Mons. Buenanueva: “Al invocar a nuestro Padre levantamos los ojos al cielo, agradeciéndole la vida”
“Dios es el ‘altísimo’, la ‘roca’ firme, el Dios que se revela en la montaña. Es también el Dios del Cielo”, explicó el obispo, y aseguró que “al enseñarnos a invocarlo como el Padre que está en el Cielo, Jesús nos invita a no perder nunca de vista que este Dios cercano, amigo y compasivo, siempre permanecerá para nosotros un misterio inefable”.
“Así es el amor, en su fuente más pura: el misterio de una libertad que nos ha llamado a la vida por pura gratuidad, que se ha determinado a sí mismo a ser el garante y el defensor de la vida, especialmente de la más amenazada”, continuó monseñor Buenanueva, y destacó que en Jesús, Dios “nos ha dirigido una palabra buena y nos ha tendido su mano amiga”.
El prelado explicó que “este Dios trascendente e inefable es el Padre que está en el Cielo, que nos ha enviado a su Hijo y a su Espíritu. El Dios siempre más grande que todo lo que podemos pensar, imaginar y decir”.
Por lo tanto, “a Dios no lo podemos usar ni manipular como a un objeto”, advirtió, y “de la misma forma que no podemos hacerlo con ninguna persona, creada precisamente a su imagen y semejanza”.
Al invocar a nuestro Padre, con y como Jesús, “levantamos los ojos al cielo, agradeciéndole a la vida”, y bendiciéndolo por habernos hecho libres. “Porque este Dios misterioso y cercano es el garante de la libertad y de la dignidad de cada ser humano”, afirmó el obispo, recordando que “aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá”, porque el Padre que está en el Cielo es la real medida de toda genuina paternidad y maternidad terrenas.
“Solo el Padre de Jesús nos ofrece la certeza de un amor absoluto, irrevocable y limpio de toda segunda intención. Solo a un amor así se le puede entregar la vida”, concluyó.+
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