“Quienes entran en este lugar, en este rincón de nuestra ciudad sienten espontáneo gozo y alivio al ver a María sobre el mar y el oleaje. En el mar tempestuoso de la vida ella es garantía de llegar a puerto seguro”, continuó el obispo, asegurando que “es la invocación espontánea que surge del corazón de la gente de mar y de su familia que quedan en tierra, con el deseo de contar con la mirada misericordiosa de Dios que se refleja en los ojos de la Virgen”.
Citando la encíclica Spe Salvi, sobre la esperanza cristiana mirando a la Virgen, el obispo recordó que “las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía”. Aquí es donde aparece el ejemplo de la Virgen: “¿Quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza?, ella que con su sí abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros”, señaló el obispo.
Finalmente, rezando y citando la oración con la que Benedicto XVI culmina la encíclica, monseñor Marino pidió “Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”.
Al término de la celebración, el presbítero David Ochoa, capellán de la Base Naval, realizó la consagración a la Virgen en nombre de todos los marinos. El capellán del Instituto Stella Maris Adoratrices, presbítero Cristian Basterrechea, agradeció a todos los presentes y solicitó, a quienes quisieran, una colaboración para continuar con la restauración de la torre de la capilla.+
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