Mons. Buenanueva y la guía por abusos: “Responder a los lamentables casos ya dados y prevenir”
En una entrevista al diario La Nación, el prelado que redactó el protocolo argentino para casos de pederastia destacó que la nueva guía permitiría evitar los encubrimientos y consideró que “lo más difícil de todo sea desmontar la mentalidad que ha existido hasta ahora”.
“No queremos iniciar una caza de brujas que ponga en sospecha a todo el clero. Los obispos estamos atentos para responder eficazmente y para prevenir, pero queremos hacerlo en un clima de confianza hacia los sacerdotes”, diferenció.
“Nos preocupa la sensación que se puede instalar. De hecho, a mí me ha pasado de ir vestido de cura por la calle y recibir algún insulto en esta línea. Es algo que debemos sobrellevar evangélicamente”, evaluó.
Texto de la entrevista
En un inusitado tono realista y autocrítico Sergio Buenanueva, el obispo del que dependen los seminarios y los sacerdotes de todo el país, habla sobre los abusos de menores por parte de hombres o mujeres de la Iglesia. Buenanueva es el titular de la diócesis de San Francisco, Córdoba, y fue el encargado de la producción del protocolo o líneas de acción frente a casos de pedofilia en la Iglesia. Habló con el diario La Nación días a tras, cuando visitó la Ciudad.
-¿Cómo ve la situación de los abusos por parte de sacerdotes?
-Creo que ésta es la crisis más grande que ha vivido la Iglesia en los últimos 50 años. El problema tiene una doble dimensión: responder a los lamentables casos ya dados y la prevención. Entre 2001 y 2010 la Iglesia terminó de armar el procedimiento a seguir, que no estaba tan claro, y a esto le cabe parte de la responsabilidad de complicar la respuesta. A medida que se fue tomando conciencia del problema, aumentó también la conciencia de la necesidad de la prevención, que va desde crear ambientes seguros para niños y adolescentes en las parroquias y los colegios hasta una selección rigurosísima del clero, prestando atención a la evolución afectivo-sexual del candidato a sacerdote.
-¿En qué cambió el procedimiento a seguir?
-Esto es una gran virtud de Benedicto XVI, que, cuando comenzó a ver la magnitud del problema, empezó a insistir en que este delito, en cuanto al derecho canónico, fuera reservado a la Santa Sede. Por ejemplo, me tocan la puerta del obispado y me dan la noticia de un presunto delito de éstos. La primera obligación que tengo como obispo es hacer una investigación preliminar, pero no lo puedo resolver yo. Si lo que me dicen es verosímil, debo informar a la Santa Sede y ellos me dirán qué hacer. Antes lo tenía que resolver el obispo y sólo si decidía tomar una sanción canónica grave debía informar a Roma. Y eso era muy complicado.
-¿Qué hacen en el Vaticano?
-Una dependencia específica de la Congregación para la Doctrina de la Fe examina el caso. Si es muy grave, puede expulsar al sacerdote del ministerio, o devolverlo al obispo para que instruya un proceso judicial que concluye con una sanción si es encontrado culpable. Esto agilizó muchísimo los procedimientos e hizo imposible en la práctica lo que se ve en la película 'En primera plana', el encubrimiento. Al problema del abuso en sí mismo, que es terrible, se suma el encubrimiento o la respuesta inadecuada de los obispos y líderes religiosos.
-¿Por qué informar a Roma acelera las cosas?
-Porque tener que informar a la Santa Sede significa que el obispo no puede sacarse de encima el problema tan fácilmente o buscar un arreglo, como se hacía antes: "Arreglamos entre nosotros, no hay que hacer lío, trasladamos al sacerdote, lo mandamos a una clínica para ver si se puede recuperar", y la cosa quedaba ahí. Lo que se llamó "tolerancia cero" comenzó en los Estados Unidos y después Roma lo asumió, aunque a regañadientes. Es decir, la atención de estos casos no se puede dilatar. Esto es en teoría, y también en la práctica, lo que está ocurriendo. Tal vez, lo más difícil de todo sea desmontar la mentalidad que ha existido hasta ahora.
-¿En la misma Iglesia?
-Sí. En la misma Iglesia. Me pregunto cómo fue posible que perdiéramos la sensibilidad ante un hecho que deja secuelas tan grandes en las personas. La Iglesia no sólo habla de hacer justicia, aunque obviamente si el sacerdote es culpable se le debe imponer la sanción adecuada en el interior de la Iglesia y también en la justicia civil. También es importante la sanación de la víctima. El gran cambio en la Iglesia ha sido dejar de concentrarse en cuidar la propia imagen y al cura porque esto es terrible. Si la Iglesia quiere cuidarse a sí misma tiene que cuidar a la víctima porque es la parte más débil de la misma Iglesia.
-¿El nuevo protocolo exige a los obispos llevar los casos a la justicia civil?
-Sí. La Iglesia pide que se colabore con la Justicia según la praxis del país del que se trate. En los Estados Unidos, Francia y otros países, el obispo u otro dirigente que se entera de una situación de este tipo tiene la obligación de denunciarla a la justicia. Para la legislación argentina, en cambio, el abuso de menores es un delito de instancia privada. Es decir, sólo puede ser denunciado por la víctima, sus padres o legítimos tutores. Como obispo no puedo denunciar, pero sí debo sugerir que lo hagan y acompañarlos. A veces, la misma familia es la que no quiere ir a la Justicia. He visto que en esto se están moviendo las aguas porque la sanación integral requiere ver al culpable recibir su condena.
-¿Hay una estimación cuantitativa de este problema en el país?
-No. No tenemos estadísticas, como sí tiene el episcopado estadounidense, que obligó a religiosos y diócesis a abrir los archivos de los últimos 50 años y una institución no católica hizo un relevamiento. También los irlandeses tienen un panorama muy completo. Si bien todo caso es preocupante, y en la Argentina los hay, los problemas de inconducta del clero van en otra dirección [N. de la R.: sacerdotes que tienen amantes o hijos no reconocidos]. Los casos que son de público conocimiento tienen que ponernos en guardia.
-A partir de casos conocidos, como el de Julio Grassi, el obispo Edgardo Storni y José Mercau, se despierta la sospecha de que podrían ser más.
-No queremos iniciar una caza de brujas que ponga en sospecha a todo el clero. Los obispos estamos atentos para responder eficazmente y para prevenir, pero queremos hacerlo en un clima de confianza hacia los sacerdotes. Nos preocupa la sensación que se puede instalar. De hecho, a mí me ha pasado de ir vestido de cura por la calle y recibir algún insulto en esta línea. Es algo que debemos sobrellevar evangélicamente.+
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