Francisco: Confesión y oración, claves para que la semilla de Jesús crezca en tierra fértil
El pontífice recordó que Jesús es el sembrador y que con esta imagen nos da a entender que Él no se impone, sino que propone: Nos atrae no conquistándonos sino entregándose.
Él derrama con paciencia y generosidad su Palabra, sostuvo, y agregó: Una Palabra que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar fruto, siempre y cuando nosotros estemos dispuestos a recibirlo.
En referencia a los tipos de tierra donde el Sembrador realiza su labor, el Papa indicó que el terreno bueno es el camino que debemos seguir, pero advirtió sobre otros dos tipos de terrenos que pueden crecer en nuestro corazón impidiendo que la "semilla de Jesús dé fruto".
Puntualizó: El terreno pedregoso, en el cual la semilla germina pero no llega a echar raíces profundas y el terreno espinoso, lleno de espinas que sofocan a las buenas plantas", espinas que podemos comparar con las preocupaciones del mundo y la seducción de la riqueza.
"Cada uno de nosotros puede reconocer estos grandes o pequeñas espinas que habitan en su corazón. Estos arbustos más o menos enraizados que no agradan a Dios y nos impiden tener un corazón limpio, subrayó.
Francisco destacó que es posible "sanear el terreno" de nuestro corazón, llevando al Señor a través de la confesión y la oración, "nuestras piedras y espinas".
"Preguntémonos si nuestro corazón está abierto para acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si en nosotros las piedras de la pereza son todavía muchas y grandes; identifiquemos y llamemos por nombre a las espinas de los vicios", pidió.
"Que la Madre de Dios, a quien recordamos hoy bajo el título de Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, insuperable en la acogida de la Palabra de Dios y en su puesta en práctica, nos ayude a purificar el corazón y a custodiar en él la presencia del Señor", concluyó.
Texto completo de las palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Jesús cuando hablaba usaba un lenguaje sencillo, e utilizaba también imágenes que eran ejemplos de la vida cotidiana, para que pudieran entenderlo todos. Por eso lo escuchaban con gusto y apreciaban su mensaje, que llegaba enseguida a los corazones. Y no era ese lenguaje difícil de entender, ese que usaban los doctores de la ley de aquel tiempo, que no se entendía, sino que estaba lleno de rigidez, y alejaba a la gente. Y con este lenguaje Jesús hacía comprender el misterio del Reino de Dios: no era una teología complicada. Y un ejemplo nos lo presenta el Evangelio de hoy: la parábola del sembrador.
El sembrador es Jesús. Notamos que, con esta imagen, se presenta como uno que no se impone sino que se propone; no nos atrae conquistándonos, sino entregándose: arroja la semilla. Esparce con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar frutos. ¿ Y cómo puede dar frutos? Si la recibimos.
Por eso la parábola tiene que ver sobre todo con nosotros: De hecho, habla más del terreno que del sembrador. Jesús hace, por decirlo así, una radiografía espiritual de nuestro corazón, que es el terreno donde cae la semilla de la Palabra. Nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno, y entonces la Palabra da fruto -y mucho- ; pero también puede ser duro, impermeable. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra, pero nos rebota, como en una carretera: no entra.
Entre el terreno bueno y la carretera, el asfalto - si nosotros echamos semillas en los "ladrillos" no crece nada ; hay, sin embargo, dos terrenos intermedios, que en varias medidas, podemos llevar dentro . El primero, dice Jesús, es el pedregoso. Tratemos de imaginarlo: un terreno pedregoso es un terreno «con poca tierra» (cf. v. 5), por lo cual la semilla germina pero no logra echar raíces profundas. Así es el corazón superficial, que recibe al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio, pero no persevera, se cansa y no despega nunca. Es un corazón sin espesor, donde las rocas de la pereza prevalecen sobre la tierra buena, donde el amor es inconstante y pasajero. Pero quien recibe al Señor sólo cuando le apetece, no da fruto.
Luego está el último terreno, el espinoso, lleno de zarzas que sofocan las plantas buenas. ¿Qué representan estos espinos? «Las preocupaciones mundanas y la seducción de las riquezas» (v. 22), así dice Jesús explícitamente. Los espinos son los vicios que se oponen a Dios, que asfixian Su presencia: ante todo los ídolos de la riqueza mundana, el vivir con avidez para sí mismo, para el tener y para el poder. Si cultivamos estos espinos, asfixiamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer sus pequeños o grandes espinos, los vicios que habitan en su corazón, los arbustos más o menos arraigados que no le gustan a Dios e impiden tener un corazón limpio. Es necesario arrancarlos, de lo contrario la Palabra no dará fruto, la semilla no crecerá
Queridos hermanos y hermanas, Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro : a dar gracias por nuestro terreno bueno, y a trabajar en los terrenos que todavía no lo son. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto para recibir con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras piedras de la pereza son todavía muchas y grandes; identifiquemos y llamemos por nombre los espinos de los vicios. Encontremos el valor para sanear el terreno, un buen saneamiento de nuestro corazón, llevándole al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestros espinos. Si lo hacemos, Jesús, el Buen Sembrador, será feliz de realizar un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y los espinos que asfixian su Palabra.
¡Que la Madre de Dios, a quien recordamos hoy bajo el título de Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, insuperable en la acogida de la Palabra de Dios y en su puesta en práctica (cf. Lc 8,21), nos ayude a purificar el corazón y a custodiar en él la presencia del Señor!+
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