“Y María oía estas cosas. Sufría humillaciones terribles. Oía también a los grandes, a algunos sacerdotes, a los que Ella respetaba, porque eran sacerdotes: ‘Si eres tan hábil y capaz ¡baja! ¡Baja!. Con su Hijo, desnudo, allí. Y María tenía un sufrimiento tan grande, pero no se fue. ¡No renegó de su Hijo! Era su carne”.
El Papa recordó cuando, en Buenos Aires, iba a las cárceles a visitar a los detenidos y veía una fila de mujeres que esperaban para entrar:
“Eran mamás. No se avergonzaban: su carne estaba allí adentro. Estas mujeres sufrían no sólo por la vergüenza de estar allí –‘¡Pero mira a esa! ¿Qué habrá hecho su hijo?– Sufrían también por las humillaciones de los controles que les hacían antes de entrar. Pero eran madres e iban a ver a su propia carne. Así como María estaba allí, con su Hijo, con ese sufrimiento tan grande”.
Jesús –recordó una vez más el Papa- nos prometió que no nos deja huérfanos y en la Cruz nos dona a su Madre como Madre nuestra:
“Nosotros los cristianos tenemos una Madre: la misma de Jesús. Tenemos un Padre: el mismo de Jesús. ¡No somos huérfanos! Y Ella nos da a luz en ese momento con tanto dolor: es un verdadero martirio. Con el corazón atravesado, acepta darnos a luz a todos nosotros en ese momento de dolor. Y, desde ese momento, Ella se vuelve nuestra Madre, desde ese momento Ella es nuestra Madre, aquella que nos cuida y no se avergüenza de nosotros: nos defiende”.
Evocando a los místicos rusos de los primeros siglos, que aconsejaban refugiarse bajo el manto de la Madre de Dios, en el momento de las turbulencias espirituales, el Obispo de Roma recordó que bajo el Manto de María no puede entrar el diablo.
Porque Ella es Madre y como Madre defiende, reiteró el Santo Padre, recordando también que luego, el Occidente siguió este consejo y se escribió la primera antífona mariana: ‘Sub tuum praesidium’ ‘bajo tu manto, bajo tu amparo, Oh Madre’, allí estamos seguros.
“En un mundo que podemos llamar ‘huérfano’ –concluyó el Papa– en este mundo que sufre la crisis de una gran orfandad, nuestra ayuda es decir: ‘¡mira a tu Madre!’ Tenemos a una Madre que nos defiende, nos enseña, nos acompaña; que no se avergüenza de nuestros pecados. No se avergüenza, porque Ella es Madre. ¡Que el Espíritu Santo, este amigo, este compañero de camino, este paráclito abogado que el Señor nos ha enviado, nos haga comprender este misterio tan grande de la maternidad de María”.(trad. RV)+
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