos a él. Así entre los que no son cristianos hay familias que son fieles, donde los padres permanecen toda la vida juntos en las dificultades, crían a sus hijos y les transmiten valores virtuosos. Es como un estado pre-evangélico, al cual podemos “acercarnos, contagiando la alegría del matrimonio cristiano y proponiéndolo en una buena tierra”.
Recordó que buena parte de Africa fue cristiana hasta fines del siglo VI, con figuras como San Agustín, San Cipriano, Tertuliano. Mencionó la máxima que dice que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Muchos siglos después, el Evangelio se fue abriendo camino, con un catecumenado. Debiendo afrontar problemas del contexto cultural, como la poligamia. Dijo que muchos escuchan con respeto y sus hijos asumen matrimonios cristianos, ya católicos, ya evangélicos. Mostró como un valor positivo el de la prole. En 2004 el cardenal fue a Mozambique y recordó las bandadas de chicos alrededor. Dijo que la mejor noticia del mundo, en este mundo difícil, es cuando la mamá dice que está embarazada. Y conjugó esa visión con el kerigma de la enseñanza evangélica: Jesucristo padeció, murió y resucitó.
Situaciones de debilidad
“La familia se torna Evangelio vivo”, dijo. También se refirió a las situaciones de debilidad, de familias incompletas, sin prole, con miembros fallecidos, separadas, en nuevas uniones… “También la Iglesia supo mirar los corazones heridos”. Es una mirada pastoral, no un cambio de doctrina, impulsada por ríos de misericordia. Invitó a no juzgar, a pensar cómo los podemos acompañar, integrar.
Y subrayó la dimensión misionera. Cómo tantas familias de bautizados, cristianas, pueden acercar a la fe a otras familias de un modo capilar, conviviendo con ellas, compartiendo su tiempo y su amistad –“tomando mate y charlando”-, mostrando la alegría con que viven su fe. Recordó que el cardenal Bergoglio decía en Buenos Aires a los fieles lo que luego enseña en la Iglesia universal, no encerrarse, salir, buscar a los otros: “Prefiero una persona herida en el mundo que enferma de sacristía”.
Un ambiente de singular fraternidad signó el enorme predio de la Quinta Agronómica de la Universidad Nacional de Tucumán, donde confluyeron las reuniones generales sobre la familia con muchos talleres de la Pastoral Social y de laicos. Se destacó la hospitalidad de numerosos voluntarios tucumanos que sirvieron café y galletitas a miles de participantes. Fueron muchos los que ayudaron a brindar una cálida acogida a los visitantes. Hasta jóvenes del Centro de Estudiantes, integrantes de Franja Morada, facilitaron hornos de microondas para quienes quisieron calentar su almuerzo. (Jorge Rouillon)
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